Gabriel Dodero: «El realismo de lo imposible»

Máscara sugiere ocultación, cambio de identidad, transformación, monstruosidad, carnaval, alegría, juego.

En el mundo real llamándolo así por oposición al de la pantalla, no se le exige a la máscara más que la sorpresa, el susto, la comicidad o la vaga representación de aquello a lo que pretende parecerse. Su forma es libre, no se ve condicionada por exigencias de aquel que la mira. Podrá gustar más o menos, pero su arte tiene plena libertad creativa. Su apoteosis es el carnaval. En el cine, la máscara y el maquillaje pasan a ser un engranaje de este. Tienen una funcionalidad donde sus límites están marcados por las apetencias de realismo que el espectador de cine reclama a la imagen. Si bien “El gabinete del Dr Caligari” (1920), dirigida por Robert Wiene, exhibe máscaras y maquillajes tan revolucionarios y exuberantes como el total de la película, es una excepción (no la única) a lo que fue y es el rubro en la mayor parte de películas existentes.

En el cine tradicional que juega a ser realista, sin entrar en demasiadas disquisiciones llamando a esto representar el mundo con su forma reconocible, el maquillaje y la máscara van en consonancia.

Aún en la creación de mundos fantásticos, es decir, aquellos donde no existe un referente de la realidad, el maquillaje y la máscara están sujetos a parámetros visuales para ser aceptados como parte posible de ese universo inventado. Cuando la máscara es inaceptable se cae en lo bizarro. Y en esto indudablemente tiene por soporte la tecnología, o mejor dicho la calidad de la tecnología, ya que el maquillaje y la máscara son tecnologías. Hablé de aceptación y no de verosímil, ya que, si hablamos de mundos fantásticos, justamente no habría símil al mundo real. Sin embargo, como utilizamos la palabra verosímil en el cine, evidentemente la estamos usando como sinónimo de aceptable. Aceptable aún para lo increíble.

Esos mundos fantásticos tienen su mayor protagonismo en el género de terror y de ciencia ficción. En estos géneros prolifera la utilización de máscaras.

El pacto con el espectador de teatro puede dejar librado a su imaginación jugando con la inexactitud de las imágenes propuestas. Puede bastar la máscara de un caballo portada por un actor para tomar como convención que hay un caballo en escena. Podría ser tanto un caballo como un dragón. En el cine tradicional esa convención no es posible. En el cine el caballo debe ser representado por un caballo. Y un dragón deberá ser representado por… alguna argucia tecnológica. Los CGI (del inglés Computer Generated Imagery, imágenes generadas por computadora) se encargan hoy en día de generar en la pantalla lo que en el set es imposible o simplemente muy caro. Recién en los últimos 30 años el desarrollo informático permitió al cine contar con estas herramientas como fabricantes de imágenes creíbles, exentas de movimientos artificiosos y formas incongruentes. Creo que las viejas películas de King Kong ejemplifican perfectamente a lo que me refiero. Sería un hallazgo si pudiéramos hacer algún estudio de la percepción, sobre si la aceptación del público se debía a la inocencia frente a una nueva tecnología o era simplemente buena disposición para tomar sus imágenes como creíbles. Los trucos fotográficos tenían sus limitaciones.

El cine siempre dependió de la tecnología. Es un arte tecnológico. Nació como una máquina de discriminar el movimiento (para observar si los cascos de los caballos están en algún momento los cuatro en el aire en la carrera) (Edward Muybridge), empezó a popularizarse como una máquina de registro de la realidad deteniendo momentos de vida e inmortalizarlos (Hnos. Lumiere), pronto se transformó en una máquina de contar historias a través de imágenes en blanco y negro (Mellies, Porter, Griffith, etc). En 1927 cuando la Warner estaba por quebrar jugó todas sus fichas empresarias apostando a la tecnología del sonoro. Su éxito arrastró a las otras productoras principales de Hollywood a adoptarlo. En la misma línea de sorprender al público para atraerlo irrumpe el color con su sistema Technicolor siendo la primera “La feria de la vanidad” (Becky Sharp), en 1935.

Los avances tecnológicos de las cámaras, los lentes, las emulsiones fotográficas, los micrófonos, la iluminación, transformaron al cine dándole libertad de movimientos de ir a donde quisiera y superar las limitaciones de producción. En consonancia, el desarrollo de nuevas técnicas de maquillaje y de máscaras hizo cada vez más convincentes a los monstruos, zoombies, humanoides y cuanto ser fantástico abordara el cine. Y no sólo lo extravagante, los logros de parecidos a sujetos históricos se volvieron posibles (piénsese en la prótesis de nariz de Nicole Kidman interpretando a Virginia Woolf en “Las Horas” o Gary Oldman en “Churchill”).

La literatura siempre pudo imaginar mundos distópicos o mundos ideales con sus correspondientes imágenes sin preocuparse por la limitación que implica tener que materializar esas imágenes. Es fácil escribir “Juan vuela con sus alas” pero mostrar esa imagen de modo creíble requiere una parafernalia técnica.

Las prótesis más simples adaptadas a los rostros de los actores dieron un impulso al cine de ciencia ficción. Hay una película que se puede considerar insignia y es “El planeta de los simios” de 1968. El artista del maquillaje John Chambers desarrolló prótesis que permitían actuar a los actores y lucir realmente como simios. Un mundo distópico dónde el ser humano era tratado como animal y otra especie animal era la dominante. La historia de John Chambers es paradigmática de los cruces entre tecnología, cine y política. Nació en Chicago , Illinois , Estados Unidos el 12 de septiembre de 1922 y falleció el 25 de agosto de 2001. Chambers trabajó reparando caras y fabricando prótesis para veteranos de guerra heridos y sus conocimientos lo llevaron a trabajar en estudios cinematográficos de Hollywood. Es el creador de las orejas puntiagudas de Spock en la serie de televisión Star Trek (1966). Además de una larga y notoria carrera en el cine, se destaca el hecho de su participación para la CIA colaborando con sus conocimientos. Por medio de engaños a partir de maquillajes, máscaras y simulación de una producción cinematográfica lograron rescatar a seis miembros del personal de la embajada estadounidense que se escondieron en la residencia del embajador canadiense durante la crisis de los rehenes en Irán (la película Argo, 2012 cuenta la historia).

El desarrollo de las distintas tecnologías que forman parte del cine motorizan entre otras circunstancias la transformación del lenguaje audiovisual, impulsa o reaviva temáticas y géneros y busca sorprender al público en la cada vez más dura tarea de mantener la llama de la magia.


Gabriel Dodero, cineasta. Egresado del ENERC. Docente de UNA (Universidad Nacional del Arte) y UMSA. Director, productor, editor, guionista y ensayista. Autor del Documental “Al Trote!” (2012) y el Cortometraje “Happy Cool” entre otras obras.

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