Virginia Janza: «Lo-li-ta – Lo-curi-ta»

La sinestesia es, contrario a la familiar palabra a-nestesia, la capacidad de sentir un montón, de experimentar, con más de un sentido a la vez, un sonido, un color, un aroma, el tacto o una imagen de manera combinada y simultánea.

Nabokov fue uno de los escritores sinestésicos más reconocidos; él decía que su esposa y ayudante irremplazable, Vera Nabokova, junto con su hijo, también la padecían. El contraste de estas experiencias ayudó a establecer que es una condición única y particular en cada ser.

Las estadísticas varían bastante porque es difícil de comprobar; tal vez por su carácter emocional, que vuelve este ramillete de sensaciones incongruentes, en algo cierto y verdadero. Como dice la narradora de 4.48 Psicosis de Sarah Kane: “Nunca entendí qué es lo que se supone que debo sentir”. Los sentimientos inadecuados siempre son cuestionables para la sociedad, plausibles de ser ignorados y corregidos.

Nabokov pensaba que esta condición la padecen una de cada mil personas. Hoy en día se cree que una de cada dos mil la conservan, el 0,05% de la población, porque supuestamente todxs nacemos con ella; aunque estudios recientes arrojan un índice de hasta el 4%. Además, es interesante que, en artistas, la sinestesia se da siete veces más que en el resto de las personas.

Hay otras maneras de llegar a ese estado, a través de drogas alucinógenas, por ejemplo. Pero una de sus cualidades es que se experimenta durante toda la vida, de manera involuntaria.

Pese a que parece una condición estimulante y positiva, y que varios sinéstetas la consideran una bendición, de ahí quizás que varios la usen para hacer arte, puede traer también una serie de trastornos que se manifiestan en mareos, náuseas y desmayos, similares a los que experimenta un epiléptico antes del aura.

Baudelaire en “Correspondencias” y Rimbaud en “Soneto de las vocales” establecieron vínculos entre colores, sonidos y aromas, y los adjudicaron a construcciones abstractas, como las palabras o las letras.

Julia Kristeva, por su parte, sostuvo que tanto los locos como los poetas usaban el lenguaje de manera revolucionaria. Es cierto que la soledad que trae la inadecuación del discurso de la locura se parece mucho al padecer del arte.

¿Y si en vez de poetas fuéramos locos? ¿Y si en vez de locos fuéramos poetas?

Dice Pessoa, en ese poema hermoso que es “Tabaquería”:

¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!

¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se creen en sueños genios como yo
y la historia no recordará, ¿quién sabe?, ni uno,
y solo habrá un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto?
No, en mí no creo.
¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
─sí, de veras altas y nobles y lúcidas─
quizá realizables,
no verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente?

Tal vez lo que distinga a poetas de locos sea esa necesidad de compartir la visión que los artistas cargan, de publicar, de mostrar. Bienvenida la escritura, entonces, esa maldición que salva, como decía Lispector, que tantas veces nos ayuda a entendernos, a percibir y a nombrar, a conectar con el mundo, por más que, para algunos, resulte inadecuado. Escribir siempre fue y será una locura, un verdadero acto revolucionario.


Virginia Janza, escritora, docente, gestora cultural. Ediciones y talleres literarios.
FB: /virginiajanza
Instagram: @virginiajanza

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