Necesito escribir. Son las cuatro de la tarde y puse a calentar una sopa. Vengo con los horarios cambiados por un algo atragantado entre mi campanilla y mi dignidad, que me tiene entre feliz, triste, y demás sensaciones mezcladas en una suerte de ruleta rusa púber.
El microondas acaba de avisarme que la sopa está lista. Está dentro de un táper, no pienso pasarla a una taza. Vivo solo y necesito tener la anarquía de juguete de hacer las cosas como quiero, por ejemplo: tomar sopa en un táper.
Salgo de la cocina, paso por el living, miro la tele, debajo está la consola de video juegos. Algo me llama la atención y me detengo. Pienso en la consigna de “Jugar”, en ese algo atragantado que me persigue, y veo los joysticks con todos los cables enredados. Un circuito neuronal acaba de activarse, tomo un poco de sopa y voy apurado a la compu, porque hay una teoría que se me acaba de ocurrir.
Empezaré con lo siguiente: al principio de esta cuarentena, además de deprimirme, engordar, hacer masa madre e intentar mirar tutoriales de yoga que nunca completé, me bajé una app de citas. Ahí conocí una chica, que luego de chatear un rato, decidimos seguirla por celular. Intercambiamos caracteres y audios por un largo tiempo, hasta que empezamos a vernos.
La chica me encanta. Mi mejor amiga dice que estoy hasta las manos. Yo se lo niego, pero sé que tiene razón. Eso sí, hay una realidad: no la conozco del todo. Y si bien es cierto esto, necesito justificarlo porque mi cabeza hoy en día, es un escudo de cartulina intentando detener un tsunami provocado por ella. Perdí el control. La ola me arrasó. Mi plexo solar es una kermesse.
El Word dice que voy casi cuatrocientas palabras y aún no expuse la teoría.
Estoy enredado entre cables de testosterona y decisiones remáticas que se asemejan a una partida de ajedrez amateur, basadas en estados de trance y estupidez constante.
Los joysticks y el amor tienen muchísimo en común. Pero muchísimo. No estoy descubriendo nada nuevo si digo que, en la mayoría de los casos, siempre hay una persona amada y un amante. Es decir, alguien (el afortunado/amado) va a tener el joystick 1 y otro alguien (el desgraciado/amante), el 2. Cualquiera que haya jugado a la play, sabe que quien tiene el comando 2, no puede hacer nada que no le habilite el 1. Sin 1 no hay 2. Sin la invitación de 1, el 2 no puede jugar.
El tarot online y mi inseguridad me dan la pauta de que tengo puesta una pechera que dice: “Conecte aquí su joystick 2”.
Termino la sopa, llevo el táper a la cocina, al volver paso por el living. La secuencia se repite: miro la tele, pienso en la consigna y en los joysticks. Me detengo, y ahora fijo la mirada en el control remoto.
Vuelvo corriendo frente a la computadora y escribo que no me importa si tengo el 2, si soy el dueño del control remoto, el amante, la geisha, o lo que goma sea, solo quiero que combatamos juntos contra todos los monstruos, pasemos niveles luchando contra el mal, compartamos las pócimas que nos llenen la barrita de energía, descifremos los acertijos más difíciles y hagamos de cada pantalla, la aventura más preciada.
Tengo un mensaje de ella sin contestar. Ya fue, agarro el celu y que me arrase esta hermosa ola.
Si, cambié de opinión, me da igual qué número de joystick tenga.
Al fin y al cabo, jugar es encontrar personas que te hacen sentir, por un instante, que estás vivo.
Fernando Capece, escritor, músico, terrícola y porteño del 80. Músico, estudió jazz con el maestro Néstor Astarita. Toca y graba en los circuitos under desde el 94. Fue partícipe del fenómeno musical y teatral Tribu Fandango, banda con la que realizó cientos de shows. Giró durante varios años con la banda de rock Gauchos Rabiosos, incluyendo la grabación de su último disco, «Vol.3». Participó del disco «Greatest Hits Vol 1», de Astrohungaro, proyecto con el cual grabó un Live Session. Participa de los talleres literarios de @siempredeviaje desde hace tres años. Escribe poesía y narrativa. Leyó en varios ciclos de poesía, incluyendo La Feria Del Libro. Actualmente se encuentra trabajando en su primera novela.
@fersacce