Por encargo del apetito, ordené a mi cocinero preparar un niño envuelto.
Macerada la carne en salsa de hongos y guarnición de papines bolivianos, me fue servido a la mesa en maridaje con cabernet rojo sangre cosecha dos mil trece al mediodía de ayer.
Debo decir que lo almorcé pletórico, gozando en cada jugoso bocado su excepcional, tiernísima exquisitez.
Aun, tuve que soportar cierto sinsabor ya terminando el plato, molestado por los gritos histéricos de una india que irrumpió desequilibrada, so título de ser ella la madre del vástago.
Mis hombres echaron de inmediato a la irrespetuosa mujer.
Evidentemente incapaz de entender con natural templanza, el superior blanco imperio del destino.
A veces consumado por las simples ganas que todo cristiano tiene derecho a darse, de comer un huesito.
Miguel Ángel Rodríguez, escritor, psicoanalista.