Rocha Arzola: «Sueños de fresas»

El sueño es el confidente íntimo,
la intimidad misma.
Pascal Quignard

Fresas en el mostrador de la cocina de oficina, reconstrucción (1999). Colección
de fotos: Anne Frank Stichting, Ámsterdam / fotógrafo: Allard Bovenberg

Querida An:

Pienso en los días en que tenías que esconder hasta los ruidos de la panza por hambre por miedo a ser descubierta. La respiración por la noche es más intensa y no podías prender la luz para leer cuando llegaba el insomnio. Pienso en tu sueño como un brote oscuro, escapando a la promesa del guardián. Pienso y me desvelo. Me desvelo y pienso. Doy vueltas. Recuerdo en mis noches de adolescente cuando no me podía dormir porque las fantasías me dejaban desnuda de sueños. Era entrar en un bosque inesperado y húmedo. Una noche de esas fui en puntas de pie a la heladera y me comí una bandeja de fresas. Bueno, en realidad donde vivo le decimos frutillas. Los estados de ánimo mordisquean esta noche. Creo que tu espíritu curioso hubiera estado de acuerdo con la idea de desplazar a la manzana del lugar que ocupa en la historia de la tentación y del deseo y reescribir algunas historias. Te imaginarías a Eva mordiendo una fresa y a Blanca Nieves desmayada por morder ese fruto ácido, levemente dulce. Esto me divierte y estoy segura que en el paraíso nos van a recibir los árboles brotados de fresas. 

¿Sabrías que es la única fruta que tiene sus semillas en el exterior? No se sabe qué potencia evolutiva hizo que la naturaleza le diera este rasgo único y revistiera su exterior con lo que debía estar en el interior. Por eso su etimología refiere a préstamo, a don. Pero, sabes, también la fresa es una herramienta que se utiliza para hacer cortes. Lo que me pareció una sutileza teniendo en cuenta que en el insomnio lo que falla es el corte. Los párpados, un telón fallado.

Hay poemas que saben a fresa, a boca a cielo abierto. Como decía Pizarnik, una poeta que te hubiera gustado leer, en esta noche y en este mundo, todos los caminos conducen a fresa, como anagrama de frase.

¿Habrás leído en el libro de mitos que te regalaron para tu cumpleaños sobre las fiestas de Adonis? ¡Los romanos se enfresaban! ¡Qué historia de amor! Cuando Adonis murió, Venus lloró tanto que sus lágrimas se convirtieron en pequeños corazones de fresas rojo-pasión al tocar la tierra. Así amaba yo de adolescente, como Venus, buscando fresones en los cuellos de mis adonises. 

Fresas del bosque, de playa, escarlata. Silvestres como en los sueños diurnos de Isak Borg, el protagonista de una película que te hubiera gustado ver. Se llama Fresas salvajes y el director era de tus pagos europeos, nació once años antes que vos. Isak fantasea con su prima que también es su novia y se llama igual que una amiga mía, Sara y tiene un pelo ondulado como el tuyo. Me las imagino en bicicleta por la costa de los canales de Ámsterdam. Acá no tenemos canales pero si una costanera marrón, donde existió el primer balneario de Buenos Aires. Bueno, en la película, Sara recoge fresas mientras el primo de su novio la quiere seducir. La escena es teatral, como si se abriera el telón de lo prohibido. El nombre original de la película es Smulltrosntaller, impronunciable, a vos capaz te resonaría, es tan difícil para mí, como el alemán. En la película es el lugar de la añoranza, del paraíso perdido, de promesa de lo irrealizable. 

Querida An: 

Las fresas y la noche me llevaron a lugares inesperados. Estamos en cuarentena y me gustaría hacer un viaje. Un viaje para conocer tu casa y la de Freud. Entre Ámsterdam y Viena hay una distancia de casi mil doscientos kilómetros .Tendría que elegir un camino: dos horas en avión o un viaje por tierra, de más de diez horas, con una parada intermedia en Frankfurt, donde naciste. Mi amigo Nicolás, que vive en otra provincia, dice que prefiere mil veces viajar a Buenos Aires por tierra, que cuando se le mete el amanecer en los ojos es como la lámpara de Van Gogh sobre el campo, ese color amarrillo único, con el que también se intoxicó. El museo de Van Gogh lo inauguraron trece años después que convirtieran la casa de atrás en un museo con tu nombre, sería un paseo a pie de media hora bordeando el canal Prinsengracht, el mismo donde estaba tu escondite. Freud vivió en Viena hasta el año 1938, luego se exilió a Londres por la persecución. Con la diferencia que ahí resguardó su vida. La casa de Freud en Viena también se convirtió en un museo de la memoria, once años después que tu casa-museo. Te hubiera gustado saber que Freud tuvo seis hijos y una de ellas se llamó Ana, la única hija que se dedicó al psicoanálisis, aunque siguió por otro camino.

Querida An:

Ana Freud nació 34 años antes que vos. Tu padre aún no había nacido. Era un invierno nevado de la Belle Epoque vienesa y con Ana llegaba el teléfono a Viena. A Freud mucho no le gustaba ese aparato y lo miraba con recelo. Él prefería escribir cartas. Escribió miles. A su mujer, a sus hijos, a sus amigos y colegas. En ese tiempo publicaba junto a Breuer sus primeros Estudios sobre la histeria. Una teoría muy interesante que les daba un nuevo cuerpo y voz a las mujeres.

En otoño de ese año le escribió una carta a su mejor amigo diciéndole que si su próximo hijo fuera varón le gustaría ponerle su nombre, de lo contrario le pondrían Ana. Te hubiera maravillado su descubrimiento del inconsciente. En Argentina hubo una analista mujer que se llamaba Arminda que leyó tu diario y tomó tu testimonio para escribir sobre el amor, el cuerpo, los celos, los duelos, la sexualidad en la adolescencia. Imaginate Ana, tu escritura le dio voz a una generación de jóvenes.

El 3 de Diciembre de 1895, nació Ana Freud. Heredó el nombre de pila de su tía paterna y de una hija del maestro de hebreo de Freud, Samuel Hammerschlag, quien será el padrino de Ana Freud.

Ana H fue paciente de Freud, es famosa por un sueño de la cosecha del verano freudiano, conocido como La inyección de Irma. En él hay una boca abriéndose paso al descubrimiento del Inconsciente.

Querida An:

Verano de 1897

 Banquete de fresas

Con la llegada de la pequeña Ana, el consultorio de Freud floreció de trabajo. Parece que era una muchachita un poco glotona y que le gustaban las fresas. Alrededor del año y medio un día vomitó por un atracón de fresas que se había dado y la pusieron a  dieta. Como todo niño, no le gustan las prohibiciones y al otro día, se tomó la revancha en sueños. Cuenta su padre que a la noche siguiente la escuchó soñar a media lengua y en voz alta. La oyó decir su nombre entre un menú que  abarcaba un abanico codiciable de fresas, huevos y papilla. Confirmando que  también en los niños el sueño es una realización de deseos mordisqueando con la ley. Entre la frase y la fresa, un deseo a deletrear. 

Querida An: 

12 de junio de 1900 

Bajo el cielo del Danubio azul

Tu padre cumplía un año y la familia Freud vacacionaba en el Palacio Bellevue. Bosques, viñas y lilas, acacias y jazmines. Freud era un soñador, como vos, soñaba con Otra humanidad. Desde una colina que miraba a la Viena del Danubio azul rodeada de rosas silvestres floreciendo, imaginó que algún día alguien colocaría una placa en la puerta de su casa que recordaría que ahí se había revelado el secreto de los sueños. En 1977, el mismo año que se fundó un centro con tu nombre en Estados Unidos se puso la placa que imaginó Freud en esa colina en lo alto de Viena. Parece que hay que dar un largo rodeo para llegar, primero en autobús y caminata, luego subir una escalera y finalmente seguir un camino de árboles.

Querida An:

Verano de 1929

Cuando naciste era verano en la ciudad de Frankfurt y el mercado de frutas desbordaba de cajones de fresas por la reciente cosecha de Mayo. Bordeando el río Meno, la misma ciudad donde nació Goethe, el poeta preferido de Freud. Cuando cumpliste un año a Freud le dieron el premio literario Goethe, escribía como los dioses. También te hubiera gustado saber que hubo otra Ana, en la historia del Psicoanálisis, paciente de Freud que se llamaba Bertha Pappenheim, conocida como Anna O. Fue directora de un orfanato en Frankfurt y referente del feminismo judío alemán. Esa ciudad que te vio nacer se convirtió en la madre de las ferias del libro y ahí hubieras visto exhibido tu diario.

Querida An:

Fin del otoño

A los tres meses de tu nacimiento, Freud terminaba de escribir el primer capítulo de El malestar en la cultura. Dio algunas vueltas para elegir el título, se preguntaba por la felicidad, y eso no era lo que caracterizaba la cultura, sino el malestar. A la par de este ensayo pasea y retoca el libro de los sueños.

Estás por cumplir 4 años. Ana Freud tiene 38 y su padre 77. El 30 de enero de 1933 ascendía Hitler al poder. Unos meses más tarde en la Plaza de la Ópera de Berlín y en cientos de plazas de las universidades se quemaban públicamente los libros. El periodismo nazi llamaba a Freud ¡el destructor del alma! El maestro anticipaba que un manto de cenizas caería sobre la humanidad. 

Querida An:

Del sueño a la escritura

Estamos en el año 2020 y una nueva pandemia azota y asola al mundo. Estamos confinados en nuestras casas, los que podemos. Sosteniendo refugios o reinventando nuevos. El encierro no es igual para todos. Hay encierros nuevos y los de antes. La pandemia deviene en algunos casos en una tragedia, en otros, lo inédito se presenta con un asombro constante y relanza muchos deseos y sueños. En tu historia, no estaba esta posibilidad, fue un sueño oscuro.

Cuentan los periódicos que hace un poco más de cien años, otra pandemia, la gripe española, diezmaba Europa. Dicen que podría haber sido solidaria con el ascenso de Hitler. Cuando tenías diez años, ese poder monstruoso, empezó a perseguirte, a vos, a tu familia, a toda la comunidad judía. No podría imaginar tanto dolor. Tuviste que dejar tu bicicleta y llevar la estrella distintiva de la segregación. Cambiar de escuela, comprar en los almacenes que estaban señalizados. La cadena de la historia se detuvo. Les prohibieron subir a los medios de transporte, las licencias de conducir, las salidas después de las ocho de la noche, la entrada a los espectáculos y a las piscinas, a practicar deportes. Le expropiaron las empresas a tu padre como a todos los comerciantes judios.

En ese mismo año, tus tíos maternos consiguieron huir a Norteamérica y Freud, después de muchas resistencias por abandonar su lugar, fue exiliado en Londres. Lugar que le dio una última bocanada a su trabajo.

Querida An: 

12 de junio de 1942

Cumplías 13 años. Tus gustos por la lectura, por las plantas, por los amigos, te retrataban como una joven curiosa y deseante despertando a la primavera. Ese día recibiste varios regalos: rosas y peonías, un rompecabezas, chocolates, los libros Mitos y leyendas de Joseph Cohen, La cámara oscura de Hildebrand, Las vacaciones de Daisy en la montaña, una blusa azul. ¡Qué hermosa te quedaría con esos ojos! Un prendedor, una botella de jugo de uvas, dinero para comprarte más libros y un pastel de fresas que te hizo tu mamá. Tu papá te regaló un Diario, que no te salvó la vida, pero como escribiste, lo convertiste en tu apoyo y tu confidente.  Un jardín hecho de hojas blancas, refugio y destinatario de una amistad de ficción llamada Kitty. 

Querida An: 

14 de junio de 1942

Comenzaste a escribir tu diario dos días después de cumplir 13 años. Festejaste con tus amigos y miraron El guardián del faro con Rin- tintín. Unos días después tu papá te contó de un escondite al que irían a refugiarse. Preparaste tu bolso con bigudíes, pañuelos, libros, cartas, fotos de tus amigos y recortes de revistas de estrellas del cine. El 6 de julio de 1942 te escondiste  con tu familia y cuatro personas más en la casa atrás y de acá para adelante me agarra un dolor en el pecho infinito. En el encierro más radical emprendiste un viaje íntimo a la escritura. El reflorecimiento de las fantasías, el cosquilleo del cuerpo, la mirada que posa en el reflejo tímido del espejo y el primer beso se abrieron paso ante la clandestinidad, el silencio absoluto y la voz ahogada. 

Querida An:

Conservas de la vida frente a lo perecedero

Es primavera y escribías mientras florecían los campos de narcisos. No sabes que será tu anteúltima carta.

La casa de atrás se bañó de aroma de bolitas rojas por unos cuantos días. Llegaron 24 cajas de fresas polvorientas y llenas de arena. Una exquisitez exótica para esos días en que la vida y las fresas eran confiscadas en Ámsterdam.

Soñabas despierta con la pulpa de la vida. Una ronda familiar alrededor de la mesa se convirtió en una fiesta roja y sabrosa entre tus manos y tu boca. Vasijas de mermeladas, avena con fresas, yogur con fresas, pan con fresas, fresas de postre, fresas con azúcar y fresas con arena, sándwich de fresas te hicieron reír y bailar en tu vals de fresas. 

Ana, soñaste con publicar tu novela. Las hojas de tu diario quedaron sueltas en el piso después de tu arresto. Una mujer que trabajaba en la oficina de la casa de adelante, las rescató y se las entregó a tu papá. No sabía qué hacer con esas cartas, el desamparo quería borrarse. Nadie quería hablar, quería dejar atrás el horror. Hasta que finalmente un editor, amigo de tu papá, lo convenció y escribió una reseña de tu diario que tituló la Voz infantil. En 1947 se publicó por primera vez tu Diario, se convirtió en un legado fundamental y tu nombre en un icono de la shoah. Termino este viaje. Esta noche, tu escritura me abraza fuerte.

Referencias:

El diario de Ana Frank

Roudinesco, E. Freud en su tiempo y en el nuestro

Freud, S. Cartas a Fliess / La interpretación de los sueños

Lacan, J. Seminario 4, 5 y 6. Clases donde toma el sueño de Anna Freud.

Aberastury, A. El mundo del adolescente

https://www.annefrank.org/es/

https://www.niusdiario.es/cultura/coronavirus-gripe-espanola-ascenso-hitler-historia-alemania-nazi_18_2941845277.html

https://www.milenio.com/cultura/el-sueno-es-la-intimidad-misma?fbclid=IwAR1qpmikoFmi69BT8GYlm1KbfHctm48qSw9LEeXdRC33ubwHolJjeRDF9o

Rocha Arzola, psicoanalista, lectora, editora y correctora de trabajos académicos.

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