Lo que se obtiene con violencia sólo se puede mantener con violencia.
Mahatma Gandhi
He coleccionado unos cuantos titulares de la prensa de las últimas semanas, noviembre y diciembre de 2023. Van únicamente tres, con el nombre del autor del artículo: “La humanidad ya ha extinguido más de 1.400 especies de aves, el doble de lo que se pensaba” (Verónica M. Garrido); “La crisis climática provocará que cada año 12 millones de niñas se queden sin escolarizar” (Rocío Cruz), y la que casi da razón de las dos anteriores, en respuesta a una iniciativa que proviene de los países africanos y que se anunció a bombo y platillo en 2021: “Estados Unidos y la UE rechazan el pacto tributario global propuesto por la ONU” (Claudio Silva). Todo es mentira, como en el tango, nadie -institución, país o entidad supranacional- va a hacer nunca nada, el futuro está totalmente hipotecado y no resta ya más ética universal para nuestros descendientes que el “sálvese quien pueda”. Entre tanto, Oriente no parece que vaya a modificar ni un ápice su estilo de gobierno autoritario o su trato legal y consuetudinario hacia las mujeres, mientras que Occidente ya no es más que una ingente terapia colectiva, pero, eso sí, con un poder cultural, económico y nuclear sin precedentes en la Vía Láctea. Decía el humorista argentino Tute que “cada vez hay más gente explicando cómo vivir mejor y menos gente viviendo mejor”. Respecto de ello, siempre me ha descolocado observar ese montón verdaderamente asombroso de gente cuya única preparación y profesión en la vida es saber sonreír. De hecho, yo creo que los soviéticos perdieron la Guerra Fría, además de por la intrínseca perversidad de su sistema, porque todo en el des-orden capitalista consiste en esencia en fingir, o al menos prometer, un orgasmo ininterrumpido a su población…
La publicidad te vende un maldito polo de helado como si estuvieses transgrediendo todos los límites y sucumbiendo a la más excitante de las tentaciones, y no hay un sólo spot de perfume en Navidad1 en el que no se evoque una realidad paralela absolutamente gélida en la que el deseo se vuelve hacia una suerte de prostitución sagrada2 como la que existía en la antigüedad. Ya todo es escuela de estilo, todos, no sólo los infames pedagogos o, yo que sé, el conductismo-cognitivismo, también los influencers, los youtubers, el marketing greenwashing, el trapero o reguetonero analfabeto de turno y hasta los curas pederastas entre pellizco y pellizco al monaguillo te arengan sin parar en orden a indicarte qué pautas debes seguir para mejorar tu vida, porque tu vida, sin duda, es un asco, pero no para enseñarte a pulir tus modales, tu urbanidad o tu temple moral (empiezo a parecerme a Catón el Viejo…), sino para que alcances la capacidad de surfear lo cool y el feeling good sin preocuparte por nada hasta el fin de tus días. Afrontamos los problemas más gigantescos jamás concebidos, poseemos la tecnología más potente que nunca nadie haya podido jamás prever, y tenemos al volante a enajenados como Javier Milei3 y de compañeros de especie y votantes potenciales a gente cuya única obsesión es labrarse un buen six-pack… Se diría que el gemido final con el que T.S. Eliot conjeturaba que debía terminar el mundo -en Cuatro cuartetos– ha ser imperativamente de placer, del placer más arrastrado e impuesto desde fuera, o no será…
De manera que ya habitamos la locura en la más psiquiátrica de sus acepciones, pero lo que yo encuentro más absurdo de todo en que nuestro objetivo último, tras milenios de civilización o de intento de ellas ea hacernos indecente y asquerosamente ricos, propósito que una vez alcanzado se convierte en la peor de las pesadillas. Personas con talento, como Johnny Depp, que al haber alcanzado la cima de su profesión únicamente aciertan a pasar sus días poniéndose hasta arriba y agarrándose a trompadas con sus sucesivas parejas, banqueros de éxito, como antaño Mario Conde, que se pasan de la raya -nunca mejor dicho…- y terminan en la cárcel, lo mismo cabe decir de políticos como Rodrigo Rato, de advenedizos como Iñaki Undargarin o de musas del papel couché como Isabel Pantoja, a la que ya no quiere ni respeta ninguno de sus hijos… ¿eso es el ideal que nos propone nuestra cultura y para el cual hay que esforzarse mucho o pisar cuellos? Hay que decirlo alto y claro: como te toque la lotería estás jodido. Nadar en la abundancia es garantía de vida vacía y estúpida, seguida de muerte temprana y desgraciada. El dinero que se hace con la sangre o la explotación del prójimo sabe a sangre y miseria, e infecta y amarga la vida del que lo amasa, como apuntaba un tanto mágicamente García Calvo. La locura que subyace al diagnóstico final de la civilización humana traspasado ya el segundo milenio consiste en que todos mis alumnos quieren ser Pablo Escobar o Maluma, pero ninguno Gandhi o Mark Knopfler, y todo lo que les rodea conspira para ello. Los canis actuales podrían muy bien ser definidos como los reyes del kitsch, pero es que los reyes reales del s. XXI son mucho peores, amén de más horteras y más kitsch…
Noam Chomsky dijo una vez: “Hay una buena razón por la que nadie estudia historia: simplemente te enseña demasiado”. Hace unos días contemple una escena que me dejó estupefacto. Un homeless barbudo y desastrado, ya talludito y con experiencia en el oficio, pasó cerca de una terraza donde unos chavales de lo que yo denomino “Generación Bro” (La Generación «Bro» – Dialektika) bebían unas cervezas, decían muchos “bro” y comían unos sandwiches. El hombre, ni corto ni perezoso, cogió uno de los sandwiches, lo tiró al suelo, lo pisó fuerte con su bota sin marca ni logo ni nada y luego se lo llevó a la boca. Ninguno de los chavales, que con su número podían haberle hecho papilla, se atrevió a protestar, ni siquiera con un “¡pero qué haces, bro!”. Hemos llegado hasta el siglo XX como una puta regadera, y no parece que el pronóstico sea de aminoramiento o curación. Hannah Arendt exhortaba en La condición humana a poner toda nuestra esperanza en los recién nacidos o por nacer, porque ellos fundarán un mundo nuevo. Escribió, bellamente: los humanos, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar. ¡Encomium Moriae! Lo cierto es que no parece que las élites tengan ninguna intención de permitírselo…
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1 Por cierto… ¿si borrásemos todos los logos de los productos que presumen de diferenciarse en el mercado, cómo demonios distinguiríamos el turrón barato del caro, el bolso de mantero del de la boutique, las zapas de Adidas de las de Nisu -”ni su padre las conoce..”? A mi juicio, esta simple pregunta, pensada a fondo, desmantela por completo otra mentira, la mentira de la Ley de Competencia inherente al Libre Mercado.
2 Al modo como lo narraba Antonio Escohotado en su Rameras y esposas, Anagrama.
3 Habrá quien piense que sujetos como Milei, Trump, Putin o Pablo Escobar son individuos absolutamente excepcionales a los que deberíamos admirar como al Übermensch de Nietzsche, dada su capacidad para situarse más allá del bien y del mal. Pero es que con el Übermensch ocurre lo mismo que con el Paraíso cristiano del que el filósofo tanto renegaba, que es imposible describir de antemano sus delicias vitales positivamente, excepto por negación de las del hombre inferior, el Untermensch, e incluso uno se teme que las mieles saboreadas por el Übermensch serían solitarias, tristes y neurasténicas, como de torpe aprendiz de Lucifer…
Óscar Sánchez, filósofo, escritor, nacido en España donde hoy vive, aborda desde tales campos actualidad, cine, cómic, política…
Correo: tejumn36@hotmail.com