Cuando somos niños y niñas, nuestro sueño es crecer. Resulta un gran halago que nos digan qué grandes estamos, cuánto hemos crecido y nos pregunten que nos gustaría ser cuando seamos grandes. En estos momentos la muerte no se vislumbra como posibilidad o es lejana, no es natural y si sucede es injusta. Con el transcurrir del curso de vida, sin poder delimitar en qué instante, estas cuestiones comienzan a revertirse.
La vejez es una construcción social. Cada sociedad le asigna un valor o disvalor y determina simbólicamente las conductas adecuadas a cada edad. Los medios de comunicación contribuyen a configurar nuestras representaciones sobre las edades, que incorporamos casi sin evidenciarlo lo que obstaculiza su deconstrucción. Las publicidades nos muestran predominantemente personas felices, enamoradas, viajando, tomando cerveza o gaseosa, la mayoría jóvenes. Los viejos aparecen muchas veces ridiculizados, torpes, con dientes artificiales e incontinencia. Nos ofrecen innumerables productos para combatir el envejecimiento como cremas antiarrugas, cápsulas antioxidantes o tinturas para el cabello, con la intención de ocultar las señales corporales del paso de los años. Este encubrimiento, fantasiosamente nos intenta alejar del misterioso y próximo fin de la vida. En los medios gráficos y noticieros se priorizan las noticias sobre “abuelos” robados, golpeados, engañados. La vejez se configura así como el futuro indeseado, como algo que hay que ocultar, lo que no queremos ser y nos expone al debilitamiento y a la finitud de nuestra existencia. Las imágenes agenéricas y asexuadas que los medios multiplican, reducidas a un rol familiar a veces inexistente, se alejan de las múltiples vejeces reales.
Al avanzar en nuestro curso de vida, la mirada y palabra del otro continúa siendo valiosa, pero ahora consideramos un halago cuando nos dicen “estás igual”, “no te pasan los años” o “te daba menos edad”. Es aquí cuando quienes nos preceden comienzan a morir, y luego nuestros pares. La muerte se acerca, nos rodea. Todas las personas vamos a morir tarde o temprano.
Muchos estudios académicos han analizado las representaciones sociales dominantes sobre el envejecer. Este proceso se asocia principalmente a la enfermedad, al deterioro, la fragilidad, la pobreza, la pasividad y la necesidad de cuidados, a la proximidad de la muerte. Ese es el envejecimiento de los otros, la muerte ajena. Contrariamente, al imaginar nuestro propio envejecer, lo hacemos de manera positiva, asociando esta etapa a la paz, la tranquilidad, el contacto con la familia y amigos, emprendiendo nuevos proyectos y disfrutando una vida libre de obligaciones laborales.
La muerte es un hecho silenciado, que implica el pasaje de ser a no ser. La incorporamos en nuestro lenguaje cotidiano vinculada principalmente a situaciones extremas, como “morir de frío”, “morir de calor” o “morir de amor”, y negativas: pueblos “muertos”, jugadores de fútbol “muertos”. Llamamos al tiempo liberado de actividad o a la espera como tiempo “muerto”. Es el tiempo inútil, improductivo. Sólo ocasionalmente referimos esta palabra a hechos positivos, cuando expresamos que morimos “de risa” o “de alegría”. El acercamiento a la muerte en estos términos puede atenuar el temor o incertidumbre que nos genera: ¿Cuándo será nuestra muerte? ¿Cómo moriremos, con quién? ¿Sufriremos antes de morir? ¿Qué viene después?
Al inicio de este artículo nos preguntamos quién quiere ser viejo. Quién quiere acercarse más y más a ese final misterioso, impredecible: la muerte propia ¿Quizás sea posible pensar la muerte con serenidad? ¿Cómo descanso final luego de la vida?
Si el envejecimiento es la etapa final del curso de vida que culmina con la muerte y si la muerte nos genera sentimientos de preocupación, resulta evidente que intentemos alejarnos de ella, ocultarla, disimularla. Las construcciones sociales negativas sobre la vejez son a la vez espontáneas y deliberadas, emergen para afrontar socialmente lo considerado amenazante.
El predominio de estereotipos negativos es un hecho preocupante dado que promueve la discriminación y trato inadecuado a las personas de mayor edad y refuerza el “viejismo”. Proponemos reflexionar sobre estos temas, identificar y deconstruír nuestros propios prejuicios sobre las edades y nuestras percepciones sobre el morir, sobre nuestra propia muerte. La muerte es parte de la vida y todas las personas tarde o temprano la atravesaremos. Analizar las ganancias y pérdidas que vivenciamos en el curso de nuestra existencia y valorar los legados inmateriales que todos dejaremos al partir, es un camino posible para lograr una sociedad más inclusiva y amigable que permita establecer vínculos saludables entre las generaciones.
Mariana Cataldi, Licenciada en Trabajo Social. Mg. en Investigación Social. Docente universitaria. Autora del libro “Rompiendo el silencio. El maltrato en hogares geriátricos” (2017) Ediciones Lumen.