Soñolencia en la cuarentena
Desde hace un par de años atiendo a un Fulano que tiene hormigas en el culo. Gerente de un gimnasio-pyme familiar, profe de artes marciales y personal trainer. En el escaso tiempo libre que le queda compite jugando al paddle devorado por la ansiedad. Y/o bebe alcohol hasta que el exceso lo deja rendido. Por las noches duerme en un coqueto departamento de tres ambientes con su esposa, a la que ama como puede amar a una mujer madre que le pone los puntos.
Ante el advenimiento del coronavirus propuso suspender el tratamiento. Le ofrecí atención remota. No quiso. Un mes y pico atrás me llamó y re-encausó su travesía.
¿A cuenta de qué Lacan trae eso de la “elección forzada” con la alegoría de “la bolsa o la vida”?
Un ñato va por un sendero aristotélico llevando consigo sus pertenencias en una bolsa. De repente le sale al cruce un caco que 38 en mano le dice: “Dame la bolsa o te corcheo.”
Elección forzada. No podés no elegir y cualquier cosa que elijas conlleva una “pérdida”. (Si optás perder la bolsa te queda una vida mermada; si optás perder la vida te quedás sin ambas.)
Digamos aquí que la “neurosis” se queda con la vida… pero como no quiere “perder”, la pierde quejándose por la bolsa que el “o/Otro” le ha quitado. “Otro” que en definitiva aquí no es un alguien aprovechador –aunque los haya- sino “el lenguaje” que estructura la condición humana.
Para situar la orientación de un análisis Freud toma una frase de Goethe: “Hay que adquirir lo heredado.”
¿Y por qué si ya es mío –“forzosamente”, pues lo he heredado- debiera adquirirlo?
El psicoanálisis revela nuestra sujeción al inconsciente –cuanto más lo desconocemos peor nos marioneta-.
Elegir la elección forzada, adquirir lo heredado, da un margen de acción vital.
Tal vez por ello desde hace un par de semanas, extranjero del campo internetario, valiéndose de su pareja –más afín de ese territorio- Fulano ha empezado a dar clases de gimnasia y asesoramiento de artes marciales por “zoom”, entrándole a lo que viene.
La combinación covid19/cuarentena genera consecuencias tremendas.
Como en el caso de Fulano. Económicas, pues sus fuentes de ingreso se cerraron. Subjetivas, pues al humano –al ser de la “falta en ser”- el trabajo le da un ser; que ahora le falta, impulsándolo a retomar su análisis.
(Es evidentemente cierto que hay persianas de negocios que no se podrán volver a levantar. También que sólo hoy hubo más de cien pares de ojos que jamás volverán a abrirse.)
Se escucha cierta posición socialmente generalizada de “pseudo-rebeldía” ante lo que se impone –al rechazar la pérdida concomitante-. Usamos barbijo pero por debajo de la nariz, guardamos cola de distancia menor a un metro, nos juntamos a las escondidas… Y está el “Yo hago lo que yo quiero” –desconociendo la “castración”, confundiendo imposición con orden, deseo con capricho- porque “A mí nadie me va a decir lo que tengo que hacer” –haciendo existir al o/Otro que no existe, toda vez que ese que no atendió las consecuencias del coronavirus, cuando se lo pesca… reclama con exigencia que el o/Otro del “Sistema de Salud” lo atienda!-.
La neurosis despliega la pulsión de muerte en la superficie de la época. Y es tarea del analista interpretar en el caso por caso.
También -¿no es lo que hicieron Freud en “Psicología de las masas y análisis del yo”, etc. y Lacan en tantas ocasiones?- intervenir en el discurso que nos circula, desembotando su soñolencia.
El despertar del ombligo del sueño
Planteo
En cierta ocasión un tal Freud postuló como “condición humana” el inconsciente, articulado al deseo sexual.
La sociedad científica de la época le respondió que los argumentos y pruebas esgrimidos tal vez avalaran la hipótesis… sólo para los enfermos.
Eso también lo llevó a exponer con precisión la arquitectura de las “formaciones del inconsciente” en la “psicopatología (para todxs) de la vida cotidiana”: lapsus, olvidos, chistes…
Pero que soñar sea un hecho común no le quita a los sueños su intriga.
“La interpretación del sueño” es un escrito genial, complejo, contradictorio, inscripto en ese tramo de su obra.
Además, en el imaginario colectivo. ¿Quién, incluso de-negando el inconsciente, no relaciona al psicoanálisis con el sentido (“oculto”) de los sueños?
Siempre raros y convocantes de lecturas, desde oraculares hasta cabuleras… ellos suelen liarse a otra comarca, que así se abriría paso en ésta.
Entonces, y aunque puedan ubicarse distintos “tipos” de sueños ¿cuál sería el des-ciframiento peculiar que sitúa el psicoanálisis?
Si el sueño cifra “o/Otra escena”, otra “c/Cosa”, su interpretación también precipita significaciones nuevas que muerden una verdad estrictamente singular del sujeto, despabilándolo de aquello que lo sonámbula.
Así como Freud muestra la sujeción al significante por analogía con la orden hipnótica e inventa el psicoanálisis a contramano de la sugestión, Lacan expone el “Discurso del Amo” en la cuenta del inconsciente ubicando al “Discurso del Analista” como su revés/envés.
El analista opera como “causa”, y no como patrón del “Saber” u obturación de “goce-sentido”; su acto interviene –en la modorra de noche y día- por (la ficción de) el sueño que despierta, por (la vía de) el despertar del sueño.
En cierto tramo Freud afirma que la función del sueño es la de “guardián del dormir”; Lacan agrega que se suele despertar para seguir soñando –en el ensueño diurno-. (Ambos constatan el goce dormilón de la palabra, parlanchín del inconsciente…)
Conviene notar que el deseo de dormir no coincide con la fisiología del sueño. Que sueño y vigilia tienden a adormilarse en la misma vereda del “principio del placer”. Que los sueños nos inquietan cuerpo y alma cuando despiertan el tiempo en un encuentro fallido.
Resulta pues preciso interpelar la “dirección de la cura” y el uso del sueño desde el “despertar”.
(¿No es ese uno de los nombrecitos que apuntan al “deseo del analista”?)
La película “Matrix” despliega un rostro de la cuestión de manera notable. Las “redes” del “discurso” construyen el mundo de lo que llamamos “realidad”; nos sujetan, toman, mandan, hipnotizantes –todos los discursos nos sueñan/adormecen, comenta Lacan-.
A mi modo de ver hay razones cinematográficas en cierta decepción que generalmente produce el final de la saga.
Pero también hay que la posición “neurótica” de Orfeo conduce entre la escena de “ilusión del h/Hijo” hasta la de “rebelión” y/o “asesinato del p/Padre”, sin alcanzar a escribir en la “subversión del sujeto” el cuerpo de una salida “más allá”, una clave del asunto.
El cauce del ser / Oetnalp
Escuchando su relato Freud cuenta que el sueño se construye más o menos así: cierto inasimilable/excedente durante el día, los “restos diurnos” (vinculados a “lo visto/oído”) lo provocan al engarzarse a un “deseo inconsciente” que muerde la “pulsión”. En él advierte el “cumplimiento/realización” del deseo inconsciente por la “ligadura libidinal” vía “condensación y desplazamiento”. En su devenir (en análisis) una opacidad viva, agujero o nudo de “libido no ligada”, corazón del ser, un borde (“real”) al sentido, “el ombligo del sueño”.
¿Qué apertura encausa tal lío?
El “principio del placer” propone Freud en el texto de referencia. Lo cual no es tan sencillo.
Con la mediación del o/Otro, el “esquema del peine” grafica la distancia extrema entre “satisfacción de la necesidad (orgánica)” y “cumplimiento del deseo (humano)”. Llevando al sujeto a la “repetición”, a la percepción de una mítica “primera experiencia de satisfacción” (teta-boca) perdida. Percepción alucinatoria –distinta a la de la psicosis- que se da en el sueño. Cierta hambre “regrediente” de signos tras un objeto de deseo inhallable por estructura, cierta atracción de la “huella mnémica” de un goce perdido, que pulsiona el des-encuentro.
20 años después la experiencia lo re-plantea hacia un radical “más allá del principio del placer”, valiéndose entre otros de los “sueños traumáticos”.
Lo que sucede es la vuelta de la escena insoportable (de muerte en guerra de un compañero) –y no, obviamente, del hecho en sí-; su traumatismo está en la «repetición». Cierto inquietante “placer en el dolor”, ligado por ende a la “primera experiencia de dolor” concomitante a la «primera experiencia de satisfacción», a «excitaciones externas» pero también «internas/pusionales» que perforan la «protección anti-estímulo»-. Un originario «empuje constante»/»pulsional» que clama la satisfacción de algo que no es el placer. Un punto inasimilable («energía no ligada») al sistema que lo produce, de exterioridad íntima -«éxtimo» al decir de Lacan- que orienta/decide al sujeto (hacia la «falla de la ligadura»)…
(Habrá que distinguir y acuñar “insistencia significante” y “compulsión a la repetición”.)
Suele suceder que los sueños nos despiertan con (un encuentro/dejo de) angustia. Angustia que -“señal” y/o “traumática”- precipita por la presencia del deseo, de la castración, llevando/dejando al sujeto a expensas del «deseo del o/Otro» -pues el deseo humano es deseo del o/Otro-, «más allá» de las respuestas del significante y la cortina del fantasma.
Una vía
¿Qué sería, cómo, ser/estar siempre despierto? No en vano a la literatura le sale más fácil imaginar lo contrario -desde un corte-. Hace poco leí un cuento breve y exacto («Sumebah») sobre alguien que vuelve a abrir sus ojos luego de haber dormido durante trece años; ese quiebre en un bucle de tiempo y lugar.
En cuanto a la literatura psicoanalítica la palabra “despertar” suele metaforizar ciertas alteraciones y/o franquemientos parciales de la homeostasis del «principio del placer», del «sentido». Cierta mudanza/rectificación de «posición», o un cambio/pase de “discurso” -que acontece de modos diversos al inicio de un análisis, en su transcurso, al final…-.
Lacan plantea que lo real es lo que el sueño ha “envuelto, escondido, tras la falta de representación, de la cual sólo hay en él lo que hace sus veces, un lugarteniente.” Ausencia de representación (vinculada a la «represión primaria») cuya marca surge en el sueño, agujero/ombligo del sueño, límite/borde con lo real que nos despierta.
Así, los sueños que «más allá del principio del placer» abren el deseo al goce. Donde «el trabajo del sueño» logra articular el «motor indestructible» del desear -por el «objeto perdido»- a la pulsión «parcial» -por la falta de «‘La’ relación sexual» complementaria-; el «cumplimiento/realización del deseo» con cierta «ganancia de placer (lustgewinn)» o «recuperación de goce suplementario».
Si el sujeto se despierta cuando el sueño lo lleva al punto (angustiante) donde «no quiere saber», el sueño -y su interpretación- se vuelve instrumento del despertar llevando al sujeto al punto donde «eso» «quiere» y no puede «saberse/decirse».
Así, los sueños que despiertan (de) su ombligo; que atraviesan la pantalla del fantasma -que «desnudan» el «objeto a», «muestran» el goce-, que escriben su letra de «sinthome» pasando el «significante» a «la Cosa».
Ello orienta una dirección de la cura que utiliza el lazo entre «imaginario» y «simbólico» con lo «real» -despertando el «nudo»- en la interpretación del sueño.
Lo cual ciertamente involucra promover la asociación libre, acompañar al sujeto en el «desciframiento» del sueño que precipita en significaciones. Pero a la vez, si como propone Miller «una sesión de psicoanálisis que se respete, cualquiera sea su duración, tiene por función escandir el encuentro, siempre fallido, con lo real, aquel que ocurre entre el sueño y despertar», habrá que (usar e) ir más allá/fuera del sentido, donde se ubica el goce -punto en el cual «cese de no escribirse»-.
Miguel Ángel Rodríguez, psicoanalista, escritor.
licmar2000@yahoo.com.ar
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