Miguel Ángel Rodríguez: «Falta y robo»

Seis días atrás me contactó Máscara.

Cuentan que de pibe su madre borracha, crispada por la inconducta del hijo, le arrojó agua hirviendo.
Así le quedaron para siempre jeta, apodo y rencor.

Hacía bocha no sabía de él.

Desde conocernos nunca nos caímos bien. Pero en aquel momento supimos concretar un buen fajo de atracos hasta que nos distanció cierto malentendido. Él lideraba una banda pesuti en Zona Sur, bastante sólida, y yo planificaba robos a espacios cerrados grandes o finolis: concesionarias de autos, cuevas financieras, supermercados…

Me dijo que acababa de salir luego de tres sombras. Que tenía un laburo redondo justo para mí, alto billete.
Retirado del oficio, dedicado a otro asunto… pero sin grana que garpe, me pescó justo.
Acepté reunirnos.
Lo percibí nervioso.

Jamás le robé a una persona, honesta. Eso carece de dignidad.
Durante un tiempo sí disfruté mucho diseñar golpes precisos –hay algo ahí que me gusta- especializándome en depósitos.
En la mayoría de los casos paga la compañía de seguros; unos garcas.
El resto no está asegurado porque guarda mercadería oscura o hurtada; que se jodan.

La info que aporta inteligencia es crucial en la arquitectura del acto.
Distinto a lo esperado, las más de las veces se pierde en la retirada. Eso le dio cierto lustre a mi eslogan “Si no existen dos maneras de salir, no ingreses.”

Dicen que entrarle a un depósito cuando no hay nadie es más fácil: chocolate por la noticia.
Pero eso no implica que sea lo mejor –ni tiene encanto-.
Se trata de sorprender a lo normal, siguiéndolo.
De registrar la lógica del lugar. Su causa dinámica, su funcionamiento concreto. Los movimientos habituales de sus empleados.
Por otro lado conocer a quienes perpetrarán la cosa, suma: podés aprovechar lo que portan y acotar situaciones que los banquinan.

Ya adentro el personal administrativo suele ser un bardo. No es culpa de ellos. En su trabajo lidian con números y computadoras. Cuando el cuerpo a cuerpo los toca se asustan feo, se hacen los héroes botones. Hay que atar a cada uno de pies y manos y amordazarles la trompa para impedir la reacción histérica.

Después, cada cual a su juego.
Contratar mano de obra de ocasión no da. Amplía en exceso el margen de boconeo, obliga a pagarles demasiado reduciendo la ganancia. Y son torpes, muy lentos con la carga. Tampoco es culpa de ellos. Están habituados a robar, no a trabajar.
Entonces se pone a laburar a los que laburan en eso, manyan el espacio, el uso de cintas y transportadores, junto al personal auxiliar –que aprendió el oficio aunque no lo haga, de mirarlo-.
Así ubicás a todos en foco, terminás rápido y te vas.
Despacio. En lo posible a la hora, el modo y con el camión del lugar.
Porque siempre hay un vecino que no tiene un carajo que hacer y lo que hace cuando ve una anomalía es llamar a la gorra; no da.

Construida la ingeniería del hecho volví a juntarme con Máscara en el bar de Cholo –un viscoso amigo suyo tratante de pendejas paraguayas-. Croquis mediante expliqué:

Yo: -Con uno más cuatro y campana afuera alcanza. Luego de cortar la línea de teléfono entran con capucha por Radowitzky a las 14.05, ni antes ni después. De inmediato matan la alarma y el centro de cámaras, que están a la derecha tras la columna bajo la foto de Jessica Cirio a la altura del orto. Dos suben y anulan a la secretaria y los dos blanquitos, para luego sumarse a los otros. Que mientras tanto encaran el pasillo, se llevan al segurata que a esa hora almuerza en este costado, siguen, ingresan a la planta y lo ponen a cargar con el maestranza y los siete operarios en el Scania grandote de acá –el otro no-. Se distribuyen exactamente así, fijate, dejando estos dos lugares para los que bajan. Eso les garantiza panorama, dominio de la situación. A los 50 minutos tiene que estar. Si hay que rajar rajan por aquella puerta, Olivarre, la Newbery y Carapachay. Pero va a salir todo bien. Antes de irse los dejan en calzoncillos –es más práctico que palparlos de celulares- y los encierran en esta oficina, el guardia tiene la llave. Entonces piran a las 15 por Ángel Costa, tranquilos, trayecto de costumbre, toman Directorio hasta Rosamel. Al 1.700 doblan a la derecha por Las Dunas…
Máscara: -¿Por qué? Conozco Las Dunas; es de tierra y nos desviamos.
Yo: -Porque no hay cámaras, es ancha y el pronóstico afirma que no va a llover ni en pedo. Seguime. A las tres cuadras doblan a la izquierda por Gimonte, a las cuatro otra vez a la izquierda en Tarlipes y antes de llegar a Francia entran al taller del Turco. 15.22 horas. Ahí pasan la merca a los otros dos camiones. Ponele una hora y veinticuatro, y treinta como mucho. A las 16.50 salen adonde van. ¿A dónde van?
Máscara: -No tan lejos, Rivadavia y Roca en Chingolo.
Yo: -Dejame ver… Okey: Francia, Vargatto, la Norte hasta rotonda Vicio y a la derecha por Indio hasta Rivadavia, y Roca. 17.06. Supongo que cobrás ahí. Necesito lo mío cerca y enseguida.
Máscara: -¿Te parece en la Shell de Perón esquina Mafan?
Yo: -Gulo. Para darte tiempo a las 17.30. Y Máscara: si no me querés pagar, te va a salir carito.
Máscara: -¿Qué decís Pelado?

Pasadas las 5 del otro día monté mi Vespa como de paseo.
17.22 me llamó Bella Conga y dijo: “Está hecho.”
17.29 estuve en la estación de servicio. Máscara no. Pedí un café.

Quince minutos más tarde comencé a buscarlo desquiciadamente por cada lugar que él frecuentaba.
Cuando ingresé al bar de Cholo le pegué un tiro en cada rodilla. Pero sólo dijo “¡Aahhh…!”.
Camino al taller del Turco me sonó el celular:

Máscara: -¡Ppaará Pelado!! No te pago porque no puedo; te juro que cuando salí de cobrar me descansaron…
Colgó mientras lo puteaba.

Lo que decía Máscara era cierto.
Tanto como que iba a cagarme.
Por eso le mandé a la Bella Conga –junto a mi compa Bisturí- que lo arrebatara en Roca pasando Rivadavia.

Me gusta la negrita. Y se la banca.
Ahora estamos acá contando verde papela.
Preciosa plata.

En fin.
A quienquiera morder una verdad le sugiero despertar los dichos populares, alterándolos.

Por ejemplo: “El que traiciona, no avisa.”

Yo avisé.

Me ayudan un amigo filoso, una mujer más florida que dios…
Y la pucha si disfruto la madrugada.

Miguel Ángel Rodríguez, escritor, psicoanalista. Face: Migue Angel