“Amar no es fácil” murmuraban los cristianos por las calles de Roma hacia el siglo III DC. Eran tiempos del emperador Claudio II, El Gótico, y fue una época compleja para el amor entre parejas; ese amor en los términos que hoy lo entendemos y que creemos universal y atemporal.
No hablaremos aquí sobre las complejas variaciones históricas del concepto “amor”, pero sí me gustaría indagar en una tradición que ha comenzado a hacerse muy popular y que hace poco se ha celebrado en muchos países: el día de San Valentín o el Día de los enamorados. ¿Por qué se celebra? ¿Cuál es su origen? ¿Quién fue Valentín? ¿Por qué un 14 de febrero? ¿Por qué cartas, tarjetas, chocolates y una prevalencia del color rojo en todo lo referido al amor? Vayamos a la Roma Imperial.
Eran tiempos de crisis económica, política, social y simbólica. Había un Imperio que amenaza con dividirse entre Oriente y Occidente y varios grupos con extrañas creencias y hábitos, llamados cristianos, que hacían tambalear todas las tradiciones seculares. Valentín, quien más adelante sería un santo, era entonces un desobediente.
Su procedencia es incierta. Se dice que pudo haber sido un cristiano nacido en la provincia romana de Argelia, y, tiempo después, mudarse a la capital del Imperio y adquirir el rango de sacerdote.
El cristianismo, clandestino y blanco preferido de las persecuciones del momento, estaba formándose a sí mismo, había varias corrientes y poca ortodoxia. Todos los cristianos eran literalmente undergrounds. Túneles y catacumbas eran los reductos de estos creyentes y faltarían varias décadas para que esta fe se legitimara como religión oficial.
Valentín, en aquel contexto, no tuvo mejor idea que ir contra un decreto imperial que impedía contraer matrimonio a los soldados y oficiaba casamientos clandestinos. No era que Roma quisiera Legiones castas y puras, ya que los prostíbulos y las orgías eran moneda común, lo que el Imperio deseaba era la ausencia de lazos afectivos y responsabilidades que distrajeran a los guerreros en las batallas. Y aquellas eran épocas de invasiones germanas, rebeliones y guerras constantes por lo que los soldados debían mantenerse siempre alertas.
Muy bien, ahí lo tenemos entonces a Valentín casando en secreto a parejas que por mutuo consentimiento anhelaban estar unidas bajo las reglas de aquella nueva religión y no por aprobación del Estado.
Sí, alguna vez el casamiento hetero-cristiano fue transgresor.
Y he aquí la paradoja.
Con el tiempo esa unión sería el símbolo de la obediencia. Obediencia a Dios, al orden social, a las buenas costumbres y obediencia férrea, también, de la mujer al varón.
Pero Valentín no lo sabía y desobedeció nada menos que al Imperio romano… Imperio que tampoco sabía que en unos siglos sería el mismísimo eje del poder cristiano.
Los casamientos de enamorados se hicieron “vox populi” y Valentín fue encarcelado.
«Amar vale la pena» parece que gritó el santo mientras era martirizado y torturado a martillazos. Finalmente, fue decapitado un 14 de Febrero del año 270 por orden del Emperador, quien parece no haber sido un tipo muy tolerante, así que de paso aquel día 14 aprovechó para cortarle la cabeza a algunas decenas más de cristianos y a algunos enemigos políticos.
A Roma le gustaba la obediencia, el orden y el rito. Su rito. Así que mientras los irreverentes cristianos se ocultaban bajo tierra y se juraban amor eterno, Roma celebraba en Febrero las impresionantes fiestas Lupercales.
¿Cómo era el ritual? Pues bien, de lo más simpático. Se seleccionaba a muchachitos adolescentes entre las familias más ilustres de la ciudad, se los elevaba al puesto de Sodales Luperci (Amigos del Lobo), se les quitaba la ropa y se les daba armas para que por un tiempo sobrevivieran comportándose como lobos humanos, merodeando en los bosques, cazando y atacando a quienes se cruzasen por los caminos.
Antes que estos jovencitos salieran de la ciudad y todos se regodearan de excitación por miedo a cruzárselos un día, se hacía una ceremonia. En el monte Palatino se sacrificaba a un lobo o perro grande y a un macho cabrío. Con el cuchillo del sacrificio ensangrentado se pintaba el rostro de los jóvenes; luego, con un mechón de lana embebido en leche se les limpiaba el rostro y ellos proferían carcajadas rituales. La piel de los animales muertos se cortaba en tiras llamadas “februa” (el origen más probable para el nombre del mes Febrero), y con ellas los chicos armaban una especie de látigo que simbolizaba el sexo masculino y con este adminiculo azotaban a los desprevenidos que vagaban por los campos.
Ser descubierto y castigado por estos jovencitos desnudos era un honor y las palizas con las tiras de februa se consideraban un acto de purificación, el llamado Februatio. Las mujeres que recibían azotes ansiaban que su piel se volviera roja por los golpes ya que ese color se asociaba con la fertilidad y la pasión sexual. Era el color que vestían las prostitutas de la época, y en especial las Prostitutas Sagradas, especie de sacerdotisas llamadas Lupas (lobas).
El color rojo como símbolo del amor y la sensualidad se origina aquí, en las carnes rojas de los azotados en las Lupercales; asociar la época de mediados de febrero con la pasión también viene de aquí, incluso llamar “loba” a una mujer sensual se origina en estos tiempos.
Retomando, puntualmente en el año 270 a Valentín le estaban dando unas palizas atroces en alguna mazmorra mientras los romanos se preparaban para festejar las Lupercales que se iniciaban el día 15 de febrero.
Un día antes de la fiesta Estatal el rebelde Valentín fue decapitado. Definitivamente, mediados de febrero quedó asociado en la memoria colectiva, por una parte, con aquellas fiestas de la pasión y, por otra, con la muerte de Valentín que casaba enamorados. Pasan más de dos siglos, Roma es oficialmente cristiana y para el año 498 tenemos a un Papa llamado Gelasio I. La ortodoxia católica se estaba consolidando. Se comenzaron a perseguir a los heterodoxos, es decir, a los nuevos desobedientes que no aceptaban lo que la Iglesia imponía como dogma.
Gelasio I luchó decididamente contra las corrientes cristianas del Monofisismo y el Encratismo. Para el siglo V los seguidores de esta última corriente rechazaban la idea de casarse, de tener relaciones amorosas y de procrear. Los jóvenes, varones y mujeres, se volvían ascetas, abandonaban a sus familias, flagelaban sus cuerpos, vivían aislados, no comían y sobrevaloraban lo espiritual. La Iglesia temió el fin de la humanidad ya que esta corriente se hacía cada vez más fuerte. Había que convencerlos de que el matrimonio era parte de la religión. Recurrieron al pasaje bíblico de las Bodas de Canaán para demostrar que Jesús aceptaba este tipo de unión, recurrieron a los escritos de San Agustín que estipulaban que la unión carnal bajo el sacramento del matrimonio y con el objetivo de procrear no era un pecado y se acordaron de aquel pobre cristiano decapitado dos siglos atrás en épocas de las Lupercales.
A Gelasio I el martirio de San Valentín le vino como anillo al dedo. Así que este Papa celebró por primera vez en el año 498 el Día de los enamorados, recordando que San Valentín dio su vida un 14 de febrero por unir parejas en sagrado matrimonio.
Pero las celebraciones que la Iglesia imponía no eran por puro amor. La maquinaria católica de resignificaciones se ponía en marcha una vez más. Había un doble objetivo: derrotar a los encratistas y su ascetismo fanático y rellenar con un nuevo rito el espacio vacío que mediados de febrero presentaba en la memoria general, ahora que, por supuesto, no podían celebrarse las fiestas Lupercales.
El Día de los enamorados tuvo vigencia quince siglos, hasta que en 1969 el Vaticano lo eliminó de su calendario por considerar que la vida de Valentín podría haber sido una mera leyenda y no era posible realizar festejos de santos legendarios. Sin embargo, en el año 2014, el Papa Francisco la volvió a convalidar para otorgarle nuevamente un sentido católico a una celebración que muchos andan creyendo que es cosa de yanquis protestantes.
La costumbre de asociar el día 14 de febrero con el día del Amor tenía fuertes raíces medievales en Inglaterra que, por entonces, era un reino católico. Pero en la época Victoriana del siglo XIX, en una Gran Bretaña ya anglicana, el envío de cartas románticas se retomó volviéndose muy popular a mediados de febrero.
Por supuesto, la tradición británica se extiende a Estados Unidos y ellos le suman a la celebración el plus comercial. Comienza el siglo XX y floristas, tarjeteros y empresas de chocolates ven en esa fecha una excelente oportunidad comercial para acrecentar sus ventas. La publicidad, las películas románticas y el bombardeo de imágenes alusivas harán el resto. La fecha se instala definitivamente y es cada vez más aceptada incluso por culturas como la árabe, la japonesa o la india.
Como pueden ver, la desobediencia de Valentín derivó primero en persecuciones y palizas a los cristianos enamorados y con el tiempo, cuando la Iglesia aceptó que el matrimonio era un sacramento, devino en la ceremonia del casamiento por Iglesia, baluarte del acatamiento.
La dulce celebración del Día de los enamorados se teje con una historia donde los latigazos eróticos y los casamientos clandestinos, las decapitaciones y los sacrificios rituales se enlazan también con rebeldías y sumisiones, desobediencias y nuevas reglas.
Laura Lescano, historiadora, docente. Orientación en historia intelectual, análisis de discurso histórico e historia de las mentalidades.
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