Analía Kalinec: «Desobedecer es pensar y pensarse»

¿Cuántos misterios entraña el timbre del teléfono? ¿Qué rumbo ha de trazarse al atender esa llamada? “Mirá, no te asustes, tu papá está preso”, le dijo su mamá nerviosa, una mañana del 2005, y su vida se llenó de desconcierto. A partir de ese momento tomó contacto con una realidad que ni siquiera sospechaba. Su padre, Eduardo Emilio Kalinec, el temible “Doctor K”, acababa de ser detenido con prisión preventiva por crímenes de lesa humanidad. Luego, en 2008, tras ser encontrado culpable por la justicia, fue condenado a cadena perpetua.
Analía Kalinec, mamá, esposa, docente, psicóloga y estudiante de derecho, en 2017 fundó Historias Desobedientes junto con otros cinco familiares de represores. Hoy el colectivo cuenta con cientos de integrantes a lo largo y ancho del país y se ramificó por Paraguay, Chile, Brasil, Alemania y España, amplificando una voz nueva y desobediente sobre las dictaduras, los represores y la visión de sus familiares.

Devenir111. ¿Cómo pensás la desobediencia?
Analía. Me gusta pensar la desobediencia como un derecho. Hay cosas a las que tenés que obedecer; a ser bueno, al amor, pero también existe la posibilidad de no hacerlo. Los compañeros de Chile están laburando para que en la Constitución se ponga un artículo de derecho a la desobediencia en las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Para poder revelarse a órdenes criminales. La etimología de la palabra tiene que ver con el ob audire, con escuchar, reflexionar y no obedecer ciegamente una orden. Desobedecer es poder pensarse en un contexto y a partir de ahí poder adoptar una posición.
D. ¿Cómo surgió el nombre del colectivo?
Analía. Surgió con un comentario de Facebook. En el libro Escritos Desobedientes uno de los textos que publiqué se llama Colita de algodón, obediencia debida y otras cuestiones. Ahí recuerdo una historia que me contaba mi papá de un conejito que, por ser desobediente, se caía y se lastimaba. Su mamá le decía: “Oye conejito, no vayas tan fuerte en monopatín” y el cuento resalta “por desobediente pronto se cayó y su cola blanca se lastimó” ¡Ese mandato en un cuento! ¡Si desobedecés te va mal! Una compañera, que tiene un familiar desaparecido, al leerlo me escribió: “Qué lindas esas historias desobedientes que les contás a tus hijos y a tus alumnos”. A partir de eso armé una página que se llama Historias Desobedientes y con falta de ortografía.
D. Entonces el nombre surgió antes que el colectivo.
Analía. Claro. Cuando nos juntamos los primeros seis familiares de genocidas, el 25 de mayo de 2017, ya por las redes se hablaba sobre nuestros encuentros. Y desde Télam nos preguntaron si teníamos un mail o algún sitio para escribirnos y que otros también se pudieran sumar. En una de esas reuniones presenté la página donde había empezado a subir los artículos que escribía y todos estuvimos de acuerdo con el nombre Historias Desobedientes. Y le agregamos Hijas e hijos de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Después lo tuvimos que cambiar por Familiares de genocidas porque se sumaron nietos, sobrinos y hermanos de genocidas.
D. Desde el 2017 el colectivo ha crecido muchísimo.
Analía. Sí, a lo largo y a lo ancho de Argentina. Tenemos Historias Desobedientes en Santa Cruz, Formosa, Córdoba, Mendoza, Jujuy. Se fundó una Historias en Chile, que es el primer colectivo hermano. En 2020 se formó una Historias en Brasil y en diciembre del 2021 viajamos a Paraguay a la fundación del Historias de ahí. Lamentablemente, hubo genocidas en todo el mundo, por eso Historias Desobedientes es la punta de un iceberg. En Argentina solamente hay más de 1000 condenados por crímenes de Lesa Humanidad. Con que cada uno haya tenido uno o dos hijos, somos montones de familiares. El tema es llegar con la conciencia de la desobediencia, a los mandatos de silencio que arrastramos los familiares de genocidas.
D. Hace poco se produjo una división dentro del colectivo ¿Esta escisión lo debilita o lo fortalece?
Analía. No, Historias Desobedientes crece y se va a ramificando. En cada país es distinto y responde a su idiosincrasia y la naturaleza de las dictaduras; si bien hubo un rasgo común, también tuvieron sus particularidades. Y es distinta la manera en que cada país ha tramitado la recuperación de la memoria. Argentina es ejemplo a nivel mundial por el tratamiento que ha hecho de estos crímenes. En ningún lugar se ha avanzado tanto en materia de Derechos Humanos. Las Abuelas, con todos los desarrollos genéticos, el equipo de antropología forense de la Facultad, han hecho mucho por la humanidad. No es casual que surja en Argentina un colectivo de esta naturaleza.

D. ¿Ves vigente, todavía, el mandato que de algunas cosas mejor no hablar?
Analía. Yo veo la tramitación de la recuperación de la memoria histórica a través de comentarios que nos llegan vía mail o por las redes, a través de periodistas que vienen a entrevistarnos. Estos últimos meses han venido de la televisión pública de Austria, de la televisión pública de Turquía para hacer un documental sobre dictaduras en el mundo y están haciendo un capítulo especial sobre Argentina. Ellos quedaron fascinados por nuestra capacidad de poner los conflictos y las emociones en palabras. Se ve en las nuevas generaciones, en las escuelas cada 24 de marzo. Hay toda una construcción social que nos ubica a la vanguardia en la recuperación de la Memoria y la construcción de la Verdad histórica, que tiene su origen en la lucha de los organismos de Derechos Humanos y en la materialización de políticas públicas por parte de los gobiernos, que fueron prendiendo en la sociedad. Cuando fue lo de 2X1 como lema, no eran las Madres, los sobrevivientes y los familiares solos, era: “Los 30.000 somos todos”.
D. En lo personal ¿cómo ves la posibilidad de las salidas transitorias de tu papá?
Analía. Mal. A mi papá el 19 de febrero de 2020 le habían negado las salidas transitorias. Nosotros como Historias Desobedientes habíamos participado de esa audiencia con la figura “amigo del Tribunal” y los argumentos eran claros. Hay un montón de jurisprudencia a nivel internacional que obliga al Estado argentino a proteger los Derechos Humanos. Que explica qué son los crímenes de lesa humanidad y las penas que corresponde imponer. Si bien el Estado tiene la obligación de investigar, juzgar y sancionar estos crímenes, las penas tienen que ser proporcionales. No puede aligerarlas, porque ahí se viola el derecho de las víctimas y los tratados internacionales. ¿Qué están haciendo los genocidas para reinsertarse? Nada, esperar a que pase el tiempo, que se cumplan determinadas condiciones que dicta la ley para salir a la calle. Esperaron a que haya un Tribunal de Feria en Casación Penal, con jueces amigos y metieron el escrito solicitando las transitorias. Las pidieron mi papá y dos genocidas más del circuito Atlético-Banco-Olimpo y en ese marco se las otorgaron.
D. ¿Te da miedo que salga?
Analía. No, tengo una sensación de injusticia. Más porque tengo contacto con muchas víctimas directas de mi papá; gente que ha sido torturada, personas que no saben qué pasó con sus hijos, con sus mamás. Y lo único que puedo hacer es solidarizarme con ellos, tratar de acompañar y hacer todo lo que se pueda desde el colectivo. Hemos sacado pronunciamientos y elevamos nuestra voz. No lo vivo en términos personales, más allá de que papá me está haciendo un juicio por indignidad para que no pueda recibir la herencia que me corresponde tras la muerte de mi mamá. Aunque sea una persona que quiere hacerme daño claramente y lo ha demostrado. Lo pienso más en términos sociales. Va más allá de mi vínculo filiatorio; me considero como parte de la humanidad lesionada por lo que hicieron estos hombres.
D. Cuando se presentó el colectivo en el Primer Encuentro Internacional, sorprendió el testimonio de algunos sobrevivientes que contaron el accionar de tu papá. ¿Vos cómo te sentís ante ellos?
Analía. Siento que hay algo que genera mi presencia al ser “hija de”, que repercute de manera distinta en ellos que en mí. No pasó por mi cuerpo la dictadura. Yo nací en el ‘79 y no tengo ese miedo que se vivió socialmente, ese efecto disciplinador que se quiso instalar. Ellos saben que hay disposición; “si te hace bien abrazarme, abrazarme; si te hace bien que me quede callada, me quedo callada”. Siento mucho respeto frente al dolor del otro y también algo de angustia, porque el que generó ese dolor es mi papá. Lo trabajo mucho en mis espacios terapéuticos, porque me llega en forma de sentimiento culpa, de vergüenza.
D. ¿Va a haber otros Encuentros Internacionales? ¿Está pensada la posibilidad de que se sumen otros países?
Analía. Sí, definitivamente. Pensá que tenemos cuatro años de vida y dos fueron de pandemia. Estamos muy expectantes de poder marchar este año y poder también empezar a concretar. Obviamente seguimos con reuniones virtuales con compañeros de Chile, de Brasil, de Paraguay. Estamos en contacto con descendientes de nazis, se contactó la primera desobediente de España, que es nieta de un franquista. “El cazador de rojos” le decían a su abuelo. Obviamente que tenemos esa vocación y muchos organismos de Derechos Humanos empiezan a decir: “Nosotros queremos que esto también pase en nuestro país”.
D. ¿Qué se siente haber sido gestora y fundadora de un movimiento tan potente y tan imposible de prever? ¿Cómo lo vivís?
Analía. Con mucha responsabilidad, porque entiendo y voy tomando dimensión, con los años, del valor humano que tiene el movimiento. Que es algo que hace bien, más allá de lo personal que nos pasa a cada uno de los familiares de genocidas, en términos sociales. Nos da la posibilidad de plantear, ¿qué más podemos pensar acerca de las consecuencias de los crímenes de lesa humanidad? Sabemos que lesionaron el tejido social y que parte de la recomposición también tiene que contemplar que el daño penetró en la propia familia de los perpetradores. Esas consecuencias son las que estamos empezando a desandar con Historias Desobedientes. Y tenemos mucho que aportar a la memoria colectiva, porque si uno quiere pensar en el “Nunca más”, también tiene que poder pensar ¿cómo es que esto pudo ser posible? ¿Qué es lo que sucede en la subjetividad de un criminal, de alguien que tortura, que desaparece personas, que roba un bebé y se lo apropia? ¿Pasa por algo individual de ese ser humano, de ese sujeto, o hay condiciones que se dieron institucional y socialmente?
D. ¿Esta experiencia de vida fue la que te llevó a estudiar psicología?
Analía. Y, no es casual. Aunque empecé a estudiar psicología antes de enterarme de la condición de genocida de mi papá, me salvó un montón. Me recibí de psicóloga el mismo año que a mi papá lo condenaron a perpetua y la profesión me dio muchas herramientas para poder pensarme, pensar a mi familia y para intentar entender algo que es inentendible
D. ¿Tenés esperanza de que se reviertan las salidas transitorias que benefician a tu papá?
Analía. Hay una conciencia social que hace que, esté donde esté, el genocida siempre habite una cárcel porque la sociedad lo sigue condenando. Obviamente que en términos simbólicos, y formativos también, tiene un peso inmaterial saber que están presos, por lo que representa. Por eso hay que seguir construyendo sentido pero también apelar a organismos internacionales, a donde haga falta.
D. ¿Quién eras y quién sos hoy?
Analía. Me gusta pensar que nunca dejé de ser yo. Se derrumbó todo lo que tenía al lado y seguí siendo yo. No me traicione a mí misma, pude desobedecer mandatos familiares tan fuertes. A veces me han dicho: ¡Qué valiente que sos! Y digo que no es valentía, es instinto de supervivencia. Sostener ese silencio, hacer como si nada, era contraproducente para mí. Las ganas de entender lo que estaba pasando se contraponía a ese deber de no preguntar qué había pasado que imperaba en mi casa. Siempre fui yo, la de las faltas de ortografía, la que no pudo amoldarse a ese mandato impuesto. Sigo siendo maestra, psicóloga, sigo trabajando en escuelas y ahora milito en Historias Desobedientes.
D: Este número de la revista sale en marzo, ¿qué objetivos se plantea el colectivo para este 24 de marzo de nuevo año de democracia?
Analía. Estar en la calle, involucrarse, participar. Y en lo que es específico de los familiares de genocidas, pienso que en cada familia seguramente hay alguna que otra historia desobediente en construcción. No necesariamente inmediata; pero sí en camino. Los convoco, porque tenemos mucho que decir. Que circule la palabra, porque esto lo construimos entre todos. Mantener un vínculo filiatorio y, en algunos casos como el mío, haber tenido una relación de afecto con estos criminales, no nos exime del deber social de repudiar esos crímenes.


Analía Kalinec, maestra, Licenciada en Psicología, Profesora de Enseñanza Media y Superior en Psicología en la UBA, estudiante de Derecho. Nació en Córdoba en 1979. En 2017 cofundó el colectivo “Historias Desobedientes” conformado por familiares de genocidas.