Miguel Angel Rodriguez: Misceláneas a partir del “duelo”, normalmente «pathológico»

“Del latín dolus –dolor, luto-; que viene del verbo dolere –doler, sufrir, penar-.” (Diccionario etimológico)
“No estamos de duelo sino por alguien de quien podemos decirnos ‘Yo era su falta’.” (Seminario X, Jaques Lacan)
“Dios, por qué no te vas a la concha de tu re-puta madre?!!” (Expresión de un amigo –cura párroco- enterado del abrupto morir la mujer que en clandestinidad amaba)

I) Planteo:

Hay pérdidas y pérdidas: la que precipita el fallecimiento de un ser amado, no es cualquiera.
El duelo es algo que el sujeto “padece”, normalmente afectado por el pathos de una forma de la tristeza.
Es también algo que el sujeto “hace”; se trata –frase curiosa, que invita a los psicoanalistas a debatir su vínculo con el “acto”- de “hacer el duelo”.
Las manifestaciones a veces rotundas de desestabilización del sujeto ante ese agujero traumático de la muerte, la dominancia del sufrimiento, suelen interpelar la frontera entre el duelo y la patología.
Y hay ocasiones –en las que se advierten cierto exceso en el “padecer”, y cierta falta en el “hacer”- en las que el duelo ingresa de hecho en el campo de la clínica, motivando la consulta con un profesional “psi”.

II) Cultura, castración y muerte:

Nuestra cultura redujo rituales sociales antes más vigentes. Que en el caso del duelo tendían a acompañar al “deudo” en la simbolización/subjetivación de la pérdida, y hoy casi se limitan a los trámites administrativos y operaciones necesarias para eliminar el cuerpo. Sobre la muerte recae cierto tabú –que “prohíbe” lo irreductible al saber-. Para más, la ciencia tecnifica ese tiempo crucial del sujeto ante su fin, depositando en el equipo médico la decisión de cuándo interrumpir los cuidados hospitalarios que también lo drogan y objetivan.
El modo cultural de abordar la “castración” –muerte y sexualidad, límites de lo posible y simbolizable-, rechaza (el pathos de) la división subjetiva. Así –bajo el mandato de “¡Goza! ¡Hay que divertirse!”- la angustia, el dolor… se repelen, son mal vistos –conminando el phatos al ostracismo del campo privado y/o la patología-.
“Impossible is nothing”, manda el aldeano cruel cartel publicitario de la indumentaria deportiva emblemática del mercado global. Por claro que sea apenas correr –un trecho o un bondi- que el límite en algún momento se presenta –el músculo se cansa o lesiona, el colectivo se pierde-. Que en la vida humana –que no tiene porqué vivirse como una carrera- no todo (el goce) es posible.
Se multiplica la oferta de “remedios” para (la percepción de) cualquier alteración de la “homeostasis” –en particular si duele u obstaculiza el activo funcionamiento diario-.
La propaganda constante de productos “anti-age” denota el cegador repudio al paso del tiempo, el frenesí por borrar las marcas del vivir en la piel del cuerpo. Juventud, tesoro divino y terso –que quiere lo nuevo próximo, pero lo quiere “ya”-. Otras culturas respetaban al mayor, sabio. Algo exótico ante su pérdida de valor como sujeto de producción/consumo y el avasallamiento tecnológico…
(En nuestros pagos, desde el monto mínimo de las jubilaciones hasta las máximas golpizas propinadas a la vejez en ocasión de robo, se ubica una bestial premura por hacer de lado o añicos el espejo de la finitud y sus consecuencias cotidianas –que cuestionan la “voluntad de poder”-… Por otro lado, sorprende cierto viscoso metejón con la muerte y el cuerpo en la historia patria, aun antes de Mariano Moreno y después de los “desaparecidos”, pasando por los tejes y manejes en el manoseado cadáver de Evita –y las manos de Perón.-)
Desde luego, hay matices.
Valgámonos de dos “superhéroes” –esos fenómenos que tienen más poderes que el común de los mortales para vérselas con la castración- para graficarlo.
(Adviértase que aun sus diferencias, ambos atravesaron una pérdida, un duelo…)
El Hombre Araña es un ñato al que le pasan cosas con las cosas que le pasan. Siente la falta (de) y el amor (a) una mujer, en conflicto y (des)encuentro con otro deber (por) y amor (a) la comunidad/El Bien… De algún modo, su ser se divide en tribulaciones que lo afectan.
Distintamente, da la impresión que el inmutable Rambo, por mucho que le suceda… nunca sintiera ni le doliera nada.
Y que el sujeto de nuestra época se viera convocado –aunque con más “levedad” que Kun dureza- a andar por el mundo “líquido” de las relaciones interpersonales con la capa de Bauman, a preferir vivir sin sentir/dolher.
Convite (fallido) también, a tratar al objeto de amor como mercancía –si se gasta o ya no sirve se descarta; si aparece un modelo nuevo, chau-.
Pues ¿cómo afectaría al sujeto la pérdida de aquello que nunca tuvo para él un valor genuino –extraño, íntimo-?
Y si aun así algo se siente/duelhe… ¿para qué otra fecha se habrían inventado el clonazepam o el PMMA?

III) Psiquiatría y duelo:

Según se verifica la práctica psiquiátrica suele re-producir tal discurso social/cultural hegemónico, medicando todo pathos que ingresa a su consultorio.
Pero pongámoslo en estos términos: ¿corresponde “medicar” el duelo?
En su campo se abre algún debate, articulado a la razonable pregunta de si corresponde –o no, o cuándo- ubicar al duelo como “trastorno mental”.
Ejemplar en ello, el “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” DSM IV.
Pues tipifica explícitamente al “Duelo” –Z63.4 (V62.82)-. Aunque incluyéndolo en un capítulo “residual” –de esos que juntan aquellos elementos ariscos a cualquier sistema clasificatorio- significativamente denominado “Otros problemas que pueden ser objeto de la atención clínica”.
En tanto que “categoría” lo describe a contrapunto con el “trastorno depresivo mayor”. Esmerándose en afinar los términos cuando llega al borde impreciso de esa báscula, al distinguir –por la concurrencia de síntomas que enumera- la “reacción” de(l) duelo normal, del “episodio” depresivo mayor…
Respecto al tratamiento farmacológico… Ocurre –de hecho- que en el “vademécum” no hay psicofármaco “específico”: droga “para” el duelo.
Ni para curarlo –si se entendiera que fuese malo o anormal-. Ni para reducir su tiempo de duración –si se entendiera que fuese ventajoso poder pasar a otra cosa más rapidito-.
Luego, el abuso de cierta estrategia que –en vez de abordar el aquí esquivo “cuadro de base”- se inclina a medicar la “sintomatología” con la que el duelo cursa: un antidepresivo para la tristeza, un ansiolítico para la angustia, un hipnótico para el insomnio…

IV) Caso por caso:

Ocasionalmente suceden presentaciones clínicas en las que el desborde ilimitado que sufre el consultante inhabilita la “simbolización”, el “trabajo asociativo”. En tales casos –sea lo que fuera aquello que los fuerza- ¿por qué rechazaríamos de cuajo un uso táctico del instrumento químico?
Otra cosa es pretender erradicar todo pathos, prescribiendo la anulación subjetiva. (Eliminar el “padecer”, impide el “hacer”…)
La cuestión, sencillamente, sigue siendo esta: lo que le toca a quien ha perdido un amor, de manera singular, es hacer su duelo.
(Hacerse a lo que esa pérdida inscribe en él, a su escritura, borde de lo indecible…)
Punto que también enmarca la posición del analista –y la maniobra que ha de habitar sus intervenciones-.

V) Tachá la doble (Dos –por dos- pérdidas en un duelo):

1- Cuando fallece alguien amado, definitivamente, es su ser el que falta –en lo real-.
Pero a la vez, cuando se pierde el ser amado, se pierde el ser amado –uno, por él-.
La caída del objeto (de amor) del sujeto, comporta la caída del sujeto como objeto (de amor) de su partenaire.
Como el sujeto se aloja en el lugar de la falta del o/Otro, la muerte del o/Otro destierra y entierra lo que el sujeto es –era- “en” y “para” el o/Otro: conlleva la pérdida de “su” ser –redobla su “falta en ser”-.
(Así, la falta del sentido, del objeto de su vida… En el duelo se trata de a quién pierde el sujeto, pero a la vez de qué pierde él en esa pérdida –de su subjetividad desgarrada-.)
2- Las características de cada acontecimiento imprentan el duelo.
Aun, este cursará (“repitiendo”) los trazos de aquel duelo o/Otro, original: la pérdida estructural de goce por efecto del lenguaje, de la “primera experiencia de satisfacción”, del objeto leche/teta materno; el tránsito por el “complejo de castración/Edipo”.

VI) El duelo, en análisis:

Es distinto si el duelo –que en sí no es un síntoma como “formación sustitutiva”- se presenta en un análisis en curso, o si inaugura el llamado a un analista.
Tampoco este último campo resulta clínicamente homogéneo. Si se ubica como causa de la división subjetiva en la demanda, interpelando al sujeto que ya no sabe qué hacer con lo que insiste en padecerle. O lo trae arrojado como objeto en el “acting out” o el “pasaje al acto”…
La muerte de un ser amado –del “objeto de la libido”- produce un agujero. Golpe traumático, afecta al sujeto desgarrando la “trama significante”, desestabilizando el “fantasma”; provocando el alud de su escena en el mundo.
El “trabajo” del duelo requiere tiempo; orientado a pasar –en un ir y retornar “pieza por pieza”, comenta Freud- entre pérdida “real” y falta “simbólica”.
Movimiento que involucra recuerdos, sueños… formaciones del inconciente que subjetivan la pérdida, que escriben trazos mordiendo en lo real.
La situación fuerza una “des-libidinización” del objeto perdido, de sus marcas en el sujeto. Se advierte cierta retirada del “mundo exterior” –cierto “ensimismamiento”- durante el duelo. Duelo que a la postre le permitirá al sujeto volver a vincularse, re-ligar su libido en un nuevo objeto.
Suele imaginarse dicho proceso según la alegoría freudiana de la “ameba” y sus pseudópodos. Se comprende. Pero conviene entender que no es exactamente así…
Por ello no hay duelo completo, perfecto, sin “restos”. Que testimonian (lo real, en) lo irreductible de la alteridad del o/Otro; ese “más allá” del Otro, del “saber” significante, de (el “falo”,) la “significación fálica” –y sus “equivalencias sustitutivas”-.
Allí donde el duelo pone en juego la castración estructural, la posición del sujeto ante la falta del Otro; la re-articulación del sujeto –ya no al objeto de amor, sino dentro/fuera de él- al “objeto a” –suelto, en exceso, resto; “causa de deseo” y “plus de goce”-.
Es por la vía de la pérdida que la castración (re)inscribe la falta cual motor –del vivir-. (Entre el sujeto y el Otro, la pérdida del objeto “leche/teta” funda el deseo de otros objetos sustitutos, al despejar la falta –el “objeto a”- como “causa”.)
Desde luego, el analista habilita al sujeto el despliegue del tejido significante; pero desde un lugar más allá del Otro, haciendo(se) a la función del resto como causa del desear.
Operar tal dimensión ubica al analista y distingue al psicoanálisis de cualquier psicoterapia.

VII) “Duelo patológico”:

Cuando el sujeto (rechaza,) no logra “soltar”, “dejar ir” lo que ya fue, “perder lo perdido”… él se pierde agarrado, plegado, dejado al abandono –se identifica al objeto en caída, y la queda viviendo “amortecido”-. (“La sombra del objeto recae sobre el yo”, comenta Freud en “Duelo y melancolía”.)
Gruesamente, si en (el discurso de) el sujeto en “duelo normal” el mundo se vuelve pobre y vacío, en la “melancolía” eso le ocurre al yo…
Así, el “duelo patológico” es la detención, el fracaso, la interrupción… el no hacer el duelo cuyo hacer hace «falta».

VIII) El duelo –de la (su)posición neurótica ante la castración-, fin(al) de análisis:

Manifiestamente distintos, en el duelo es el partenaire el que “deja” al sujeto, y en el final del tratamiento es el sujeto (analizante) el que deja al partenaire (analista). Sin embargo tanto Freud como Lacan evocan el duelo al conceptualizar la terminación de un análisis. Entonces ¿cuál lógica está en juego, qué pérdida se duela al fin?
Propongo recorrer tal pregunta a partir de la dialéctica constitutiva postulada por Lacan desde el Seminario XI, de “alienación-separación”.
Consecuencia del lenguaje cribando el cuerpo (humano), la pérdida de goce. Entre el sujeto y el Otro –ambos barrados, afectados por la castración-, la falta –el “objeto a”-.
Primer movimiento de “alienación” del sujeto al Otro del lenguaje. Del sujeto –también en el tramo inicial de un análisis- al significante que lo “identifica”. (Como ningún significante nombra acabadamente el ser del sujeto, sujeto de “la falta en ser”.)
Segundo movimiento de “separación” del “sujeto” del Otro, orientado a ubicar el ser en el intervalo de la cadena significante –del lado del “objeto”-, en la falta del Otro, en el deseo del Otro; ahora produciendo así un “efecto de ser” –que el “fantasma” “fija” en concurso con la «gramática» pulsional-.
(Tal forma de ubicación se despliega… En el amor –que es demanda de “presencia” del o/Otro, y es demanda “apasionada” de “ser”-. En el deseo –deseo del Otro que una y otra vez se vuelve interrogación-. En el goce –como goce del Otro, supuesto-.)
Normalmente en el duelo, al colocar el sujeto su ser en (la falta de) el Otro, la pérdida del o/Otro amado involucra al sujeto como perdiendo su propio ser…
Otra es la lógica que efectúa el desenlace de un análisis –el “pase”-; el tipo de pasar más allá del Otro –como lugar de sustento y garantía del ser-.
° Así, por un lado, la separación en juego al final resulta distinta, hace diferencia; pues separa de aquella separación fundante referida –de la dinámica “alienación-separación” como lazo (neurótico) entre el sujeto y el Otro-.
Lacan sitúa al término de un análisis, en respuesta al mencionado “efecto de ser” que aquella separación inicial genera, cierto “deser”: inscripción de la castración como “conquista del deseo”; pérdida, duelo en el sujeto de su (falso) ser en el Otro –en el fantasma-.
° La estrategia neurótica ante la castración se constituye en la “suposición del Otro”; como aquel que sería, tendría o sabría lo que al sujeto le falta –y le demanda-; y como agente culpable de que al sujeto le falte –demandando su castración-. De allí la intensidad que puebla el escenario neurótico entre el sujeto y el o/Otro, de esperas, desilusiones, reclamos, indignación, padecimiento.
Por otro lado entonces, el registro de la castración (del o/Otro) al término de un análisis, implica la pérdida, el duelo –aquí no (sólo) del objeto amado, sino- del o/Otro (como sostén del ser); de la ilusión de completitud, de “La relación sexual”.
° Tal (modesta) operación final… separa, suelta al sujeto del Otro –alivianando su carga, atemperando el escenario de disputas, favoreciendo el goce posible en cada encuentro-. Conduce al sujeto más allá del Otro, en cierta soledad, a cargo de la falta –posición no siempre apacible-. Troca la neurótica “pasión/demanda de ser”, por el “hacerse a ser”. Responde a la falta en ser decidiendo un ser por la vía –afín a la “destitución subjetiva”- del objeto, allí donde el goce entona con la causa del deseo. Lleva al “acto” de ser –a ser en acto-.

IX) El disparador de Devenir 111:

El disparador del presente número de Devenir 111 no es “la muerte” –que se presta a una significación abstracta, grandiosa, ajena-; es “morir” –que refiere un hecho concreto, finito, que atañe a cada quien-. Decisión de usar, entonces, una “palabra-carne-borde”.
Inscribir fehacientemente la castración habilita la dignidad ética de un vivir singular, esta vida.

Miguel Ángel Rodríguez, psicoanalista.
licmar2000&yahoo.com.ar

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