Clara Mc Cabe: «Sobre la espera»

¿Tienes paciencia para esperar que el barro sedimente y el agua se vuelva clara? ¿Puedes permanecer inmóvil hasta que la acción correcta surja por sí misma?Lao Tzu, Tao Te Ching

 El día que Ulises pedía la mano de Helena, se enamoró de Penélope. El flechazo fue mutuo. Cuentan, que se fueron a pasear juntos por los alrededores del palacio y que estaban tan obnubilados el uno por el otro, que casi no podían decir palabra.

 A pesar de que el padre de Penélope, Icario, le pidió a Ulises que no se fueran de Esparta después de casarse, así lo hicieron. Ulises quería formar su familia en Itaca, donde tuvieron un hijo y compartieron varios años muy felices.

 Pero un día, Ulises fue llamado a pelear en la guerra de Troya. Helena había sido raptada por Paris y el juramento decía (el designio) que todos los hombres que alguna vez hubieran pretendido a Helena, deberían luchar por ella llegado el momento preciso. Ulises entonces, se ve obligado a dejar a su mujer y a su hijo y partir a su destino.

 Penélope, que era una mujer muy hermosa, enseguida se vio envuelta de pretendientes que querían que se declarara viuda. Pero ella, enamorada de su marido, había decidido esperarlo. Penélope esperó: dijo que cuando terminara de tejer la mortaja (una manta con la que se envuelve a los muertos para enterrarlos) que estaba haciendo para Laertes, su suegro, el padre de Ulises, elegiría a otro hombre. A pesar de que tejió incansablemente día tras día, nunca terminaba. Porque cada noche, de cada día de trabajo, se encargó de destejer lo que había tejido durante el día. Así fue como esperó, por más de 20 años, a que Ulises volviera a casa. Penélope es en la mitología griega, el emblema de la espera.

 Esto en mitología. En filosofía, en cambio, hay mucho escrito sobre el tiempo, pero mucho menos sobre la espera.

Antonio Di Benedetto dedicó su novela Zama “A las víctimas de la espera”. ¿Por qué “víctimas”? Es a partir del Romanticismo del s. XVIII que se asocia la espera al dolor y al tormento. En nuestra actualidad, en nuestro tiempo sin tiempo, ya no se espera, se desespera.

El instantáneo WhatsApp, las cadenas de comida rápida, el auge de los tracks o los puestos de comida al paso, el touch and go en las relaciones, las estaciones de servicio sin cola, los peajes, la “caja rápida” del supermercado, las dietas rápidas, las terapias rápidas, las series de Netflix, etc. El discurso capitalista rechaza el tiempo de espera. “El tiempo es dinero” y “No hay tiempo que perder”. La premisa capitalista promueve que va a haber algo (algún objeto) que calmará, al instante, nuestra insatisfacción y que eso, es ahora, ya mismo.

El yoga, la meditación, el “arte de respirar”, el movimiento “slow”, podrían pensarse como respuestas contra esto.

 Los síntomas actuales más comunes son: los ataques de pánico (sensación de muerte, de que no hay más tiempo), los vértigos (no los miedos, sino las palpitaciones de abismo), los acting out (pasajes al acto sin mediación simbólica, los actos bulímicos, los cortes en el cuerpo). ¿Qué lectura podría aportarse desde el psicoanálisis?

El tratamiento psicoanalítico no es una terapia rápida, es un tratamiento de la espera. Es un tratamiento que implica un tiempo porque, como Penélope, requiere tejer y destejer las palabras, los textos, que nos constituyeron (y que también nos enfermaron). Y hay que tener tiempo para leer en qué tejidos las palabras están anudadas, hay que tener tiempo de decirlas, hay que tener tiempo de destejerlas y hay que tener tiempo para volverlas a anudar. Leer lleva tiempo, escribir lleva tiempo, decir lleva tiempo…

 El tiempo de elaboración no puede apurarse. ¿Cuánto tiempo lleva hacer un duelo, por ejemplo? ¿Podríamos estandarizarlo? Un duelo lleva el tiempo que lleva. ¿Y a dónde es que lo lleva?

 No es por nada que se le dice “paciente” a un paciente. Aunque sin embargo, más paciente que el paciente es el analista. El deseo del analista espera… Espera con su silencio, a que algo pueda ser dicho. Espera el momento en que una interpretación brotará de sus labios. Espera la transferencia… En el punto de espera, el psicoanálisis subvierte el discurso capitalista.

 Propongo pensar la espera desde el psicoanálisis como escansiones. Una escansión es la división en los versos de un poema. Leer un poema lleva otro tiempo que leer prosa. ¿Por qué? Por las escansiones entre las estrofas, por los silencios que también hay que leer, tejidos entre las palabras y en ellas. La asociación libre, como el poema, no va a ningún lado, más bien se desvía, se va por las ramas, saltea, se pierde… El tiempo de análisis abre un tiempo para decir lo que no se sabía que se diría: lo inesperado.

 El tiempo del erotismo (pulsión sexual y pulsión de muerte), no es el tiempo común, lineal. El erotismo trastoca el tiempo. Para que haya erotismo, el lenguaje tiene que suspender la ansiedad de comunicación. Es decir, no podría haber erotismo sin espera. La desesperación no podría ser nunca erótica. En este sentido, la palabra en análisis, no reniega del erotismo.   

 Si bien el analista no tiene porqué ser un poeta y el analizante tampoco, sí, ambos, en un análisis, atravesarán lo poético. Un instante en el que la armadura de las palabras gastadas quebrará sus cadenas y nacerá como una luz otra cosa. Las palabras trastocadas de su sentido unívoco podrán entonces abrirse, volverse palabras que digan, si se le da el tiempo…

 El ser humano vive por y de las pulsiones. Las pulsiones son constantes, ininterrumpidas, perentorias, insistentes. Si el circuito pulsional no descansa, ¿no será que es con la espera que se abrirá una posibilidad de desviarse de ese único camino? ¿No podría con la espera suspenderse, momentáneamente, acaso el automatismo de repetición (la satisfacción en el ejercicio de la pulsión de muerte)?

¿Cómo pasar de la desesperación a la espera?

“¿Estoy enamorado? Sí, porque espero…” escribió Roland Barthes.

Clara Mc Cabe, psicoanalista.

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