“Cuentan que un hombre al recodo de su andar se topó con Aladino. Ante tal ocasión le pidió al genio que convirtiera todos los objetos en dinero. La concreción del hechizo llenó de júbilo al hombre… hasta advertir que en breve moriría de hambre y sed.”

I- Planteo
¿Cómo ubicar algo del valor tan peculiar, donairoso, del dinero, que des-vive al hombre?
Tipo siete de la mañana, el ñato venido en ese enjambre de Constitución o Retiro ¿hasta dónde va por lo que él quiere, hasta dónde hace lo que se quiere de él? Más allá de la posición de cada quien acerca de la covid/cuarentena, se anota que también aquellos gobiernos embanderados en priorizar la salud en algún momento liberaron a su riesgo, mandaron a todos a laburar… ¿por la supervivencia del hombre, o del sistema económico que lo rige? ¿Y cuál es la naturaleza de ese anhelo (de lucro), históricamente fechable, que exige siempre más y viene llevando a la Tierra al progreso, la pobreza, la guerra, el diluvio y la sequía de un clima cuyo cambio nos interpela?
Las tan comprensibles frases “el dinero hace la felicidad” y “con dinero se hace lo que se quiere” parecen afirmar una lógica de “proposición condicional”: (primero, si se tiene) dinero, luego (segundo, se tendrá) lo que se quiere.
Pero según resulta verificable tal “p entonces q” no opera así. Retener la guita en unos avaros banco o colchón no coincide con disfrutar la vida. Comprar el último modelo prometedor que el mercado ofrece (y luego el próximo y luego el próximo) tampoco, degradando al deseo en consumo –al objeto en zanahoria, al humano en burro-.
Lo que abre y alcanza cierta satisfacción es el deseo (primero) que decide al sujeto –y por ende lo lleva a procurar, a usar los medios (segundo) que lo realizan acto-.
Hay allí entonces una inversión, un hipérbaton en juego, una “subversión” radical. No es tan fácil. Sí es algo que un análisis, legítimamente, habilita gozar.
Es por su función en la cultura vigente, en la estructuración de la subjetividad de la época, que Freud lo incluye entre las “equivalencias fálicas/simbólicas” (heces, regalo, dinero, pene, niño…).
A propósito del dinero sólo recortaré algunos desarrollos de Marx y Lacan que permiten plantear cierta analogía entre las lógicas del capitalismo y de la pulsión de muerte. Y algo menos y más.
II- Valor, trabajo, mercancía
Coincidiendo con la perspectiva psicoanalítica también para Marx el objeto constituye su realidad en cierta trama, de manera “relacional” entre el sujeto y el o/Otro –y no “naturalmente, en sí”-.
Es conocida su distinción de dos tipos de “valor”.
El de “uso”, intrínseco al goce que el objeto otorga, depende de aquello para lo que sirve, de su utilidad para satisfacer alguna “necesidad humana”. (Aclaremos que en Marx ésta se define socialmente; puede ser comida, vacaciones, acceso a internet…)
El de “cambio” vuelve al objeto –más allá de sus particularidades, así sea un par de zapatos, un paquete de fideos, etc.- “mercancía”; en tanto que “intercambiable” por otras en el “mercado”.
La “equivalencia” de valor que permite el intercambio de objetos cuya estofa puede ser muy distinta, es obra de aquello que sin embargo todos tienen en común: el ser “productos” del “trabajo” humano, que “crea” (el valor de) las mercancías.
Por cierto la “fuerza de trabajo” se vuelve también mercancía, pasible de venderse y comprarse entre “oferta y demanda”. Pero su peculiaridad reside en que (sólo) ella –“fermento vivo”- crea valor. (Un tanto de harina –como cualquier otro objeto- es eso. Sólo el trabajo es capaz de transformarlo en otro tanto de fideos, agregándole, generando un valor mayor al que detentaba.) Un plus de valor, un excedente, cierta “plusvalía”.
Más acá del “fetichismo” que inviste a la mercancía, entonces, la magnitud de su valía depende de la cantidad de trabajo contenido, “objetivado” en ella, proporción que definirá su precio de intercambio.
El valor de la mercancía surge pues –aquí Marx incorpora un aspecto ausente en Ricardo- de una articulación en el mercado entre producción (oferta) y consumo (demanda). Por un lado –resume Astarita- “… está dado por el tiempo de trabajo ‘socialmente’ necesario para producir(la).” Por otro –del lado de la demanda y no de la oferta-, por el “… tiempo de trabajo que la sociedad, o una parte de ella, está dispuesta a entregar a cambio de la mercancía.”
III- Dinero, mercantilismo
En ese marco el surgimiento del “dinero” –intercambiable por cualquier y toda mercancía, “patrón y medida común de valores”- genera consecuencias notables.
Inicialmente facilita de manera rotunda la actividad de comercio. (Pues ya no se requiere que quien haga zapatos y necesite fideos, se encuentre “trocando” justito con quien a la vez de hacer fideos se de por ventura que necesite zapatos.) De modo que cada quien en el mercado venderá su producto/servicio a cambio de dinero, con el cual según alcance comprará lo que le plazca.
Es posible reconstruir la historia de la “moneda”. (En Roma la primera “ceca” o fábrica de monedas se emplazó junto al templo y al amparo de Juno “Moneta”, consorte de Júpiter. Tiempo atrás en nuestros pagos su función de medida común de valores fue cumplida por el ganado que pastaba a sus anchas –cinco metros de tela un octavo de cabeza de vaca, un viaje a Córdoba media cabeza de vaca-; motivo por el cual al observar hoy desde Plaza de Mayo el frontispicio del Ministerio de Economía, éste insiste en anunciarse Palacio de “Hacienda”.)
Subrayemos la instancia que separa su valor nominal de su coste –un billete de mil vale mil aunque su costo sea muchísimo menor-, pues sanciona la ratio del dinero como “puro valor de cambio”.
Ello dinamiza la estructuración del “Mercantilismo”, cuyo fundamento Marx escribe “M-D-M”:
Comienza con (la producción de) una Mercancía, que se vende a cambio de Dinero, a gastar en y para la compra de aquellas Mercancías que satisfacen los apetitos del ser humano (comida, vacaciones, internet…).
Hasta allí el dinero intermedia, vehicula un intercambio que “culmina” en el goce del objeto (por su valor de uso) procurado en el mercado para atender cierta falta.
Pero si se pretende entender la función y significación actuales del dinero, habrá que situar su transmutación en “capital”.
IV- Dinero, (significante) falo
Seduce, encandila ese objeto de papel, su imaginario encanto de «agalma»…
En tanto que “patrón común de valores” el dinero tiende a ubicarse en un lugar privilegiado.
Al poder remitir a cualquier objeto, equivaler cualquier particularidad o diferencia, Martin resalta en el dinero como significante su efecto “aniquilador” de toda “significación”.
Así se eleva como significante “amo”, S1 (separado del resto de los significantes), portador de todo poder en potencia, Uno del “Ideal”, de la supuesta omnipotencia de un o/Otro sin barrar –no castrado, sin “falta”-.
El “falo” como insignia, “símbolo”. Significante del deseo, de “la falta” del o/Otro –que encubre-. Significante del “goce” –de una satisfacción que fuera toda-.
Ese modo de situarse el dinero, entonces, no es sin articulación al inconciente, a la “neurosis”.
Subrayemos por ahora que tal funcionamiento requiere y embarga cierto rechazo de la “pérdida”. (Al respecto Lacan va delineando dos formas características. Que aquí llamaré estrategia del “avaro” –más ligada a la “demanda anal”-, y estrategia del “rico” –más montada en la dinámica del capitalismo-.)
V- Dinero, capitalismo
El capitalista no compra una mercancía para disfrutarla, para satisfacer a través de ella una apetencia. La adquiere y luego (de que el trabajo le “agregue valor”), la comercializa. Compra para vender –más caro-.
Pone a circular el dinero –previamente acumulado, el capital-, para enseguida recobrarlo… (Afirma Lacan: “el rico lo compra todo… pero… no paga”.) Para recuperarlo más un plus, un excedente, una plusvalía –que sin embargo es producto del trabajo-.
El fundamento propio del “Capitalismo” resulta pues estrictamente de la inversión de aquel circuito mercantil (M-D-M), en “D-M-D”:
Comienza con Dinero –ya transmutado en capital-; que no se gasta sino que se adelanta, se invierte, en la producción/comercialización de cualquier Mercancía; y no para satisfacer alguna necesidad subjetiva, sino para obtener a cambio, más Dinero –una diferencia, una ganancia-.
Ese plus de dinero se invierte en la producción/comercialización de mercancías cuya venta deparará más dinero, que se vuelve a invertir para conquistar más dinero, que se vuelve a invertir para ganar más… Circuito que, al no orientarse ni acotarse por la satisfacción de algún apetito humano –aplazando el goce, gozando del aplazamiento del goce, a futuro-, se relanza cada vez “motorizado” por el “afán de lucro”, a la obtención de mayor plusvalía; encabalgando cada ciclo en el que se sigue, cada vez más velozmente, persiguiendo un horizonte –“tanático”, sin pérdida ni límite- de mayor beneficio y “acumulación” de capital.
VI- Dinero, (objeto) a –plusvalía, plus de goce-
Enuncia Cichello: “En este contexto Marx introduce su plus-valía…, concepto que a Lacan le atraerá tanto porque reconoce allí un objeto con el que no se puede hacer más que dejar la satisfacción para más adelante, ya que no reporta propiamente un goce; es un objeto que instituye… un plus de goce…, una promesa de ir más allá de los goces asequibles…, de ir más allá de los ‘mendrugos’ del goce –y que nos aproxima a la idea de lucro, de la ganancia indefinida… al futuro-. Ese objeto… inhallable en el presente…, es lo que resta, lo que sobra, lo que está más allá de la palabra, del trabajo significante, un voto por más goce que reaviva inmediatamente la insatisfacción primordial, de base, y que se convida como consuelo por la renuncia pulsional que el Otro exige a un ser hablante. A ese objeto, a ese enigma, Lacan lo llamó objeto a…”
De modo que en tal marcha la “plusvalía” recorta un objeto inasible –sin valor de uso, puro valor de cambio- que promete un goce ilimitado, relanzándola por más ante cada in-satisfacción, motorizando el movimiento insaciable del capitalismo. Lógica que evoca el “empuje constante” de la “pulsión” por un goce inexorablemente perdido en el mundo humano. “Extrayendo” en el marco de cierto “vaciamiento” de goce un “excedente” de satisfacción, ese “plus de gozar” que sin embargo goza en la exigente promesa de una satisfacción imposible, sin “falta”.
No en vano Lacan articula el capitalismo a la “verwerfung”, al rechazo a la “castración”.
Pues esta opera, inscribe simbólicamente el límite al goce, la pérdida, la inexistencia de una satisfacción absoluta, del todo –recortando cierta dimensión del goce y la significación fálicas-.
Aun, “Más allá (del principio del placer)” la pulsión “de muerte” insiste (auto)destructiva, frenética, tras un plus de goce –que Lacan distingue radicalmente del “goce suplementario”-, tras un objeto que pudiera completar la falta –sin resto-, la inexistencia de “La relación sexual”.
VII- Puntuaciones (capitalismo // psicoanálisis)
En la dinámica propia del capitalismo el dinero, en vez de objeto que vehicula la satisfacción de algún apetito humano, funciona como “fuente” de una sed insaciable, ávida de… dinero. Que ‘no se gasta, no se pierde’: estrategia del rico, se re-invierte (y recobra) por más más.
En tanto que objeto “abstracto”, sumun de todos los placeres, por la promesa de su plusvalía –su plus de gozar- demanda renunciar a los objetos particulares, a las satisfacciones parciales.
O de otro modo, ‘no se gasta, no se pierde’: estrategia del avaro, se re-tiene, guarda –sacándolo de circulación-, atesora.
Resume Marx: “Para conservar el oro como dinero… debe impedírsele que circule o que, como medio, de compra, se disuelva en medios de disfrute. De ahí que el atesorador sacrifique al fetiche del oro sus apetitos carnales.”
“Usar” el dinero para acceder a otros objetos/medios de regocijo, a ciertos disfrutes, trae el problemita de pasar por la castración, de verificar la pérdida del goce supuesto todo. Correr tras un goce por venir, aferrarse fijado a lo que “se tiene/es”, no ceder ni hacerse a la falta, aplasta el deseo, conduce a perder… la vida. Concluye Lacan: “El que guarda la vida, la pierde.”
Es como variación del “discurso del amo” que Lacan escribe el matema del capitalismo, exponiendo sus efectos nodales.
El “discurso del analista” recorta el valor de la “pérdida” –“envés” de la “acumulación”-, la “falta” que abre acceso a los goces vitales de la palabra y la carne, a las satisfacciones que alcanza la realización del deseo, ahora.
VIII- Epílogo
Pulsión de muerte y capitalismo no derivan uno del otro. Cierta analogía en sus lógicas de funcionamiento entrama, sí, (la densidad, el peso de) su engarce determinante en nuestra cultura.
Imbricando un arco que va del “chupeteo” del niño –ya registrado por Freud- alrededor de un vacío sediento de ninguna necesidad orgánica… a la voracidad consumista ilimitada de las “impulsiones/adicciones” típicamente contemporáneas.
En la clínica psicoanalítica, desde luego, el dinero es un significante –que no significa (unívocamente) nada- como cualquier otro. Su valía pende y requiere se implique en el “caso por caso”.
Aun, Freud recorta cierta “maniobra” del analista con el dinero –así como con el tiempo-, capaz de jugar a nivel de la “estrategia” –desde la “política”-.
No se refiere a una “interpretación” que “descifre” el inconciente. Sino a una intervención –entre lo simbólico y lo real- que opere en el “manejo de la transferencia” el enigma crucial del “deseo del analista” –tan distinto a las banquinas del amor y el goce- .
Algo que hoy interpela nuestra práctica –cuyo valor también deviene del “trabajo… analítico”-, cuando ocasionalmente se inscribe en el régimen de la «gratuidad» estatal o la «estandarización» paupérrima de «honorarios establecidos» por obras sociales y prepagas.
Conviene recordar pues, que es la «economía libidinal» la que importa a nuestro acto.
BibliografÍa:
Astarita R: Droga, su relación con el valor y el capital.
Cichello G: Función del dinero en psicoanálisis.
Freud S: Tres ensayos de teoría sexual. Más allá del principio del placer. Sobre la transmutación de los instintos y el erotismo anal. Consejos al médico. La iniciación del tratamiento.
Lacan J: Seminarios XVII, XIX, VI, VII, VIII.
Martin P: Dinero y psicoanálisis.
Marx K: El capital. Trabajo asalariado y capital.
Miguel Ángel Rodríguez, psicoanalista, escritor.
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