«E pur si muove», Galileo Galilei.
El día que el Universo dejó de girar alrededor de la Tierra hubo tal conmoción en el Vaticano que el Papa Urbano VIII convocó a sus obispos más pertinentes para que le contaran en qué estaban perdiendo el tiempo, y cómo dejaron que esto sucediera y qué iban a hacer ahora que la tierra amenazaba con moverse constantemente.
Los obispos rezaron, bendijeron agua y carajearon al diablo y se lamentaron porque el planeta no dejaría de girar y en su giro se volvería ateo y mareado y dios mareado ya no estaría sobre la faz de la tierra.
Sería morada exclusiva de huestes vagabundas y paganas moviéndose sin cesar y la Tierra soportaría con el tiempo embates maliciosos como el marxismo, las teorías de Darwin, el psicoanálisis o el rock and roll.
Con afán de arreglar las cosas el obispo Giovanni Bautista Pamfili, quien luego seria Inocencio X, se acercó y al oído dijo:
“Su santidad, palanca tenemos lo que nos falta es apoyo”.
Entonces decidieron dar un escarmiento encarcelando a Galileo Galilei y fue confinado a una casa en la loma desde donde veía a Florencia desangrarse preocupada porque los artistas produjeran y los bancos no perdieran liquidez.
Galileo abjuró de su obra y sonriente les decía
“hace tiempo que les venia diciendo que esto pasaría”.
Luego todo comenzó a moverse.
Así llegó el devenir de la historia y los acontecimientos.
Colon salió al mar en busca de pimienta, Marx se sentó a escribir, Darwin le puso ciencia a los dogmas, Freud le puso poesía a los sueños de sus pacientes, Chuck Berry aceleró el rithm and blues, el Che entró en Santa Clara, el mayo fue francés, el hombre en la Luna y el amor libre.
Y se llegó a la conclusión de que dios está en las pequeñas cosas que disfrutamos: la pimienta en granos, el manifiesto marxista, la evolución de la especie, el diván del terapeuta, la guitarra de Jimmy Page, los eclipses, un atardecer en el campo, la lluvia y cada vez que te cruzas de piernas.
Daniel Quintero, poeta, escritor.