Miguel Ángel Rodríguez: “(Hacer existir el cuerpo) Covid19; psicoanálisis y salud pública”

  1. El humano, el organismo

 A modo de ejercicio he ensayado varias versiones de una frase capaz de evitar en su formulación, las escansiones entre el humano y el organismo –que hacen gracia en la imposibilidad de hallarla, y en la clínica, síntoma-.

 Aun antes de definir los términos, el sólo planteo ubica de entrada la falta de “mismidad” entre el sujeto y el cuerpo. La relación vital entonces, tan ligada como dispareja, entre aquellos donde somos sin que ellos sean uno.

 Decir “mi cuerpo”, ya exhibe una diferencia entre cierto yo –tácito en el “mi”- y “su” cuerpo.

 Pero… ¿“tenemos” un cuerpo –así como se tiene dominio de un objeto en propiedad-? ¿El cuerpo es de uno? ¿Uno, es de él?

 ¿Hay el cuerpo de uno sin el cuerpo del o/Otro? ¿Hay uno sin o/Otro? ¿Qué hay sino el cuerpo íntimo y exterior de un agujero, qué sino acto, corte y nudo?

2. Virus en los dedos de escribir

 Comenzaba Febrero en la ciudad de Buenos Aires cuando atisbé el pliegue de este texto. Al retomarlo a orillas del Partido de la Costa la primera semana de Marzo, un virus cuya corona reina pandémica también intrusó el teclado… 

 ¿Cómo no decir algo –que en pocos días quedará atrás- sobre “eso” que seguirá adelante?

 De repente… la vulnerabilidad humana, la imposibilidad en la impotencia, la enfermedad, la muerte –en la vida-.

 El surgimiento de un “real”… Un “real” que por supuesto no es el del psicoanálisis, sino el de la naturaleza –o quizás, para expresarlo mejor, el de la naturaleza del mundo-…  en el organismo/cuerpo/sujeto, que trauma la “red simbólica”, arrasa la prestancia imaginaria del “yo”, conmueve el “fantasma” donde la realidad se enmarca, las calles por donde andamos cotidianamente (en sociedad) con la pretensión de que fueran obvias o estuviesen aseguradas. Desarticulando las convenciones de “espacio” –cerca/lejos, dentro/fuera- y poniendo al “tiempo” en cuarentena.

 De un modo tan veloz, expansivo y democrático de «contagio», que aun si su «letalidad» no resulta igualitaria, desvanece enseguida la predilección a segregar la culpa del mal en algún cabeza de turco, chivo boliviano o chino expiatorio.

 ¿De qué forma se re-crearán los “lazos” –seguramente utilizando en gran medida las “redes sociales/virtuales”-? ¿Cómo afectará a los entrampados en la promesa de comunicación plena que ellas auspician, el no encontrar al ser amado en un abrazo, al roce físico en el saludo; a los amigos cuando sólo puedan juntarse en el no-lugar internetario; a los con-tactos privados del tacto; cómo a las parejas y familias cuando no puedan no estar juntas; al sujeto cuando se tope con él –con vaya a saber qué en él-? ¿Con cuál (modalidad de la) demanda, ante cierta dimensión del “desamparo”, se dirigirá el sujeto al o/Otro?  

***

 Un o/Otro cuyas respuestas concretas habrán de verse ahora que se lo convoca. Un o/Otro ciertamente él también “castrado” –en este caso, al borde de la perplejidad-…

 Como “Sistema”. Al que hasta aquí el coronavirus le entra y desborda por todas partes.

 Como “Saber”. Los biólogos, infectólogos, médicos, etc., declaran su desconocimiento –porque se trata de un virus nuevo, etc.-. En nuestros pagos la última pandemia de vehemencia comparable llegó en barco y no en avión, cuando estrictamente ni había epidemiólogos. Las experiencias recientes de China y Europa desde luego sirven para elaborar políticas de abordaje –pues esa diferencia de tiempo facilita el lugar de lo que Lacan llamó “instante de ver” (1)-. Que serán mejores si la epidemiología registra diferencias no estadísticas, y se advierte que el modelo de cuarentena “Quédate en casa/Distanciamiento” no aplica tal cual en la urbanidad y cultura de nuestras villas y conglomerados…  

 Como “Estado” –en sentido propio y en el de las instituciones y actores que lo constituyen- . Por muy alto que esté en la pirámide del desarrollo. A lo que hay que contabilizar respecto al argentino algunas ventajas comparativas, pero también los efectos inexorables de su añejo grado normal de desidia e inoperancia –más su pobreza vigente-. (Para ejemplo, el coronavirus ha exigido en los países que lo sufren la construcción de nuevos ámbitos para albergar a los enfermos. Pero en nuestro «Sistema de Salud» –dividido en tres dispositivos… privado, de seguridad social, público… sin conexión operativa-, la falta de “camas” y «personal especializado» no es circunstancial: es una constante, no necesaria, que nos embarga hace muchísimo tiempo. Y a pesar del trabajo que al parecer hoy la centralidad gobernante piensa responsablemente, por algo aún no se consiguen organizar cosas bastante sencillas como el control vehicular del Puente Pueyrredón o las colas en supermercados y cajeros automáticos…)

 Como “Reglas (globales) de juego”. Resulta notable la inadecuación e incapacidad de la “lógica de mercado” ante la cuestión en juego; siquiera para promover las más elementales políticas epidemiológicas, agrupar, afinar, inhibir y/o encausar las acciones personales y colectivas, concentrar cierta identidad que integre a los diversos sectores, modular intereses en pugna, difundir información decisiva, definir recursos estratégicos, etc.

 Resumiendo, asistimos a una instancia en la cual el “discurso capitalista (2)” (articulado al “saber científico”) que nos rige y sostiene, ahora no logra él hacer pié, responder con buen semblante a lo que pasa, ni a la angustia y la demanda del sujeto…

***

 Según se escucha además de “coronavirus”, “guerra” y “cuarentena” son los “significantes amo” (algo paradojales), privilegiados para ordenar el asunto –y darle “sentido”-.

 Son tiempos en los que el (discurso del) o/Otro recortará un “enemigo común” (para colmo invisible e incontrolable) –el coronavirus-… Y reclamará con énfasis moral una “solidaridad” (para colmo de ajena al sistema económico social vigente, mediante una práctica estratégica que de entrada, y a pesar de aplausos balconeros, no se lleva nada bien con el objeto ansiado de cohesión/ligazón) –el confinamiento, el aislamiento-… Para hacer entre todos “Uno” –el Uno del o/Otro, el Uno de todos-.

 También son tiempos en los que el o/Otro puede tentarse –le suele ocurrir- a aprovechar el “miedo social” para ganar poder de control y dominio. (En esa línea, ¿no llaman la atención tanta presencia policial y tanta ausencia conciudadana?)

 ¿Y por qué no serían tiempos para re-pensar “Psicología de las masas y análisis del yo” (3), desde la causa que orienta hacer –(en) comunidad- “más allá del Otro”?

***

 Entre las muy diversas concepciones de “salud (pública)”, está aquella que –tocando los términos para acercar su agua a la de otro molino-, la define por la construcción de respuestas de un sujeto –por las acciones de una comunidad- ante las adversidades que la vida plantea.

 Pues bien: ¿qué haremos?

 ¿Seguiremos en “modo bien lejos de los fundamentos”, rechazando la responsabilidad de las consecuencias?

 Mientras se reiteran las epidemias gripales (SARS, 2002/3; Aviar H5N1, 2005; A H5N5, 2009/10…), continuamos aceptando que no se aclaren sus “etiologías” –si una azarosa mutación genética en el campo de la evolución, una maniobra en el laboratorio, o qué y cómo-; ni se evalúe la incidencia de nuestros “modos de producir” -lo que consumimos, incluyendo alimentos-; ni se expliquen los “heterocontagios” –tan insólitos antes como frecuentes ahora-, los saltos de una especie a otra –de murciélago a humano en la infección presente- que suelen invocarse.

 ¿Seguiremos repitiendo en “modo loro” que “lo importante es la salud”, mientras ésta sigue afuera de la agenda pública, reducida a bienes y servicios del marketing en góndola?

 Dentro de un tiempo, de sernos posible, cuando haya pasado la tempestad y salgan a la luz remedio y vacuna, ¿seguiremos sin tocar nada más que el timbre de quien los expenda; sin conmover el “motor”, ni la “legalidad” que rige el funcionamiento social donde la rutina peor “pulsiona”?

 O tal vez sea hora de registrar la siembra en la cosecha.

 Y a diferencia –ya es hora- ubicarnos a la altura, ubicando “eso” –el Covid19- a la altura del “síntoma” –de ese “cuerpo extraño” (4)- que nos divide, interpela, expresa, compromete; haciéndonos cargo de re-anudar nuestros modos de con-vivir –y gozar en los agujeros del lenguaje-.

***

 Días atrás circularon por wasap un texto-chiste y un comentario adjudicado a un famoso de la farándula.

 El primero dice así: “Los delirios y las alucinaciones quedan suspendidos hasta el 30 de Marzo por el COVID 19. La hipocondría no existe porque seguro que lo tienes, tienes razón. El TOC no existe porque de hecho si no te lavas las manos 400 veces, pillas el coronavirus. La agorafobia curada, porque de hecho es el estado que debemos tener todos para no salir de casa.”

 Supongo que el autor no le encontró la vuelta humorística a las versiones de-negatorias, al estilo “acá no pasa nada”, o “a mí no me va a pasar porque soy yo (argentino, joven, rico, etc.)”…

 En cuanto al afamado mediático  –que por tener más de 65 y HIV integraría un “grupo de riesgo”-, habría respondido a la consulta por la cuarentena recién anunciada: “Yo no voy a cumplirla porque a mí un Presidente no me va a decir lo que tengo que hacer, no me va a mandar.”

 Provoca cierta mueca tal expresión “rebelde” que opera en doble confusión: desconoce lo que efectivamente sujeta al sujeto, al tiempo de sostener al o/Otro (supuesto de Poder)…

***

 En nuestra clínica –conviene recordarlo- se trata de escuchar/intervenir “en cada caso” las posiciones de cada analizante en la letra radical de su singularidad. Esa decisión ética –del “deseo”- define nuestra práctica.

 Que no es la de “comprender” al paciente para “adaptarlo” mejor a “la realidad”. Ni la de rechazar lo que pasa forzando un formato único, un dispositivo estándar ajeno a las circunstancias…

 (En ese punto el coronavirus es un “contingente” que produce efectos “necesarios”, un imprevisto que nos llama a re-inventar nuestro “saber hacer”…)

 Si el suceder el “coronavirus” –y también el suceder la “cuarentena” diseñada por el Discurso del Amo- inclinan a pasar temporariamente a la “entrevista/sesión remota” (por teléfono, video-llamada o símil)… y sí, ¿por qué no?

 Entiendo que hay razones para afirmar que “no es igual”. Pero tampoco lo son –tratándose aquí de “cuerpo”- el diván y un mueble, ni la transferencia y el consultorio.

***

 Los efectores públicos –hospitales, unidades sanitarias- todavía no han establecido un nuevo “protocolo” para la atención por consultorios externos de salud mental.

 Por distintos motivos algunas obras sociales y prepagas aún no admiten la atención a distancia. Otras le ponen obstáculos de diversa índole, aunque en el cauce habitual: ese afán de “controlar” lo que sucede en la transferencia y se les escapa; ese mecanismo de cargarle al terapeuta la mochila administrativa.

 Los colegas hacen bien en responderles –respuesta que convendría fuese más decidida y organizada-.

 Pero también en interpelar al paciente/analizante por las dificultades que a él lo atañen al consultar/atenderse a través de los referidos canales institucionales… (Se trata de involucrar al sujeto en la falta que le toca.)

***

 Hay pacientes/analizantes que le encuentran su modo a la atención remota –a veces conectándose desde el auto en el garaje, la terraza o una habitación privada de la vivienda para que los demás habitantes no escuchen ese decir extrañamente íntimo en una sesión…-. (En particular los adolescentes tienden a percibirla más cerca de su cotidiano, a integrarla con mayor facilidad.)

 Hay también quienes alegan no sentirse cómodos –u otros argumentos-, y proponen retomar cuando se pueda volver -¿qué dirán al hacerlo, si lo hacen?- a la forma presencial.

 Ajá. Pero… ¿por qué?

 Y por qué justamente en nuestra práctica/tratamiento “por la palabra”, se volvería soporte tan necesario de la transferencia la “presencia física de la imagen” del analista –la “mirada” como “objeto/cuerpo”, en lugar de la “voz”-.

 Y por qué el paciente/analizante desistiría de la alternativa que se le ofrece –sino por cierta posición ante el deseo y el o/Otro-.

 Así, más allá de explicaciones de cuyo valor corresponde dar cuenta –interrupción de ingresos ante el parate de la actividad económica, dificultades para usar la tecnología, etc.-, hay que tomar al toro por las astas en la arena donde se juega el partido.

 La suspensión de algunos tratamientos expondrá entonces, el no haber alcanzado aún un lazo propiamente analítico, alguna instancia negativa en el curso transferencial, alguna peculiaridad subjetiva…

 En todo caso, se trata de situar (al sujeto en) lo que (le) sucede… (El “real” del coronavirus, la concomitante “demanda del o/Otro” –también ella “epidémica” en la grilla mediática, hasta el goce “superyoico”-, el “deseo del o/Otro” –¿qué me quiere el coronavirus, qué el Otro?-, la relación con el dinero que puede surgir al requerirse que pague de otro modo, etc.)… En los avatares presentes de la transferencia, una y cada vez, en cada caso.

 Advertidos de que el “Discurso del Analista” y su “acto” no dependen de hábitos formales, sino de elementos de estructura en movimiento.

 (Posición que también –conviene recordarlo-, habilita escuchar/intervenir el discurso del o/Otro que ciñe en el malestar de la cultura (5) la subjetividad de la época.)

3. Un re-enhebrar el hilo

 Efecto de la guerra mundial, unos muchos bebés, parias, fueron llevados a cierto hospital. Allí se les hicieron los estudios de rigor, se los curó hasta equilibrar sus guarismos, se les proveyó la medida justa de nutrientes que el organismo necesita. ¿Cómo explicar, entonces, que tantos de ellos fallecieran al poco tiempo?

 Es un hecho que el cuerpo de la casa de un humano no es sólo su organismo. Requiere ser alojado -su «cuerpo erótico»- en su singularidad, deseado, amado, acariciado, nombrado por el o/Otro. De lo contrario, no puede ser –y muere (incluso físicamente)-.

 Por otro lado, se dice que alcanza con decir Borges para que Borges esté aquí entre nosotros. Lo reconocemos, nos gusta charlar con sus laberintos…

 Okey. Pero tal forma de estar o ser, no es (igual a) la vida.

4- Un corte que teje

 Puede hacerse historia de los saberes empeñados en reducir la condición humana al organismo. Hoy participan en ella, de modos diversamente fecundos, desde el laboratorio químico-psiquiátrico hasta el brillo de la neurociencia.

 Resulta notable que Watson (6), reconocido padre del “conductismo” norteamericano, agradeciera su deuda con las experiencias caninas de Pávlov (6), cuyo “fisiologismo” fuera avalado por la marcha soviética estalinista –siempre dispuesta a confundir materia con sustancia-. Y que el despliegue de ambas perspectivas jaqueara su análogo punto de partida. (¿Qué otra cosa llevó a Skinner (6) a proponer tal “caja negra” entre «estímulo» y «respuesta»?)

 Trabajando con esos términos Freud taja desde el principio un envés de moebius en el “proyecto de una psicología para neurólogos” (7) y el “esquema del peine” (8) –que además desarticula la tendencia a asimilar cuerpo con individuo-. E inicia (9) una variedad de abordajes a lo largo de su obra, que ubican –para decirlo así- cierta formación de compromiso entre arquitectura significante y satisfacción pulsional, entre letra y resto (“corporal”) de goce, en el “síntoma”.

 También puede hacerse historia de los adoradores de “La Idea”, ya traten al cuerpo como un instrumento súbdito o un insignificante moquito en el símbolo imperial.

 El “dualismo” mente-cuerpo, con su reminiscencia religiosa, es otra vía de tránsito en la que hasta Descartes creyó morder manzana. Incluso la Psicología partió de allí su sostén, al postular la existencia de un ser de estofa diferente y paralela a la orgánica; un yo, una psique.

 Cuando la ceguera mentalmente empírica aún no terminaba de deglutir el incordio, el Psicoanálisis introdujo otro, mayor, radical. Afirmando cierta subjetividad decisiva distinta al yo –a la imagen corporal, a la conciencia-; del inconciente (del deseo, del o/Otro); entrañablemente ligada a (el goce de) la pulsión sexual –distinta al instinto, al organismo y a la anotomía-; por la castración –el ser de la falta en ser-.

 Resulta evidente hasta qué punto tal posición echa luz, escribe su clave al asunto. Al hacerlo –admitámoslo- también abre un hormiguero de preguntas. Se trata entonces de seguir sus recorridos. (Por ahí surcaba la propuesta inicial de este escrito que, precisamente, se volvió otra cosa.)

5- Tres intervenciones clínicas en tiempos de coronavirus

1-

 Pablo (34 años, en pareja con Patricia de 35, padres de un pibe de 11 y una niña de 6, trabajador en una embotelladora) me llama por wasap en su primera entrevista remota. No es algo obvio: cuatro años atrás la sintomatología con que llegó incluía graves inhibiciones para desplegar casi todo lazo. A seis días de cuarentena manifestó no soportarla, no aguantar más, sentir un impulso intenso de “salir y listo”.

 (Desde hacía tiempo se venía quejando del trabajo, poco proclive a abrir horizontes: horas frente a una cinta que le acerca botellas sin fin para que él les enrosque la tapita.) Entonces ¿qué, en particular, no aguanta más?  –“Tener que estar encerrado, no poder salir…” (Respuesta evocadora, allí y en el sacrificio laboral familiar, de su “deuda con el p/Padre”.)“

– «¿¡Y por qué no salís!?» / – “¿Cómo por qué? Hay cuarentena, es un deber, ¿qué querés que haga!?” / – ”…  Que te preguntes de cuál deber no salís, hacés el querer y listo…”

 Las “políticas” del psicoanálisis y la salud pública son distintas, y por ende sus intervenciones –eso también autoriza el acto analítico-. No se trata de poner en riesgo a alguien ni de desatender la responsabilidad social; sí de escuchar la resonancia de esa “o/Otra escena” que destapa el sentido obvio, implicando al sujeto en su goce singular.

2-

 No sin motivo en la palabra de Carmen la articulación mente-cuerpo se tornó “tema”.

 Abogada de buen pasar económico, culta, muy activa a sus 65 años, llegó a la consulta hace tres sin entender por qué no lograba disfrutar libremente de la vida, siendo que por fin sí había logrado separarse de su infame esposo. (Los dos varones que tuvieron ya estaban encarrilados, con profesiones y familias dadoras de nietitos.) El análisis fue desplegándose…

 Tiempo atrás molestias físicas desacostumbradas adelantaron la fecha periódica de control médico. Se le detectó cierto cáncer, que requería quimioterapia.

 De inmediato fue reduciendo su intensa vida social para leer, guglear, investigar teorías sobre la enfermedad. Inclinándose por algunas que plantean un ligue eficaz entre el organismo y la emoción, el cáncer y el trauma afectivo. Repasó sin mordedura su separación y el fallecimiento de sus padres. Aseguró que iba a estar bien. Que tenía que ser positiva. Y en las últimas sesiones buscó mi complicidad en eso de que “la mente domina al cuerpo”.

 Le pregunté por qué no había ido a la oncóloga. Dijo haberse olvidado; quizás porque ir al Italiano la exponía al coronavirus. Le recordé que era la tercera vez que olvidaba ir –las dos previas, antes de la cuarentena-; añadiendo con cadencia de gracia que cuando su mente faltaba a la cita médica… su cuerpo tampoco iba.

 Interpelándola en esa falta, en ese olvido –síntoma de ella, de su posición-.

3-

 Pues en principio… ¿adónde apunta la intervención analítica sino a la división del sujeto, comprometiéndolo?

 Hablando de otra cosa (10) Freud advierte que desde cierta perspectiva el humano suele andar por la vida como sin percibir su cuerpo. Hasta que en cierta parte el dolor –de una herida- y/o el goce –del sexo- concentran la libido dándole existencia.

 Agustín está cerca de cumplir sus 17 años. En dos o tres ocasiones charlamos brevemente al cruzarnos en el barrio. Sus padres, dueños de una rotisería/almacén a la que cada tanto concurro, me comentaron alguna vez su preocupación por la tendencia constante de su hijo a pasarse de la raya. Días atrás recibí el llamado telefónico de Julián, el papá. Me contó que desde hacía un tiempo Agustín venía tomando cocaína más de lo acostumbrado y bardeándola peor, hasta terminar la gira –según parece al rajar junto a otros compinches de circunstancia non santa- con una gamba y una muñeca quebradas. Para colmo en el hospital sospecharon de su cuadro febril y toz seca como posible infección de coronavirus. A la espera del testeo del Malbrán pero como fiebre y toz cedieron enseguida, indicaron cuarentena para todos y en particular para Agustín, desde entonces encerrado en un cuartito al fondo del PH que habitan. Se siente mal, pasa abruptamente de la exaltación a la angustia, llora… Y le pidió a sus padres que quería hablar conmigo. Le dije a Julián que le dijera a Agustín que me llamara él, al otro día. Lo hizo. Acordamos una primera entrevista.

 Agustín discurrió de manera ansiosa, desorganizada, jalonando su historia entre enfermedades y accidentes –a meses de nacer tiempo internado por una deficiencia pulmonar que nadie había notado, a los cuatro años meningitis, a los ocho un choque en auto de familia dormida hacia las vacaciones, a los once un caerse feo por la escalera, a los trece hepatitis, a los dieciséis un cuchillazo en reyerta con “los putos de Atlanta”… En cierto momento de su relato, como cagándose en vaya a saberse qué, alzando la voz “fuera de sí”, dijo:

– “ … ¡El cuerpo no existe!!”

 (Justo él, que narra quién es así, a golpes en el cuerpo que no terminan de contarlo, de escribir las marcas, de inscribir; justo él, ahora con la pata enyesada y detrás de un barbijo, dice que “el cuerpo no existe”?)

– “Y entonces… ¿por qué lo hacés existir?»

Notas y referencias bibliográficas:

(1): J. Lacan, “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma” (En Escritos 1, 1966) / (2): J. Lacan, Conferencia en Milán (1972) / (3): S. Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo” (1920/21) / (4): S. Freud, “Lecciones introductorias al psicoanálisis” (1915/17) / (5): S. Freud, “El malestar en la cultura” (1929/30) / (6): John Broadus Watson, psicólogo norteamericano fundador de la escuela conductista (1878-1958). Iván Pétrovich Pávlov, fisiólogo ruso premio nobel en 1903 (1849-1936). Borrhus Frederic Skinner, psicólogo behaviorista norteamericano (1904-1990) / (7): S. Freud, “Proyecto de una psicología para neurólogos” (1895) / (8): S. Freud, “La interpretación de los sueños” (1898/99) / (9): S. Freud, “Las neuropsicosis de defensa” (1894) / (10): S. Freud, “Duelo y melancolía” (1915/17)

Miguel Ángel Rodríguez, psicoanalista, escritor. licmar2000@yahoo.com.ar

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