Miguel Ángel Rodríguez: «Cosas de la vida. (Dos relatos breves.)»

Agudeza

  Llegó como siempre el agente de inteligencia argentino. Incólume su prestancia; calculador, profesional. Idéntico a la misión confidencial que le habían asignado.   
  Sin embargo al ingresar al salón en el subsuelo las notas interpretadas con sensualidad exquisita por una pianista negra, ciega y travesti, le jugaron una mala pasada emocionándolo hasta la angustia.
  Sobre el nogal del instrumento supo advertir un vaso vacío.
  Sigiloso en la penumbra reinante caminó entre mesas rumbo a la barra para preguntarle al bartender qué era lo que ella bebía.
  Y ante los últimos acordes de “Part time lover”, ya munido de la ofrenda de whisky irlandés, se le acercó con sutileza varonil susurrándole al oído:

  • Hola, primor. My name is Heredia, Blas Heredia. Busco a una tal… Stevie WonderWoman. ¿La conocés?

  Ella giró su rostro hacia él cual si pudiera verlo tras las gafas oscuras. Movió levemente la cabeza de un lado a otro dos veces, denotando incredulidad. Hasta por fin responder sin miramientos:

  • ¿No te das cuenta que soy yo, pelotudo?

  —

Un aplauso para el numerólogo

  Hola gente cuomo vai.
  Regresado de mis vacaciones les cuento un breve episodio vivido a principios del mes pretérito, que logró alegrarme un ratito el alma y quizás alentar mi confianza –obviamente escasa- en el género humano.

  A las diecinueve horas abrí la puerta del bar Bordeau al encuentro de un amigo con quien hacía bocha no nos juntábamos. Parlamos di tutto e di niente y tiempo después culminamos integrando una tertulia más nutrida, de siete comensales, dos conocidos nuestros y tres no.
  Para ruido general en un tiro cierta muchacha soltó con naturalidad respecto a lo que se venía hablando una asociación que sonó disparatada, ajena…
  “¿Y qué tiene que ver mi abuela con una loma de sulky?”, objetó alguien. “La mía era tucumana y de pendeja iba a la escuela en burro”, replicó la piba.
  Entonces mi amigo Sabino propuso cual desafío lúdico batir al voleo tres cosas sin relación aparente, para que el primero en evocar algo que las articule, lo cante.
  No sé por qué pero cuando La Shely dijo “alcohol, dinero y angustia” me brotó un recuerdo de muchos años atrás que comencé a referir:

  “En aquella época vivía en el kilómetro veintiocho, Berazategui. Volviendo en bici del laburo a casa pasé como sin querer queriendo por un tugurio que frecuentaba. Tipo dos de la mañana advertí que no tenía vento para garpar la suma de whiskies consumidos y encaré de sopetón hacia el cajero automático más próximo sito al centro de la plaza, pedaleando en zigzag esas cuadras de distancia. Arribado tuve una idea pava –suelen surgirme sin necesidad de beber pero el alcohol parece fermentarlas-: que si entraba al cajero dejando la bici afuera, podían choreármela. Luego de varios intentos vi, es verdad que con tardanza pero comprendí, que la dimensión de la bicicleta en estado horizontal era mayor al largo, al ancho o a la diagonal de la diminuta cabina. Y tras otros cuantos ensayos truncos, fallidos, finalmente logré ingresar en ella con la bici en posición vertical, “de parada” para decirlo así. Ya adentro la realidad se presentó osca, ayuna de maniobra. Estábamos el cajero, la bici pegada a él, al toque mi cuerpo apretujado en forma reñida con las leyes de la física y la elegancia, un pedal hundido en la barriga y la espalda presionada por el vidrio. Fue tiempo después que conseguí sacar la tarjeta de algún bolsillo. Mas dirigiéndola hacia la ranura de la máquina tropezó con la cadena del velocípedo… cayendo al vacío. De repente me sentí encerrado en angustia. Era verano, hacía calor y a esa altura sudaba cual beduino. Desconozco cómo y cuándo salí de allí, con la bici. Pero sin la guita. Y también sin la tarjeta, que ahora se posaba sobre el piso del cubículo lo más campante, como si fuera ella la que me gastaba a mí.”

  En ese punto un compañero de mesa con fisonomía circunspecta posterior a lentes gruesísimos alzó su voz identificándose “especialista en numerología existencial” y afirmó poseído:

  “¡Tres! ¡¡Tres!! ¡¡¡Tres!!! No podía pasarte otra cosa ni suceder de otra manera. ¡¿Se dan cuenta?! Tu relato de los hechos tiene 262 palabras, 1515 caracteres. Lo que sumado da 1777. 1 + 7 + 7 + 7, 22 (el loco). 2 + 2, 4 y como 2 x 3 llueve 4 + 6, 10. Raíz cuadrada de 10, 3 punto 162; 3 + 1 + 6 + 2, 12; y 1 + 2: ¡¡¡3!!! Por otro wing, impresionando ustedes gente de mundo, estarán al tanto de que hoy es el cumpleaños de la facturadora Shakira, cuyo llanto contradicho nació en Colombia un dos de febrero de mil novecientos setenta y siete. 2 + 2 + 1977, 1981. 1 + 9 + 8 + 1, 19 (la repetición). 1 + 9, 10; y otra vez su raíz cuadrada o 1 + 2: ¡Tres! ¡¡Tres!! ¡¡¡Tres!!!”

  Descreído, inquirí:

  • ¿Pero eso qué tiene que ver con el asunto?

  Respondió con sabiduría:

  • ¿Y yo qué sé? ¿A quién se le ocurre que un numerito del orto guarde relación cierta con el azar que cifra al juego nuestro destino?

Miguel Angel Rodriguez, escritor, psicoanalista.
licmar2000@yahoo.com.ar

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