Entrevista: «Gino Bencivenga»

La Tapera Teatro

Sábado 18 de Enero 15 horas, calor, estación Laferrere. Caminata de unos 700 metros al costado de las vías, hasta un paso que cruza al otro lado –donde 2 arcos atajan un potrero-. 250 metros al norte y media cuadra a la izquierda, La Tapera Teatro.
Aplausos y un par de vozarrones porque así uno se anuncia. Y la bienvenida de su artífice (Luis)Gino Bencivenga, recibiéndonos con brazos abiertos y charla íntima.
Apenas entrar, un patio invita a soltarse guiones. A la derecha, la intensa sala teatral. Por senderos de objetos preciosos y recuerdos, los camarines, la habitación de libros y voces que escriben, la casa, el fondito con sombra y aroma de huerta fecunda –y más allá, 3 o 4 gallinas-. Un lugar del tiempo. Margen, expresión, alimento. Vida.

Devenir 111: Para empezar de cero –si acaso eso se pudiera- ¿qué es La Tapera Teatro?
Gino: Entre tantas definiciones… en este momento… creo que es un lugar que hubiera querido encontrarme de pendejo. Yo gasté miles de horas en colectivo yendo a Capital Federal, a hacer cursos y seminarios de teatro. Miles de horas, tal cual. (Y cuando tuve la oportunidad de integrar un grupo acá en la zona –estudié 3 años en Morón- me echaron fly. También es cierto que siempre fui y sigo siendo un tipo muy acomplejado. Pero cuando dije que en el teatro realista italiano los personajes no trabajan de espalda, lo cual es cierto, les cayó mal y me echaron fly.) Entonces, La Tapera. Cuando un chico viene acá yo le transmito una pasión para que él se haga responsable de aprender. El año pasado fueron 26. Hacemos gimnasia, vocalización, teoría e historia del teatro, y después mucho taller: de escenas, de improvisaciones… lo mismo que le da un profesor en Capital Federal que hoy está cobrando hasta 2.000 pesos o más, yo les cobro 200. Pero no es porque La Tapera no valga más. Simplemente tengo la necesidad… Primero de volcar lo que yo aprendí. Segundo que al no ser un barrio de gran poder adquisitivo, que les sea accesible. Hay frutos… Alejandra Escalada está trabajando profesionalmente ya. Mónica Do Santos también. Ambas salieron de La Tapera. Y está bueno, uno siente que es como un hijo que se realiza en lo que quiere. También concurren adultos –a la sala contigua le puse de nombre Queca Almirón, una mujer que me sigue hace 30 años hasta hoy, que tiene 86-. Pero la mayoría son pibas y pibes. En el proceso de aprendizaje también se advierte la riqueza del contagio empático o la competencia entre ellos…
Devenir 111: Se escucha que para vos, La Tapera empezó a existir antes de que exista materialmente…
Gino: En Laferrere hice teatro en más de 20 lugares, los clubes los recorrí todos. En muchos tuve problemas con el cigarrillo, porque suelo empezar las clases con gimnasia, y siempre había 2 o 3 personas mirando y fumando… Eso a éste tano lo sacaba de quicio. Pero a la vez tiene historia tal inquina. Porque mi padre, que era un ropero y fumaba 3 atados por día, se me murió a los 65 años. Y cuando lo agarré tirado en la vía pública… el día anterior había ido a comprar, era la época de Alfonsín, había mucha inflación, y apenas ganaba un mango iba a comprar aceite: cuando murió tenía 27 botellas de aceite en la casa (risas)! Anécdotas y cosas de la tanada, que yo heredé casi todas… Pero después lo vi de otro modo, también el sano va caminando y lo pisa un colectivo. En la vida, son todos vicios… En un momento vislumbré la posibilidad de agrandar esta casa hacia el frente, e hice el teatro: todos los cimientos, las paredes, los techos, juntando centavo a centavo… Tenía mucha adrenalina entonces. En los últimos 10 años –de los 60 a los 70- me fui deteriorando un poco –los problemas de salud de mi pareja, mi acv-. Pero… es un lindo sueño. A veces pienso que el teatro y los objetos que hay aquí son los juguetes que no tuve de pibe… En el fondo es un desafío. Pero cuando voy al cuarto de poesía me siento como un chico en libertad, inventando…
Devenir 111: Ahí La Tapera sería en el encuentro con un deseo infantil?
Gino: Sí y no. Yo trabajo con una realidad muy lúdica en las clases, pero también con una pulsión muy erótica, a full, desinhibida…
Mi casa de niño fue un infierno. Éramos 5 hermanos, mamá, papá, y después vinieron mis abuelos que con su hija fueron muy avaros. Mi viejo, tauro, todos los días era pelea y terminar fajando a mi vieja. Entonces era mi vieja llorando en la cocina, mi abuela agarrada de la panza porque le dolía, mi viejo ensañándose conmigo dándome palizas –porque al tomate le faltaba agua o lo que sea-. Ese caldo de cultivo de violencia generaba en un chico cierta necesidad de evadirse. Iba al río, a caminar… El único regalo que me hicieron de chico fue en el año 52 que la Fundación Eva Perón trajo dos camiones de juguetes. A mí me regalaron una pelota. Por esa cosa nimia, insignificante, me hice peronista; y para mí Evita es lo más. Bueno, todas estas carencias se debían también al idioma. Mi vieja era analfabeta, campesina, lo más bajo. Mi viejo tenía segundo grado, pero su padre hacía zapatos y en los 40 ser “artesano” daba mayor jerarquía social. ¡Las peleas que se armaban en mi casa por eso!
Entonces vengo acá en el 51, era un páramo Laferrere, mamá no sabía hablar castellano, papá apenas lo chapuceaba. Yo siempre solo en el río, nos bañábamos con los pibes en el arroyo de enfrente, de yapa el bullying al tanito por la manera en que me cortaban el pelo… y el idioma no me venía y yo me aislaba. Cuando me voy haciendo adolescente y empieza a aflorar la necesidad de contacto con las chicas, fui buscando dónde aprender castellano para hablar castellano. Ahí empieza mi incursión en el teatro. En el primer lugar al que fui, en el centro, me curraron durante un año; pero nos hacían grabar un fragmento que después pasaban en Radio Splendid y para un tanito analfabeto eso era como tocar el cielo con las manos… Después estudié en Morón, egresé y me quedé en el elenco incluso. El quilombo era el viaje, sobre todo a la vuelta porque a esa hora ya no pasaba el bondi. Llegaba tarde y a las 4 horas me tenía que levantar para ir al laburo donde solía quedarme dormido. Mi vieja me decía “Lui, Lui”… Porque mi nombre es Luis. Gino es un diminutivo que inventó mi abuela para llamarme cuando estaba en el arroyo: “Luigino a mangiare…”, todavía me parece escucharla… Bueno, ahí sentí que necesitaba crecer, saber, hacer la secundaria, otros cursos de teatro. Iba al cine, que me deslumbró, y como había poca gente aprovechaba para musitar la letra, soltar la lengua y el habla. Comencé a trabajar profesionalmente… en fin, un maremágnum de vida y aprendizajes.


Devenir 111: Nombraste la escritura, el cine, pero has hecho eje en el teatro. ¿Por qué el teatro?
Gino: Porque creo que fue lo único que aprendí completo. Cuando hice cine, poco desde ya, no me sentí cómodo. La función del director que maneja todo no me convenció.
El teatro fue lo que aprendí y me gustó, la literatura se dio como vómito. Leía y leía de noche, y el que lee mucho termina escribiendo. Me gusta el teatro porque lees un libro y hacés una puesta, hice cuarenta y ocho obras en cuarenta años de teatro. Algunas hermosas que las hemos llevado por muchos lugares.
Devenir111: Recorriendo un poco La Tapera, tu casa, tenés un hermoso adentro, y sin embargo es una casa hacia afuera, abrís la puerta a la comunidad. ¿Cómo pensás esa relación entre el adentro y el afuera?
Gino: (pensativo…) Porque yo siempre estoy seduciendo, todo lo hago para seducir, todo lo hago para que me quieran, soy un sujeto de amor… me gusta que el que venga se sienta cómodo, es una convicción de los tanos, son abiertos.
El teatro me dio muchas alegrías, al teatro le pongo el cuerpo. El día que llueve y no puedo salir a caminar ni dedicarme a este lugar…. me hacen falta cinco psicólogos. Recuerdo que cuando mi esposa se enfermó me pasé un año yendo al gabinete de quimioterapia en el hospital de Haedo. Ahí vi como en la “Divina Comedia” Virgilio y Dante bajan a los infiernos, la pasé mal, no podía tocar, no podía bajar a la realidad, no encontraba mi centro no encontraba nada. Sólo me liberaba de esa angustia hacer teatro. Pero se iban los alumnos y quedaba vacío, un vacío en la existencia tremendo.
Por eso siento que el teatro me dio mucho, mucho en mi vida.

Entrevistadores: Miguel Ángel Rodriguez, Luis Zavatto

Fotografía y video: Julián Romero

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