Sabino Villaveirán: «Cualquier parecido con la actualidad…»

Para quienes gustan de la literatura clásica española, Historia de la vida del Buscón llamado Don Pablos, de Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibañes Ceballos, es una estación impostergable. Su lectura nos instala en la España del siglo XVII transportados en una prosa excelsa y despiadada de la que se desprenden como tumores purulentos las percepciones del mundo que la aristocracia privilegiada recibe a través de la mirada de sus ojos bizcos.

La novela se inscribe dentro de los cánones de la picaresca. Su autor nació en Madrid en 1580. Sus padres eran hidalgos, es decir “hijos de algo”, título dudoso y antojadizo reservado para las familias prominentes y principales, generalmente ricas, creado para diferenciarlas de las pobres que eran consideradas nada. Él heredó, por supuesto ese título. El personaje principal de la novela es Pablos, un buscón, un buscavidas, un ser menor a quien su origen condena “inexorablemente” a la delincuencia, a la promiscuidad y a los actos ruines. Dado que, al momento de imprimirse los primeros ejemplares, Quevedo no asumía del todo su autoría por miedo a la Inquisición, y a que una vez admitida, tuvo que realizarle algunas modificaciones sugeridas por ella, la fecha de su primera edición es imprecisa. Los historiadores la sitúan entre 1622 y 1627, bajo el reinado de Felipe IV, el grande. Se trataba de una España imperialista y evangelizadora en la que solamente un pequeño grupo gozaba de los privilegios que otorga haber dormido en la cuna adecuada, la de los nobles, dejando las penurias para un pueblo sumido en la pobreza y para las colonias americanas y del norte de África.

Influenciado por la lógica con la que se fabricó la almohada sobre la que apoyaba su cabeza de niño en aquella cuna intolerante, condena al personaje a la miseria y enfatiza el determinismo histórico como una situación sin atenuantes. Le recuerda constantemente su origen de pobreza y relaciona esta condición con la delincuencia y con el engaño, toda vez que estos son los únicos argumentos mediante los cuales nuestro Buscón intenta salir de pobre a lo largo del relato. La simplicidad de su razonamiento necesita apuntalarse en la generación anterior que, a la vez deriva de otras, y para eso describe al padre como un barbero que obligaba a su hijo más pequeño, hermano de Pablos, a robarles a los clientes mientras él los afeitaba, y a la madre la describe como una católica nueva, tal vez judía y medio bruja, que muere años después en las hogueras del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. De tal palo tal astilla y queda así justificada la Historia de la vida del Buscón llamado Don Pablos.

En un momento dado de su infancia, Pablos le pide a sus padres que lo manden a la escuela porque quería aprender a leer y a escribir. Es allí en la escuela que entabla amistad con Diego Zuñiga, hijo del noble coronel Don Alonso de Zuñiga. Esta amistad lo hizo conocer grandes y renombradas escuelas y le mostró una parte del mundo que él ni siquiera sospechaba. Sin embargo, debió pagar con creces el acceso a ese bienestar, los demás compañeros le hacían la vida imposible al conocer su verdadero origen y tuvo que aprender a defenderse de las agresiones, reacción que Quevedo elige considerar resentimiento. La amistad con Don Diego continúa algunos años hasta que el tío de Pablos, que a la sazón era el verdugo del pueblo, le hace llegar una carta donde le comunica que tuvo que matar a su padre por ladrón y que tenía para él una pequeña herencia que le correspondía. De esta forma abandona la escuela y se distancia momentáneamente de Don Diego. Una vez en casa de su tío recibe la magra herencia y conoce a algunos amigotes suyos que, como el lector de estas humildísimas líneas ya habrá detectado, eran tan desagradables como él. Resuelto a no volver a ver a su tío espera a que todos empiecen a dormir su borrachera, toma su herencia y sus petates y sale de la casa no sin antes dejarle una carta al tío en la que le deja bien claro que no lo busque porque no quiere volver a verlo nunca más.

Salió sin rumbo fijo y a las afueras del pueblo se hospedó en una posada. Al día siguiente decidió marchar hacia Madrid. En el camino conoce a un señor que por sus ropas parecía un hombre principal, quien dice ser Conde y que también se dirigía a Madrid. A medida que avanzaban en el camino también iba aumentando una amistad recíproca y en el terreno fangoso de las confesiones, el personaje le revela que, en realidad no es Conde, que es pobre y que todo lo que necesita para sobrevivir es aparentar serlo. Así le manifiesta que toda su ropa, a excepción de la capa y el calzado, es solamente aquello que se ve. Su camisa no era más que los puños y el cuello, sus polainas eran solo un aro de tela que sobresalía de las botas, que la calza que vestía no tenía parte de atrás y que el chaleco era solo los ojales y botones que se veían al abrir su capa. No se acongojaba por su situación, lejos de eso lo divertía y le aseguró que esa apariencia de persona tan notable le abría las puertas de las casas más rumbosas y así pasaba la buena vida. Llegados a Madrid, su nuevo amigo lo lleva a una casa en la que viven otros buscones con los que entabla amistad y pronto se transforma en uno más de ellos. Pasan los días componiendo retazos de telas rancias para convertirlas en prendas lujosas para usufructuar los beneficios que sus apariencias les permitieran procurarse. Son invitados de los más altos personajes quienes los tratan como iguales, comen y viven a sus expensas y tienen la precaución de evaporarse un segundo antes de ser descubierta su impostura. Esta forma de vida les brinda algunos provechos momentáneos; pero también los metía en aprietos. Muchas veces terminaba preso y azotado y debía cambiar de ciudad si quería seguir sobreviviendo.

En uno de esos traslados forzosos ocurre un acontecimiento que resume el pensamiento hidalgo. Al anochecer de cierto día, cansado del viaje se detiene a pernoctar en una posada. Una vez instalado en sus aposentos, baja a cenar al comedor y divisa en una mesa al fondo del salón en la que cena una joven hermosa escoltada por dos sirvientes de pie, un hombre y una mujer que velan por su comodidad. Asombrado por la belleza de la dama y por su riqueza, averigua a través del posadero que se trata de la hija de un Conde que va camino a Segovia y que su cuarto es contiguo al suyo. Ya cada cual en sus habitaciones decide impresionar a la mujer para poder abordarla al día siguiente. A falta de una idea mejor y de posibilidades más efectivas, saca de su morral las únicas dos monedas de oro que tiene y las arroja alternativamente sobre una mesa de madera. Como las paredes de la posada eran de adobe los sonidos pasaban de una habitación a otra sin problemas, de modo que la dama le oyó contar diez mil monedas, por lo que lo tomó por un noble acaudalado. Al día siguiente volvió a verla en el comedor de la posada, se presentó y le declaró su amor. La dama pareció corresponderle más codiciosa que enamorada y aceptó dar un paseo por el parque. Al regreso de la caminata se encuentra con que su antiguo amigo Don Diego de Zuñiga había parado también en la misma posada. Éste al verlo lo reprende y pone en conocimiento de la mujer la calaña del hombre que la llevaba del brazo. Se desvanecen así las esperanzas de un casamiento ventajoso. Una y mil situaciones similares tiene que vivir por el estilo. Por una vez que consigue una sonrisa, diez son llanto. Harto de su suerte decide venirse a las Américas para probar si el cambio de aires trae también un cambio de fortuna.

Este es, a grandes rasgos, el argumento de la novela y lo que germina de él. Dejé; ex profeso, para el final, la última frase de la novela que Quevedo pone en boca de Don Pablos cuando decide venirse a las Américas a probar suerte al tiempo que promete una segunda parte de la historia. Dice: “Y fueme peor, como V MD verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres”. Por eso, cualquier parecido con la actualidad…


Sabino Villaveirán, escritor, tallador y escultor en madera, profesor para la enseñanza primaria en la escuela pública.

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