Magdalena Tirabassi: Algunas palabras nuevas de los años 30

I.
La idea de «el inicio», desde la reflexión histórica, nos lleva a pensar sobre las periodizaciones, ese acto de ponerles nombres, fechas y duraciones a determinados momentos de la vida de los hombres y las mujeres en sociedad. Nuestra Edad Contemporánea y sobre todo el último siglo se pobló de inicios. En los tiempos de la burguesía y la industria los individuos que antes eran súbditos comenzaron a ser sujetos de derechos, iguales en el plano jurídico y formal y con cada vez mayor participación en la vida política; al mismo tiempo que otros y otras se enfrentaron a relaciones sociales cada vez más desiguales y a nuevas formas de explotación económica.
Eran momentos de conciencia, organización y enfrentamientos políticos y sociales que involucraban al conjunto de la sociedad y, en muchos casos, los individuos comenzaron a construir, sentirse incluidos y denominar las nuevas situaciones que les tocaban vivir. El triunfo y la expansión del sistema capitalista (modernización e industrialización) y de la sociedad de clases, que tuvieron consecuencias en el conjunto de los grupos sociales, se expresaron de diversas maneras en las vidas cotidianas (la experiencia de la modernidad). Grandes porciones del mundo en camino a convertirse en sociedades industriales ingresarían en un horizonte de experiencias sociales comunes y la vida diaria de los individuos se vio atravesada por novedosos fenómenos: nuevas formas de apreciación del arte, ampliación del acceso a los bienes de consumo, cantidades inéditas de fuentes de información impresa disponibles, la experiencia de la vida urbana, que algunos autores han resumido como hiperestimulación.
La modernización también llegó a la Argentina. Muchas de las transformaciones sociales y culturales subsecuentes suelen estar casi disueltas dentro de otras grandes periodizaciones (que, en nuestro país, se indican generalmente con los ciclos político-institucionales), pero existían, respondían a temporalidades diferentes y se experimentaron de manera individual y colectiva. Desde el campo de la Historia pueden explorarse, en parte, algunas de esas experiencias y transformaciones socioculturales.

II.
La década de 1930 constituye un período en sí mismo que no coincide exactamente con sus fechas cronológicas: comienza unos meses antes de 1930, con el crack financiero de Estados Unidos y podría decirse que concluye con la Segunda Guerra Mundial. Sus características principales estuvieron dadas por la Gran Depresión económica mundial; nadie que hubiera vivido en esos años dudaría en reconocer los conflictos y las grandes desgracias que cayeron sobre casi todos los sectores sociales de los distintos países del mundo industrial.
Si se considera uno de los parteaguas de la historia del siglo XX es, en parte, porque sus afectará al conjunto de la economía mundializada; por ejemplo, a la Argentina que, en la división internacional del trabajo, estaba en una posición periférica de proveedora de distintas materias primas a los países más desarrollados. Aunque existían aquí relaciones económicas, sociales y políticas plenamente capitalistas y burguesas, recién luego de la crisis de 1930 se inició el camino propiamente industrializador, la conocida industria por sustitución de importaciones. Entonces, el Estado por primera vez comienza a intervenir explícitamente en aspectos de la vida económica, favoreciendo en parte esa industrialización.
Son varios, entonces, los inicios que se inauguran con la década del 30. Y ese es el contexto de un grupo que aquí presentamos. Hacia 1933, más de trescientas mil personas en todo el país no lograban insertarse de manera estable en el mercado laboral y, en otros casos, no habían tenido ningún tipo de empleo asalariado por un período prolongado. En la actualidad serían fácilmente reconocido como desocupados: es decir, aquellas personas que no tienen empleo pero están en búsqueda del mismo y tienen disponibilidad para trabajar.
A diferencia de situaciones de crisis previas, donde el desempleo era en general caracterizado como paro forzoso (temporal, circunstancial), en esos años se dio un fenómeno no tan conocido: la desocupación prolongada, que no se resolvía de manera espontánea. Aunque no era tan fácil encontrar la palabra exacta para nombrarlos, la categoría «desocupado» cada vez se encuentra con mayor frecuencia en distintos documentos de la época para nombrar a los individuos sometidos a situaciones diversas de falta de empleo. El cambio de década estuvo acompañado, así, de los inicios de una categoría.

III.
En los primeros años de 1930, la prensa comercial de la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, dedica varias notas a esos grupos que son una y otra vez nombrados como desocupados, casi exclusivamente varones y en su mayoría solos. Cuando se incluían fotografías, en general era para mostrarlos en un contexto muy particular: cientos de ellos residían en viviendas precarias en algunos espacios urbanos cercanos a la actual Costanera Norte y a Puerto Nuevo. A principios de 1933, los galpones estatales que funcionaban allí de albergue rápidamente habían sido «rebasados», generándose alrededor ese conjunto de viviendas y callejuelas que tempranamente se bautizó como «Villa Desocupación» o «Villa Esperanza». Eran muy visibles y fácilmente identificables para los habitantes de la ciudad, que observaban entre el asombro y la sorpresa los comportamientos singulares y los modos en que sobrevivían. Estos desocupados serán material de las noticias por lo menos hasta 1935, cuando Villa Esperanza es desalojada e incendiada y parte de su población concentrada en los galpones.
En la prensa y en otros documentos sobre los desocupados de esos años también se refleja un proceso más largo. Desde fines del siglo XIX distintos actores sociales y políticos intentaban diferenciar a los parados o desempleados, que estaban en la búsqueda de fuentes de empleo, de otros grupos sociales como los llamados «vagos y atorrantes» (la ausencia de trabajo para ellos parecía casi intencional), los sectores medios y obreros urbanos, los inmigrantes o los marginales. A menudo se los relacionaba con estos últimos, como mendigos y vagos, y por eso eran considerados peligrosos: cuando algún desocupado aparecía en las noticias por riñas, asaltos o distintos conflictos, los periodistas muchas veces no mostraban sorpresa y ponían en primer plano la relación entre el desempleo y la criminalidad. Así, cuando se hablaba de desocupados también se estaba hablando de todos esos «otros» grupos sociales, definir uno implicaba (re)definir los otros
Si en la actualidad se tiene una idea más o menos clara sobre qué significa el término «desocupados/as», y su impacto subjetivo y social está a las vistas, en esos años no era ni la única categoría ni la más obvia que podía ser utilizada. Y aunque el Estado jugó un rol importante en su construcción y difusión, la categoría también coincidía con la manera en que se autoidentificaban los sujetos sociales que padecían esa falta de empleo, por ejemplo en Inglaterra o Estados Unidos adonde habían formado sus organizaciones propias, reivindicando la idea de «desocupado» en sus reclamos hacia los gobiernos y en la interacción con el mundo obrero tradicional. En el contexto internacional de entreguerras, dominado por extremismos ideológicos, fascismos, nacionalismos y comunismos, el capitalismo vio llegar la hora final de su etapa liberal clásica para ingresar en la etapa del creciente intervencionismo estatal, incluyendo la seguridad social y la asistencia a las poblaciones sin empleo.
En la década del 30 no existieron organizaciones similares en nuestro país pero el problema del desempleo sí era ya ineludible y se debieron tomar medidas para evitarlo, aun en un marco de fuerte represión y violencia como era habitual en los gobiernos de los años 30, nacidos de un golpe y perpetuados en el poder gracias a mecanismos fraudulentos, fuerte control social y proscripciones políticas. Las pocas cifras de desocupados de esos años son provistas por el Censo Nacional de Desocupados (entre 1932 y 1934), que se resuelve por ley en el marco del accionar de la Comisión de Asistencia Social de la Cámara de Diputados y es llevado adelante a su vez por el Departamento Nacional del Trabajo.
El censo y sus resultados ya fueron muy cuestionados por sus contemporáneos. Aunque estadísticas y censos aparentan ser un lenguaje cerrado y sólido, también deben analizarse tomando en cuenta las dimensiones sociales y las lógicas de control y/o de normativización sociopolíticas. Las categorías, construidas, intentan ser el modo legítimo de denominar (y de pensar) una gran diversidad social y de experiencias subjetivas e implican un conjunto de acciones (seleccionar, delimitar, recortar y calificar/clasificar) y actos de poder. De hecho, como en los años 30 el problema de los desocupados también era considerado un problema de orden urbano, como un problema de orden público, las fuerzas policiales tuvieron su rol en la construcción de los términos y categorías y hasta implementaron sus propios censos con fines de uso interno.
El Censo Nacional fue tomado como antecedente en la creación de un organismo público que funcionó entre 1934 y 1941, la Junta Para Combatir la Desocupación destinada a reducir la desocupación (que, de todas maneras, ya había empezado a declinar con la reactivación económica de 1934-1935). Pero en las condiciones de creación de la junta había situaciones tan diversas como el violento final de Villa Esperanza, la participación de los desocupados en distintos eventos políticos, las limitadas propuestas del movimiento obrero organizado, las acciones parlamentarias y de beneficencia. Todas estas situaciones gravitarían en los modos de denominar a los sectores sin-empleo y la sedimentación de determinados sentidos. Así, el inicio de las categorías se transforman en un terreno más de debate.

IV. A diferencia de lo que muchas veces se creía en esa época, y también en la actualidad, quienes se enfrentaban a la falta de empleo de modo prolongado no estaban caídos del sistema ni aislados de la sociedad, ni tampoco la desocupación masiva era la antesala de situaciones individuales de depresión, apatía y falta de participación política. Los estudios históricos recientes, pero también el laboratorio de nuestro presente, intentan desarmar esa idea común aportando evidencias sobre las múltiples acciones de estos sectores sociales, que se involucran de manera colectiva y/o individual para intentar encontrar el modo de sobrellevar, explicar y modificar sus propias problemáticas.
El fenómeno del desempleo de nuestra historia reciente, asociado a distintos tipos de protestas y movimientos sociales, a acciones específicas del Estado y a un imaginario social particular, no puede ser el único lente con el cual mirar e interrogar al pasado sino más bien un punto de partida, un aspecto de la reflexión. Una conclusión posible es que si inicialmente, por lo menos en la década de 1930, la desocupación era una categoría que parecía apelar a las responsabilidades estatales y empresariales sólo de manera tangencial, en la actualidad es imposible considerarla por fuera de esos dos ámbitos.

Magdalena Tirabassi, profesora de historia de enseñanza media y superior (UBA), actualmente cursa el doctorado en historia en la Universidad de San Andrés. Dicta clases en escuelas de nivel medio de la Ciudad de Buenos Aires y ha trabajado muchos años en el ámbito editorial.

Mail de contacto: magda.tirabassi.historia@gmail.com

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