«El mayor regalo del amor del padre, y de los progenitores en general, es el de dejar el secreto del hijo a su propio hijo. Contra la ideología del diálogo y la empatía se hace imprescindible recordar la necesidad de custodiar ese secreto». Recalcati, M. «El secreto del hijo». Editorial Anagrama. 2020. Barcelona. Pág 131.
En la concepción o mejor dicho en su dimensión de vida, Walther, me ofreció lo que consideró que era lo mejor que disponía; la lucha política. Más que padre, o progenitor, fue un formador, un tutor político. Ejerció sin claudicar, lo que le había sido privado, lo que hubiese sido su deseo. Las tensiones del poder, su agenciamiento, sus disposiciones caprichosas, lo cautivante e inasible del mismo, su condición transformadora, su ropaje venal y banal.
Comparto extractos de lo que fue nuestra relación, nuestros secretos que forjaron un vínculo desde la errancia de lo paterno, en el mojón de lo político, para que la misma pueda ser mejor comprendida, pese a sus barbarismos o excentricidades que la alejan de lo cotidiano y que lo ponen de bruces en la arena de lo público, en la tan mentada relación de la política o de los políticos con la gente o los ciudadanos o ciudadanía.
El PJ Corrientes intervenido, la provincia también. Faltaba que se incorpore un sector a la lista que se estaba definiendo. Todos sabíamos que minutos después ese sector se iría con los opositores, en el caso de que estos triunfen y se conviertan en los continuadores de la intervención radical en el poder. El primer lugar de diputado de la nación para Walther, se lo pidieron para tal ingreso. No dudó, tampoco se quejó del «sapo» que se tenía que tragar. Todo lo contrario. Alentó tal consumación. Se llegaría en una máxima disposición de unidad con «la compañerada» y con la correntinidad en general. Él había sido parte de que nos nos manejen desde Formosa, estaba ocurriendo lo mismo desde Córdoba desde las huestes del radicalismo. Se había incorporado hace poco la ley nacional del cupo femenino. En tal turno se elegían 3 diputados nacionales, el segundo debía ser mujer. Tal lugar, le correspondía a Walther, no sólo a su espacio político, al cuál le dotarían de legisladores provinciales y concejalías varias. Tal aspecto que parece un horror, en términos teóricos, en la práctica es una obviedad. En una provincia pobre, donde el político es la política en ejercicio, y a minutos del cierre de una lista, ni siquiera se plantea, se duda o se piensa en tales cosas.
«Convencela a tu Mamá, para que sea la Diputada Nacional, tu hermana no puede ser porque no está casada, y si se casa como diputada, la va a terminar manejando el marido». Con 20 años, tal tarea política, me pareció tan sencilla como descabellada. Pero claro, no discutí ni discutiría a la conducción. Tuve que ofrendar un elemento personal para que Cecilia, aceptara sin remilgos. Volvería a vivir con ella, en caso de que acceda a la banca nacional, dado que vivía sólo desde los 17 en Buenos Aires. Nos mentimos ambos, estábamos haciendo política, ella iba a ser legisladora.
El contexto del 2001, brindó la singularidad. Antes de volver, como en la parábola del hijo pródigo que analiza con tanta excelencia Recalcati en el libro up supra citado, yo venía de haber fundado el «anarconihilismo», vivía en comunidad con un grupo de otros que tuvimos la chance de ver venir antes «el que se vayan todos» y la debacle que se produciría tiempo después. Al no hacer el pasaje al acto, nos habíamos propuesto «pasar a la clandestinidad», retorné a la política, y a defender desde adentro a la democracia para mejorarla.
Cecilia resultó electa. Walther, con una visión de la praxis política envidiable, sostenía casi sin que se le pueda refutar «ella es la expresión de la mujer correntina, siempre apoyando al marido, a la familia, desde la casa, esa función política que se hace no sólo desde la unidad básica o con la militancia clásica».
El problema es que Cecilia tenía que ejercer de Diputada de la Nación, en un contexto en donde el país se caía a pedazos. Ser política o hacer política, como nunca se había transformado en un pecado capital, y la capital ardería, cómo el Congreso mismo, sus inmediaciones y calles.
Walther, sin que supiéramos, terminaba de tutelar mi tesina. «Te vas a encargar de la Diputación en Buenos Aires, recordá además que la diputada es tu madre».
Recién había cumplido 21 años. Formalmente apenas podía ingresar a lugares a los que ingresaba de «barrani» desde años atrás.
A diez días de la jura, sucede el 20 de diciembre. No fue fácil siquiera estar físicamente en el Congreso en aquel tiempo. Nos habíamos quedado sin presidente, sin credibilidad, y para muchos nos quedaríamos sin democracia.
Lo que después, sería una obviedad, se tejía en ciernes por esos días bajo una tensión extrema. El puntano que sería presidente por unos días, operaba a través de sus legisladores para que lo voten en la asamblea, sin la anuencia del bonaerense que lo esperaría luego de su caída, que para muchos estuvo empujada por él.
El despacho de un legislador nacional es una pajarera frente al palacio. Durante horas esperaba cumpliendo mi función, mientras la diputada venía cada cierto tiempo para consultarme qué hacer (no había whatsapps ni aplicaciones parecidas). El procedimiento era básico. Llamaba a Walther para que definiera.
«Me invitó la diputada de San Luis, la que vive a una cuadra del departamento, a una reunión esta noche. ¿Qué le digo?». Hago la llamada. De mala manera, respondía así cuando intuía que su autoridad estaba siendo discutida, me responde: «Decíle que se deje de hinchar las pelotas, y vos también, cumplan mi orden que no vaya a ningún lugar!». Le digo, con mayor suavidad, a la Diputada «No quiere que vayas». Intuía que ella sin embargo quería ir, me decía «Pero me insiste, es a una cuadra de casa, ¿que hago?». Bueno andá, y después avisame qué pasó, le digo transgrediendo, el mandato político y en un accionar edípico.
«¿Que pasó en la reunión?» le digo. «Están repartiendo los cargos nacionales para los que votemos por él» me dice. Con mis 21 años, proveniente de la filosofía, con el mote siempre despectivo de envidiosos y odiosos, de loquito o rebelde, la realidad política delante de mis narices era mucho más fantástica que cualquiera de mis idealizaciones o ensoñaciones teóricas.
«Pediles ATC y deciles que los vas a votar». Así consumé el acto que tendría implicancias políticas y personales.
Fue la última y la más furiosa de las veces que discutí con Walther. Sintió que le había birlado su autoridad política, y más dado que la diputada era su mujer. Yo comprendí que la disputa no era con él, que en todo caso mi condición de hijo debía ser asumida desde otro lugar y que mi formación política, debía continuar por intermedio de mi propio camino, a lo sumo, cada canto, copa de por medio, en el encuentro, departiendo, y reconociéndonos en la diferencia, con quién hubo de ser mi padre.
Francisco Tomás González Cabañas, filósofo nacido en Corrientes en 1980. Ha publicado “El Macabro Fundamento”, 1999, Editorial Dunken; “El hijo del Pecado”, 2013, Editorial Moglia; “El voto Compensatorio”, 2015, Editorial Ediciones Académicas Españolas, Alemania; “La Democracia Incierta”, 2015, Editorial SB; “El acabose democrático”, 2017, Ápeiron Ediciones. “La democracia africanizada”, 2018, Editorial Camelot; “Interdicciones filosóficas, políticas y psicoanáliticas. La vulva democrática”, 2020, Editorial Kolaval.
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