Una selfie con la vida En el hueco del ascensor me hago un selfie con la vida para desayunar y marco el territorio del triunfo con granos de Sin perder de vista que en la dieta de mis manos, un lunar puede ser un enjambre café y mermelada, luego escapo por lo bajini de los nacimientos de celofán a menos que sean de chocolate, por supuesto. de miradas o la guarnición habitual de mi soledad, y sabiendo siempre la correcta estatura del hueco del ascensor, mi crema de noche sabe a risa y algas ante el colágeno del sustantivo que pasa de los cincuenta. Así que piso fuerte y me detengo en el borde mismo para subrayar el óxido que nombra mi silueta entre azafranes y vainillas. Será en el hueco del ascensor, pero qué queréis que os diga, será un triunfo al fin y al cabo. ° ° ° Vocales noctívagas con dobladillo de carmín En un viaje lírico con efluvios de arcilla, el agua cruza las cosas y las alude. El poema contrae la laringe y lágrimas unisex imprimen su etiqueta en el archipiélago de un abrazo, en vocales noctívagas con dobladillo de carmín, en cuerpos con sed, en esas muertes con abolladuras, y en los andenes al final del hombre. Un haz lumínico define sintácticamente a la termita en la húmeda madera de la estrofa. Y así sangramos por conjunciones, anáforas y tildes, antes de frenar en seco frente a columpios que nadie empuja. ° ° ° Cucuruchos de altramuces apetecibles en domingo Maleza en la comisura del párpado, equívoco apenas visible porque siempre queda alguien desnudo con provincias de verbos en la boca. Entre rama y tronco, zancadilleo y sorprendo a la cascada de negras amapolas que estaba por nombrarte. Qué inoportuno traspiés. Cuán denso el aire que nos convierte, ahora, en simples margaritas silenciosas. Así no mancharemos de orgullo el papel, ni haremos del lodo una magistral receta para rejuvenecer la dermis. Necesitamos holocaustos, narrar los crímenes de la primavera, satanizar al sol, ahocar al océano y envolver al salvaje césped -esa maleza retorcida en la comisura del párpado- en cucuruchos de altramuces apetecibles en domingo. ° ° ° Mala hierba en las calles de la cordura No entiendo mi piel ni sus prófugos lunares me pruebo otros cuerpos pero todos resultan precarios en mi necrópolis, esa ciudad de vendas como mis ojos. Ni entiendo el trajín de mis zapatos al bailar en este osario de nubes que me cubre, ni siquiera entiendo el algodón del obús alojado en mi frente. Extraño campo de batalla estos relámpagos invisibles, mala hierba en las aceras de la cordura y sigo sin entender la intemperie de un pecho cuando besa burbujas a la deriva y otros territorios de hambre y sed.
Marian Raméntol, poeta, escritora, traductora. (Barcelona, España, 1966). Reconocida por su obra, es también Directora de la revista cultural La Náusea. Y miembro del grupo musical O.D.I.