Miguel Angel Rodríguez: «El deseo del analista» -algunos apuntes-

°) Planteo:

 Se afirma que el psicoanálisis es la cura por la palabra: bien ahí, pero ello no implica que sea una psicoterapia ni define su radical especificidad.

¿Alcanza a tal fin la vigencia de la denominada por Freud “regla fundamental”?

Con la convicción de que para que haya análisis ha de haber analista –lo cual además sólo se verifica “apres coup”-, de estar a su cargo “la dirección de la cura”, Lacan comienza a situar como operador decisivo “el deseo del analista”.

Y aun cuando años después también despliegue otros modos de abordaje, resulta fecundo reubicarlo, interpelándonos.

Seguiré aquí algunos vectores.

  1. El psicoanálisis abre juego:   

 Resulta cardinal advertir que el abandono de la “hipnosis” por parte de Freud, del ejercicio de la “sugestión”, es condición ética y lógica del surgimiento propio de nuestra “praxis”. Pues el “discurso del analista” se formaliza, justamente, como el envés, el reverso del “discurso del amo”.

Entonces, no se trata del deseo de dominar –“discurso del amo”-, de educar –“discurso del universitario”-, de cuestionar las certidumbres del analizante –sesgo del “discurso de la histérica”-…

 Del lado del analizante, la “asociación libre” –ese dejarse llevar por la palabra en cuyo curso emergerá el inconciente-. Del lado del analista, la “atención flotante” –su escuchar-, la “interpretación” –su decir, su acto-, la “neutralidad” –su posición-.

 El deseo del analista no es el del Bien o el de curar: banquina que (en nombre del amor) ninguno está exento de morder… pero que las encantadas/oras psicoterapias señalizan como si fuera la ruta.

2. Neutralidad en bridge:

 Que no (se) dirige a la persona del analizante cuando (se) dirige la cura, es lo que invita a Freud a ubicar la posición del analista en términos de “neutralidad/abstinencia”.

 Idéntico tono utiliza Lacan durante el primer tramo de su obra, volviendo a Freud incluso al retomar la referencia a juegos de estrategia en el manejo de la transferencia, cuando en “Variantes de la cura tipo” se vale de la posición “del muerto” en el bridge.

 Pues también es preciso distinguir al analista de su persona, requiriéndose que ésta no intervenga como tal para que haya intervención propiamente analítica.

 (Si “el muerto” en el bridge no es, no opera como los otros jugadores; sí hace al juego, funciona “causando” el jugar…)

3. El agujero hace al senku:

 Al tiempo en que Lacan desarrolla palmo a palmo su concepción del “registro simbólico”, de la “demanda” –la palabra, el significante, el lenguaje-, va ciñéndose la “falta”.  Así, cuando el paciente/analizante dirige su consulta al o/Otro del analista, le “demanda” lo que le “falta”: la respuesta, el saber, el objeto que al sujeto le falta –y le supone al o/Otro vía “transferencia”-.

  Para que haya análisis, se insiste con muy fundadas razones, es nodal que el analista “no satisfaga la demanda” –obturando la falta-.

Aún, suele generarse un malentendido entre “satisfacer” y “responder”; la demanda no se satisface, pero sí se responde –con (el ofrecimiento de) cierto deseo-.  En la práctica el tándem “neutralidad/muerto/no responder” produjo un corrimiento hacia un “silencio” tibio y a la vez obturador, más cercano al semblante del “Padre muerto” –el “Ideal”- que al del “objeto a” –posición del analista-.

 Vital, sacude pues el tablero la postulación del “deseo del analista”, despertándolo acerca de la responsabilidad y la causa de su acto.

4. Contratransferencia:

 El planteo también polemiza con los “pos freudianos” el concepto y el uso de la “contratransferencia”.

 Aclaremos que no es cuestión de negar la existencia de (pre)juicios y emociones –ni del inconciente- en la persona del analista, sino de afirmar que es precisamente desde o/Otro lugar que parten con legitimidad sus intervenciones clínicas.

En efecto, el analista ha de poner entre paréntesis su “fantasma”, para intervenir desde y en el del analizante…

 Dimensión de lugar a la que Freud añade la de tiempo. Al punto de ubicar al “timing” –se trata de esperar la manifestación del inconciente, la oportunidad de intervenir…- como determinante de la “interpretación”. Advirtiendo explícitamente al analista sobre los efectos negativos del apresuramiento.

 De un “furor curandis” ligado, como ya se dijo, a la presión de la demanda. Pero también a la exigencia pulsional de más y urgente satisfacción. Multiplicada por el imperio actual de la plusvalía, que empuja a la inmediatez como significante amo, capital de nuestra cultura que corre… desesperando al sujeto.

 Ante ello, el deseo –y no la pulsión- del analista.

 Ahora bien: ¿qué deseo fundamental habita en la demanda “Diga (cualquier cosa), lo que se le ocurra”? 

5. El deseo humano es el deseo del Otro:

 El deseo del analista precipita como corolario en cierto tramo del movimiento conceptual lacaniano –pivoteando hacia adelante con el “grafo del deseo”-.

Tramo rubricado por algunos aforismos, “El inconciente es el discurso del Otro”, “El (sujeto) emisor recibe del (o/Otro) receptor su propio mensaje bajo una forma invertida”… y luego “El deseo del hombre es el deseo del Otro”.

 Lacan diferencia tajantemente el instinto animal –ligado a su objeto natural/adecuado-, del deseo humano –ligado a la falta, y al o/Otro-.

 Sugiriendo leer en la expresión “deseo de deseo del Otro” las dos significaciones determinadas por el genitivo del, objetivo o/y subjetivo.

 (Más allá de los atolladeros de su conjugación, tanto “obsesiva” –que vía prohibición desea lo que el otro desea- como “histérica” –que desea el deseo del otro-.)

6. Falta y alteridad:

 En todo caso –en cada análisis- se trata fundamentalmente de situar el devenir –la “lógica dinámica”- del desear. La alteridad del deseo –“metonimia de la falta”- distinto a la intención del yo, y a la demanda. Las condiciones o/Otras del sujeto –las “contingencias” históricas singulares- que lo sujetan a cierta forma de desear. Distinguiendo la imagen ideal que lo encandila, el plus viscoso que lo obtura; del “objeto a” como falta que lo “causa”.

 Así, el analista no ha de ubicarse como el objeto que desea el analizante, sino como deseante/vacante, ofreciéndose “al deseo del paciente para que se realice como deseo del Otro”, pues el sujeto “es en cuanto Otro como desea”.

7. Equis – causa:

 Librado a la asociación libre ¿qué quiere decir lo que digo? Un lapsus de la palabra, una interpretación del analista ¿qué (me) quiere decir? ¿qué (me) quiere? ¿qué quiero?

 Tal como escribe el primer piso del “discurso del analista”… la “regla fundamental” no demanda un ser –exitoso, sufriente, sano, enfermo, amable, etc.-.

 Operando desde el lugar de la causa –que hace brotar-, precisamente, el deseo del analista mantiene la distancia, separa “el Ideal del objeto a”.

 Ubicándose de entrada como pregunta que interpela, como una “X”; también ha de orientar el recorrido por su respuesta…: castración (falta) y objeto de goce (que “llena” la falta).

 A grosso modo, al momento en que Lacan plantea el deseo del analista, el fin de análisis se ubica como: ° Subjetivación de la castración (del Otro); des-identificación e inexistencia de una significación última del sujeto. ° Atravesamiento del fantasma; caída del objeto, del sujeto fijado como sentido y objeto del Otro. ° Localización de un resto pulsional como modo de satisfacción, que le da valor a la vida –con, pero más allá del o/Otro-: “hacerse una causa del plus de gozar”.

8. Diferencia e impureza (ni Spinoza ni Kant):

 El psicoanálisis no ajusta al analizante a un “bien universal”. Así, el deseo del analista es deseo de la “diferencia absoluta”. Al apuntar a la causa, apunta a la mayor singularidad del ser.

 La conocida –aunque enigmática- frase de Lacan del Seminario 11, articula la diferencia absoluta al “significante primordial”. Entiendo que se trata del “significante del trauma”, a-semántico, en la medida en que es más del sujeto que del Otro… Y que muerde aquello que no pasa al significante –que aparece en el intervalo-, el objeto a.

 Por eso agrega que “no es puro”… (significante). Siendo determinado por un elemento diferente a la cadena significante del inconciente, el “objeto a”/sexual.

 Si el “deseo del Otro” se articula a la dialéctica entre uno y otro, a la “alienación” al significante; el “deseo del analista” –de diferencia absoluta- se articula más a la “separación”, va más allá y convoca la impureza pulsional.  

 El analista se hace causa del recorrido de un análisis, que revela la causa (del deseo) del analizante.

9. Punto aparte:

 El deseo del analista anima al sujeto a dejarse llevar por la palabra al encuentro de la irrupción del inconciente, a des-encadenar la falta que lo constituye, a la construcción del “sinthome” –nombre y goce singular- que lo decide.

 Función que causa un análisis –si la persona del analista no la confunde con el anhelo de ser (analista), ni la idealiza-.   

Miguel Angel Rodríguez, psicoanalista, escritor licmar2000@yahoo.com.ar

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