Martín Ayos: Sobre Hunky Dory.

(Charla dictada para el evento Alter Bowie, Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Plantel Centro Histórico Fray Servando Teresa de Mier #92 Col. Obrera, Ciudad de México.)

“Yo es otro. Si el cobre se despierta convertido en corneta, la culpa no es en modo alguno suya (…) Yo es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín, ¡y mofa contra los inconscientes, que pontifican sobre lo que ignoran por completo!” Arthur Rimbaud: Cartas del vidente.

Siempre he considerado que Bowie hablaba para gente como yo. Aún en los momentos de su música con los que menos me identificaba, el mensaje era el mismo. Sus mejores canciones me han marcado de tal modo, que su muerte significó una enorme pérdida. No hubo ni habrá nadie que lo reemplace. Quien habla, un outsider entre otros millones, no podrá superar su ida de este planeta. El planeta Tierra es azul (y triste) y no hay nada que podamos hacer.

Para el evento que me convoca, he elegido Hunky Dory. La época, el personaje y el disco, siempre me han atrapado. Considero Hunky Dory como un antes y un después, tanto en lo que conozco de la carrera de Bowie, como en lo que a música, escena y mensaje se refiere. Por supuesto, ya desde los Manish Boys, Bowie venía planteando un cambio en la escena del rock. Es verdad, también, que tal vez alguna letra anterior a Hunky Dory y su puesta en escena después de la disolución de The Buzz haya sido un preámbulo. Sin embargo, el álbum, el personaje y todo lo que tiene que ver con Hunky Dory son la apertura hacia lo que vendría. El estallido. Quien quiera me podrá corregir. Yo veo, desde Hunky Dory en adelante, un modo de creación basado en la alteridad, no necesariamente disociativa, sino multiplicadora de yoes. Algo similar a los heterónimos de Pessoa. Puede hablarse de personajes, es cierto. Pero a condición de que esos personajes sean las máscaras dionisíacas de las que tanto hablaba Nietzsche desde “El origen de la tragedia a partir del espíritu de la música”. Máscaras que implican un juego. Se trata de comprometerse a fondo con ese juego, más que asumir de una vez por todas algunas de esas identidades.

Bien sabido es que Bowie ha sido un genio a quien le ha costado muchísimo serlo. Toda su carrera anterior muestra ese esfuerzo. Sus primeras canciones van en la dirección de una metamorfosis. Quizás hayan pasado desapercibidas. De hecho, ninguna de las de su primer disco han sido grandes éxitos. Pero comenzaban a mostrar otro universo posible.

Hunky Dory es su cuarto disco. Detrás, están joyas como Space Oddity y The man who sold the world. Discos que dejaban muy atrás su debut. Discos gloriosos que podemos escuchar sin hartarnos nunca. Discos que aunque no hayan estado en el primer lugar de los charts de la época, movieron a muchísima gente a enamorarse del universo propuesto por Bowie. Desde el comienzo se puede ver el proceso creativo que lo llevaría a Hunky Dory y luego The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars y Aladin Sane.

Hunky Dory es un punto alto en la metamorfosis. Creo que es crucial el hecho de que comience con “Changes”. Es un himno. En Changes, Bowie nos cuenta su historia: “I still don’t know what I was waiting for / And my time was running wild / A million dead-end streets / Every time I thought I’d got it made / It seemed the taste was not so sweet / So I turned myself to face me / But I’ve never caught a glimpse / Of how the others must see the faker / I’m much too fast to take that test” Y Lo que vendrá: “Ch-ch-ch-ch-Changes (Turn and face the strange) / Turn and face the strain / Ch-ch-Changes / Don’t have to be a richer man / Ch-ch-ch-ch-Changes / Ch-ch-Changes (Turn and face the strange) / Don’t want to be a better man / Time may change me / But I can’t trace time”

Hunky Dory es el cambio. Pero frases como “Turn and face the strange” siempre supuse que estaban dedicadas de modo directo a su público. Sabía quién era su interlocutor. Era gente como nostros: “the strange” era lo que no se veía, pero estaba y tenía que salir. El personaje tampoco es el mismo. tal cual lo cuenta la canción: alguien que todavía no sabe qué espera, que ha tenido miles de obstáculos, pero que no tiene tiempo para adaptarse.
¿Cuántos habrán sido como nosotros en aquella época, cuántos seguiremos siéndolo? Hunky Dory es en plena etapa glam de Bowie. Etapa que comienza incluso antes de The man who sold the world o Space Oddity.
Tiene sus orígenes en su amistad con Marc Bolan de los T-Rex y su “visión” de lo que vendría poco tiempo más tarde.

Hunky Dory es una máscara, un personaje que nos impulsa a salir a la luz. Adiós a lo preconcebido. Bienvenido sea lo extraño. Incluso si se trata de la vida en otro planeta, sirve para reforzar la idea de que no hay un modo de ser que sea mejor que otro. Y que quienes se sienten desplazados por los valores tradicionalistas, no deben hacer caso de estos. Life on Mars? es un ejemplo claro: “It’s a god-awful small affair / To the girl with the mousy hair / But her mummy is yelling “No” / And her daddy has told her to go” O “Take a look at the Lawman / Beating up the wrong guy / Oh man! Wonder if he’ll ever know / He’s in the best selling show / Is there life on Mars?” Es tan político e importante el affair de esa quinceañera que es castigada por su familia, como el chico a quien castiga erróneamente el hombre de ley. Porque lo que se está castigando es ser uno mismo, o mejor se “lo otro”. Ambos son Bowie. Ambos buscan algo diferente.

Hunky Dory es una expresión que quiere decir “genial”, “todo bien”. Es una respuesta a una sociedad pacata, incluso a un rock pacato que se ha quedado, en muchos casos, a la par de los valores que una vez atacara.
Para mí siempre ha significado: “genial, sigue siendo lo que eres. No importa qué digan.”

Hunky Dory es un disco increíble. La formación es la misma de Ziggy Stardust & The Spiders From Mars, a la que se suma Rick Wakeman, nada menos. El Bowie de Hunky Dory es alguien que comparte su vida hasta el momento, como un manifiesto. Nos dibuja otro universo posible en las canciones antedichas, pero también en Andy Warhol, Song for Bob Dylan o Queen Bitch (dedicada a Lou Reed). Lo “extraño” es, de aquí en más, lo que se va a querer, a afirmar, a disfrutar, pese al dolor que significa la lucha por que salga a la luz. Debe primar lo que siempre está en medio, “ni esto ni aquello”, lo que es diferente, anómalo, mal visto, tachado de deformidad. Incluso por quienes lo son. La androginia de The Man Who Sold The World, estalla y es más parecida a Ziggy, el extraterrestre. Es lo extraño, venido de otro lugar, para mostrarnos que en este mundo también es posible. Pero no en la forma de un profeta o un iluminado, sino mostrándose tal cual es: indeterminado. Está diciéndonos “yo soy esto, sé que algunos de ustedes los son. Pues bien, esto es bueno”.

Pero ser diferente no es fácil. Quick Sand, por ejemplo, nos pone una disyuntiva nietzscheana. Es un período de la metamorfosis hundirse en arenas movedizas. Ahí mismo nos explica cómo es la sensación: I’m not a prophet or a stone age man / Just a mortal with the potential of a superman /I’m living on / I’m tethered to the logic of Homo Sapiens / Can’t take my eyes from the great salvation / Of bullshit faith…” Puesto en primera persona, nos impele a hacernos carne de ello. Son palabras que tienen la fuerza con la que Nietzsche habla del nihilismo, de los valores absolutos de la religión como modo de negación de la vida. Todo acompañado de una melodía hermosa que contrasta con lo que se está cantando. La idea es liberarse de los valores eternos enquistados en uno mismo para poder ejercer ese potencial de superhombre que en la canción decae siempre que los valores morales sigan primando. Y en esto, también está Bowie y sus primeros tiempos. Cuando era David Jones y sabía que quería ser algo que no había comenzado a manifestarse del todo. E incluso después, habiendo compuesto Space Oddity y The man who sold the world, sabiendo que ello no era todavía lo que él quería que fuera.

La composición de Hunky Dory y su universo está precedida a una especie de estancamiento. Es producto de una reclusión y sus descubrimientos. Encerrarse a componer con un instrumento hasta ahora no muy ejecutado por Bowie como era el piano, después de quedar en una situación de desamparo frente a su trabajo anterior, fue un desafío enorme. Hasta ahora no habían salido a la luz sus obsesiones. Creo que es un error adosarle todo Hunky Dory al mundillo gay de la época, como sería achacárselo al posterior Transfomer de Lou Reed, que el mismo Bowie produjo. Se iba en otra
dirección. Se abrían las puertas hacia lo indeterminado. Es decir, la protesta ya no pasa sólo por las letras, como las de Dylan, sino por demostrar que otros modos de vida existen, son más creativos e intensos y que allí radica la posibilidad de ser “otro”. Este ser otro es “lo otro” de una época. Lo que no se conoce. Lo que se teme, lo que se castiga. Todas las épocas tienen “lo otro” enquistado. Saben que tarde o temprano las destruirán. Pero siguen asfixiándolo, como único medio para que los valores epocales permanezcan eternos. En este sentido, el Bowie de Hunky Dory es un destructor de aquellos valores. Alguien que ríe y disfruta con su caída y con la invención de valores “singulares”, “particulares”, que no se parecen en nada a los “valores universales” impuestos.
Por ello es, también, un antes y un después. La mezcla del rock alternativo estadounidense (Lou Reed y la Velvet Underground, Iggy Pop…) y del Music Hall inglés (algo, seguramente, heredado de su padre), en épocas que el rock iba convirtiéndose en hard rock o en rock progresivo o sinfónico, es un cóctel explosivo. Gran parte de quienes amamos este disco, encontramos influencias de artistas muy dispares. Y Bowie siempre fue y será eso. Es por eso que siempre ha estado un paso más adelante. En el fondo, y habiendo tantos personajes por los que atravesó, Hunky Dory siempre está presente.

Es el big bang de este juego de máscaras que tanto hemos disfrutado y que Bowie supo jugar tan bien como los antiguos dionisíacos.

Face the strange

A modo de posdata, quisiera hablar brevemente de esta frase que se encuentra en la canción “changes” del disco Hunky Dory.
Anteriormente, les comentaba acerca de una cuestión que me parecía central en el trabajo que expuse: “lo Otro”, y más claro: lo Otro en una sociedad en la que la mismidad es norma. Lo Otro siempre asusta. Lo Otro sin el otro. No vale de mucho hablar del prójimo, en tanto se lo significa como el “otro”, cuya mirada también es norma y constriñe a juzgar cualquier singularidad…

Turn and face the Strange es una frase que, lejos de ser un mandato, nos abre los ojos. ¿A qué? A la DIFERENCIA. El hecho de que seamos diferentes nos hace únicos. Lo que no quiere decir que nos aísle en la farsa, también impuesta societariamente, del individualismo; sino que, más bien, nos acerca a la diferencia en tanto tal, nos hace crear relaciones con todo aquello que está metamorfoseándose, germinando. Turn and face the Strange es una proposición: contagiarse de lo otro, ser lo otro. Cuanto más me acerque a lo otro es más probable que me acerque a mí-mismo. Después de todo, ¿por qué sería malo ser un outsider? El hecho de “estar fuera”, ya es un alivio, nos hace entrar en contacto con lo que somos y ser con ese “afuera” invaginado en la presunta mismidad moral, que de a poco, va comiéndola hasta hacer caer el paradigma reinante.
Voltear y enfrentar al (lo) extraño, es enfrentar al tiempo. El mismo tiempo que en la canción nos dice con gran tino que no puedo rastrear, a pesar de que me cambie. La metamorfosis esa extraña fascinación de la que nos habla changes. Y es el camino en el que claramente nos anuncia que va Bowie desde Hunky Dory.
Creo que nadie ha sido más consecuente que Bowie con lo que expresa en esta canción. Podemos verlo a lo largo de toda su obra, incluso en su famosa frase: “No sé dónde voy, pero prometo que no será aburrido”.
El tema del extraño o el extranjero es un tema largamente tratado en la literatura. De ello nos hablará Blanchot en su libro “El diálogo inconcluso”: “El Extraño Extranjero viene de otra parte, y siempre está en parte distinta de esa donde estamos, pues no pertenece a nuestro horizonte ni se inscribe en ningún horizonte representable, de modo que lo invisible sería su “lugar”, a condición de entender, con esto, según una terminología que usamos algunas veces: lo que se desvía de todo visible y de todo invisible.”
Ahora bien, the strange es eso otro de lo que hablamos. La premisa de la canción, la declaración de Bowie aquí es más amplia. Considero que es una decisión, un salto al vacío, que no se dice sino de un modo en el que uno, como diría Deleuze, se transfoma en un “extranjero en su propia lengua”, es decir, “tartamudeando”: ch-ch-changes.

Finalizábamos la parte anterior hablando del juego de máscaras dionisíaco. Y en ello consiste el arte. En crear tantos dobles como sean posibles. Multiplicar yoes de tal modo que lo que esté de mí en cada uno de ellos sea la diferencia misma. Considero que en esto Bowie ha sido un maestro. Y que, si pudiéramos hacer una sencilla genealogía de su obra, el comienzo estaría en Hunky Dory.
Para culminar, se me ocurre, deberíamos prestar atención al modo en que se nos ha presentado el personaje, teniendo en cuenta que no sólo en su música y sus letras se nos abre la posibilidad de pensar lo antedicho, sino también en su estética y su puesta en escena. Que todo es parte de este deseo de ser lo que siempre fue y será y que es precisamente lo que nos une con él: la necesidad radical de ser otros.

Bibliografía:
Paul Trynca: David Bowie. Starman. La Biografía definitiva.
Revista Rolling Stone. Especial David Bowie.
Arthur Rimbaud: Cartas del vidente.
Nietzsche: El origen de la tragedia a partir del espíritu de la música.
Blanchot: El diálogo inconcluso.

Martín Ayos, poeta.