Óscar Sánchez: «Mis paraísos artificiales…»

Eso que dan en llamar con tanta seriedad “la vida real” puede estar medianamente bien si eres joven, asquerosamente joven. Todos o casi todos por aquel tiempo hemos trabajado alguna vez de camareros, por ejemplo, y recordamos habernos sentido mayores, reconocidos y capaces. Aunque terminase una jornada dura, nada ni nadie podía cegar la alegría interior que fluía de esa primera juventud como de, ¡oh!, un hontanar claro de montaña. Vale que en ocasiones hacía cierto frío, pero la ilusión te calentaba siempre. Por eso, en mi opinión, el arte sirve de poco a un chico o chica como quien dice recién salidos del cascarón. Me refiero, naturalmente, al arte en su sentido fuerte, aquel que se recibe o aquel que se hace en el máximo rigor de sus exigencias. Porque el arte no es cosa de niños, pese a lo que a veces nos hagan creer, y de ahí que la bendita muchachada, en su tiempo libre, dedique sus energías lo mismo a holgazanear que a conocerse, igual a probar esto que a evitar lo otro. Caso de tener inquietudes artísticas -que las tienen, y pujantes como ellos mismos, pero difusas y oscuras-, poco importa que las canalicen hacia la historia de la pintura que a un fancine de cómics, al aprendizaje del oboe barítono que al del bajo eléctrico. De cualquier forma, expresan suficientemente lo que quieren y necesitan expresar, generalmente imitando a otros consagrados vivos o muertos o a sus cómplices de añada. 

Sin embargo… sin embargo, el arte se hace ya imprescindible sobre todo para la gente crecidita, algo que nuestra actual cultura parece haber olvidado intencionadamente. Los adultos ya formados, que no solamente han hallado mejor o peor una posición estable en su vida (en su correspondiente y descarnada “vida real”, desde luego), sino que también han pasado por experiencias de honda hermosura y responsabilidad como lo es la de tener descendencia, esos sí que son merecedores de un ocio no cualquiera, que sortee la tentación del entretenimiento fácil y casi siempre ideológico -lo que Louis Althusser llamaba los aparatos ideológicos del estado se manifiestan antes que nada en un concurso de televisión o en la canción de moda. Pues la más alta técnica, pienso yo, consiste en la composición minuciosa de paraísos artificiales para el hombre, y no en vano todos los atisbos de paraíso conocidos no son ni pueden ser más que artificiales, por sobre aquellos pocos que acertó a señalar Charles Baudelaire en pleno romanticismo oscuro. ¿Qué es, entonces, el ocio, la skholé de los antiguos, tanto si preguntamos por su presente como si lo hacemos desde sus orígenes? Tal como lo veo, el ocio, el arte, es esa asombrosa facultad exclusivamente humana de soñar paraísos que exceden a la vida real, adornándola de punta a cabo –y “adorno”, por cierto, es el significado original de cosmos, “orden” en griego antiguo: también el mismísimo orden es una elaboración artística, tal vez la primera y más importante. Al animal humano sin duda no le basta con conservar la vida, también se ve en la compulsión de soñarla constantemente. De hecho, no se encontrará ninguna tribu de las que califican de primitivas que, por pobre y tosca que se suponga, no acostumbre a pintar su cuerpo con pigmentos o engalanen su taparrabos con abalorios (especialmente los adultos, que marcan también con ello su rango en la jerarquía social). Tal combinación, perfectamente trabada, entre statu y ornato, es seguramente lo que nos caracteriza ya a primera vista como seres estéticos y también políticos, lo cual, insisto, tiene su lugar cabal entre los miembros maduros de la comunidad más que entre los más novicios.

Pero, admitido esto, hay que admitir después que no hemos acabado todavía con la cuestión del papel del arte en nuestro discurrir ordinario. ¿Qué me da a mí, personalmente, que ya gozo de una entrada cincuentena (que, desde luego, no aparento), que me he reproducido felizmente, que tengo un empleo digno, etc., el arte, sea el gran arte o el pequeño arte, y al margen de tales distinciones? Aquí hay que mojarse. Pues bien, dado que hasta ahora no he acostumbrado a embadurnarme el físico con pinturas ni a colgarme cuentas de cristal de la ropa interior, lo que el arte me proporciona de manera inagotable es una dimensión lúdica y -por tanto- activa a la vida cotidiana sin la cual ya no sé quién sería yo ni qué sería de mi. En este aspecto, entiendo que es indiferente en principio que los paraísos se ofrezcan como pesadillas, como costumbrismo o como provocación: lo cierto es que bajo tales infinitas máscaras el arte consiste siempre en una invitación a maravillarse, lo que es decir a regodearse en lo extra-ordinario. Desde el momento en que en la obra artística se encierra una intención, ya se aleja radicalmente del carácter arbitrario a la vez que regular del mundo. Y los mayorcitos sabemos apreciarlo en lo que vale, también porque nos devuelve aquella sensación de libertad propia de la juventud. Con una considerable salvedad: pedimos del arte coherencia, concepto y pulcritud en la ejecución. O sea, las exigencias básicas y elementales bajo las cuales hasta un paraíso debe ser construido, aunque se quiera a sí mismo un paraíso feista –si se desea, el arte es también helarte… de frío, como afirma el chiste subvirtiendo la ortografía. Así, yo personalmente disfruto en mi ocio especialmente de la literatura, que a menudo evoca historias de grandeza que parecen desaparecidas hoy; secundariamente de la música, porque su embrujo sobrepasa con mucho mis nulas habilidades; terciariamente del cine, con su pasión por las imágenes que envidio sin compartirla demasiado, and so on… 

El arte, en fin, tiene que dar de qué pensar, pero también de qué hacer; tiene que dar ocio vivo, alegría sostenible, locuras cuerdas, verdades posibles, experiencias extrañas, muertes ajenas, soledades comprensibles, ritmos frenéticos, cocodrilos herbívoros, lunas habitables y tiempo recobrado. Menos que eso no es ocio ni disfrute, sino consumismo y pedantería.

Óscar Sánchez, filósofo, escritor, nacido en España donde hoy vive, aborda desde tales campos actualidad, cine, cómic, política…
Correo: tejumn36@hotmail.com

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